Andrés Trapiello.
Seré duda.
Pre-Textos. Valencia, 2015.
“Antes, de joven, creía que no había diarios buenos o malos, sino vidas mal contadas. Ahora me parece más sencillo: el problema de muchos diarios es que cuentan vidas mal vividas, y así, lee uno diarios de escritores no para aprender a escribir, sino para aprender a vivir”, escribe Andrés Trapiello en Seré duda, la decimonovena entrega de su Salón de pasos perdidos. Una novela en marcha que publica Pre-Textos.
Veinticinco años después de su inicio con El gato encerrado, se completan con este tomo casi diez mil páginas de esta sucesión de hechos, impresiones y confidencias que se van construyendo como un diario y acaban apareciendo al cabo de los años –este es el diario de 2005- con una distancia que las transforma en novelas:
“Ha dicho uno desde el primer tomo que estos libros son una novela, sólo una novela, no una novela real o unos diarios novelados, sino una novela, un relato largo, algo a lo que la gente no le dé ninguna importancia como literatura, aunque aspiro a que se la dé como algo que tiene que ver con la vida.”
Una vida siempre distinta y siempre repetida, la vida pequeña de un Madrid intrahistórico, su fisonomía urbana y humana, no demasiado distante en el fondo de la ciudad que describieron Galdós y Baroja, la pequeñez de los ambientes literarios, el Rastro y Las Viñas...
Es la vida que refleja este diario diferido o novela rememorativa que se remonta a aquel 2005 en que murió Ramón Gaya y el autor se convirtió en conferenciante-comisionista del Quijote en el cuarto centenario de la obra, y llevó la vida que cuenta aquí: vida de viajante, de bolos y pregones, entre concejales de cultura, taxistas y chóferes.
Precedido de media docena de prólogos –“Si por mí fuera, haría libros sólo de prólogos”-, este volumen toma su título de una frase frecuente entre los futbolistas que no saben si serán titulares o verán el partido desde el banquillo de los suplentes, pero desde ese enunciado resume una actitud vital afincada en la incertidumbre y alejada de las verdades absolutas.
Porque, como señala en las últimas líneas del libro, “cuanto estoy escribiendo está escrito en sueños. Mi vida es sueño. La tuya también. La única certeza.”
Santos Domínguez