Fotografías Antonio Andrés
Nueva piel para la vieja ceremonia. En cada nueva gira hay que volver a encontrarse en el traje de cantor. Encontrar la nueva voz, la forma de estar en el escenario. Hay que renovar las credenciales y hallarse para seguir siendo Artista. El mismo Dylan lo cuenta en uno de los cuatro capítulos de Crónicas. Andrés Calamaro lleva más de treinta años rompiendo la temporada de conciertos en España, conoce bien el asunto. En esta última reencarnación escénica (diferente y evolucionada respecto a la gira de Cargar la Suerte -2019- o el tour casi crooner en clave de bolero jazz, Licencia para cantar), Andrés parece haberse descubierto como rockero reposado, sin perder ni un toque de electricidad (gana, de hecho respecto, a la última gira).
Córdoba recibió este caluroso julio al argentino en el Teatro de la Axerquía, en el marco del Festival de la Guitarra, que ya había pisado en el 2011 con su MVP Quintet, su banda española de entonces. Esta vez volvía acompañado de su cuarteto argento. Con Julián Kanevsky como único espada en este festival de guitarras. Con todo el peso del instrumento titular del festival sobre sus dedos, Kanevksy estuvo soberbio, brillando a la diestra del genio. Un quinteto/cuarteto de pata negra, que completaban el cordobés Martín Bruhn llevando el pulso de la banda desde la batería; Mariano Domínguez echándose a espaldas el peso armónico desde el bajo y el virtuosísimo en todos los registros Germán Wiedemer en teclados. Sumando muy buenos coros, además.
Tocar en cuarteto de rock no es como tocar con otro tipo de formación; con un solo guitarrista la música está más expuesta. Todo se oye. El bajo tiene que soportar el edificio, las teclas también tienen que cantar y el único guitarrista tiene que poner todo el rugido al sonido. Se potencian las virtudes de un cuarteto cuando los músicos son tan buenos. Si fueran mediocres, a las canciones se les vería el esqueleto. Pero la cuadrilla de Calamaro (que se sumó puntualmente en teclados y agarró una Stratocaster en el último tercio – ¿dónde andará la mítica Telecaster Toro?-) es una cuadrilla de toreros caros.
Sin necesidad de pirotecnias, ni pantallas gigantes, ni disfraces. La banda sale puntual a escena, de elegante negro riguroso. Sobriedad y pulcritud, los músicos bien pegados sobre las tablas. Pocos elementos y volumen arriba. Calamaro va al hueso. La noche arrancó con tres canciones de la última década. El bolero rock, nocturno y alevoso, con cadencia tanguera, Bohemio; Cuando no estás y Verdades afiladas, la única muestra de su última cosecha discográfica este rock con toque californiano y espíritu de ranchera. Poco más tarde sonarían Rehenes y, introducida por el Nowhere Man de los Beatles, Hong Kong, el éxito que ha compartido junto a C. Tangana.
Resultó curioso ver cómo el público recibió calurosamente estas canciones más jóvenes entre emblemas como Crímenes Perfectos. Hubo un fervor importante con la tripleta mencionada, a pesar de que serían canciones menores para algún cenizo que no supo escuchar más allá del tridente Alta Suciedad – Honestidad Brutal – El Salmón. Esto me lleva a la siguiente reflexión: cualquier obra menor de Calamaro, disco o canción, sería la obra más importante de cualquier artista del rock hispano de los últimos treinta años. Uno analiza el set list y cada canción de sus dos onces iniciales (toda la suerte al 22) sería la que cerraría por todo lo alto el show de otro artista. Y eso que hay unas cuantas decenas de canciones importantes que tienen que quedar fuera cada noche. Cuando público o crítica exigen al argentino, sólo pueden hacerlo en comparación al propio Calamaro y su obra. Porque más allá no hay quien empate en el rock en español.
Me arde suena más reposada, pero con más contundencia. El espíritu Stone más pronunciado y las garras afiladas. De entre las mareas profundas del Salmón emerge un All You Need Is Pop soberbio de recuperar. Media Verónica pone la inspiración al servicio del misterio de esta canción ambigua y sugerente. Los aviones suena más estándar de lo que estamos acostumbrados. No obstante, su sutileza porteña en clave de bossa nova nostálgica sigue intacta, sobre todo con el despliegue jazzístico que Germán Wiedemer aporta en teclados.
Antes de Tuyo siempre, trilogía réquiem de homenaje y recuerdo a la amistad y la admiración por el 10. Se suceden Maradona; una versión hermosísima del bolero Espérame en el cielo con una brillante rearmonización sobre la que Calamaro sacó a lucir las notas más inspiradas del recital, y la canchera Estadio Azteca. Al contrario que en el fútbol, en el rock no hay empates. Puede llegar a haber una derrota, pero si los músicos están certeros arriba del escenario y el público enchufado en su papel, sabemos que la última ristra de canciones lleva al éxtasis.
El último tercio (el tercio de los sueños) se puso rodríguez con Mi enfermedad, A los ojos y Canal 69. Más tarde también atravesaríamos el tiempo Sin documentos en el primer bis, pero antes la guinda del pastel llegó con El Salmón (Kanevsky sacando chispas a las seis cuerdas), Flaca (que cada día luce una coda instrumental más fina, ahora el guitarrista sube una tercera la última vuelta, la carga más melancólica), Alta Suciedad (poderoso ejemplo de que el rock no necesita ni acordes) y Paloma, que se ha despojado de distorsión y ha devenido en una balada sublime, digna de American Songbook, a la que Wiedemer ha enriquecido armónicamente añadiendo a su bajada algunos acordes de paso, puro estilo Bill Evans. Como novedad en la despedida definitiva, el homenaje a los amigos ausentes con Los chicos no sólo incluye ya un guiño a De música ligera de sus compatriotas Soda Stereo, sino que ahora la banda la encadena e interpreta íntegra.
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