Por fin llego la segunda entrega de anécdotas literarias, estoy hablando de aquellas curiosidades referentes a la literatura que voy encontrando por la web y que tienen como protagonistas a escritores famosos, con un particular sentido del humor en sus respuestas, en ocasiones irónicas, que te harán pasar un buen rato leyéndolas.
Tengan en cuenta, nunca se tendrá la certeza si dichas historias se llevaron a cabo o no, pero eso no quita que sean graciosas, y en el caso de que no hubieran ocurrido, es algo que podría haber pasado, ya la naturaleza de las anécdotas (específicamente los diálogos) juega mucho con las personalidades de los escritores.
Nota: Hagan click en “Leer la anécdota completa” para continuar leyendo, no se preocupen no se abrirá en una nueva ventana (se expande), aviso por si las dudas.
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Víctor Hugo y “Los Miserables”
Victor Hugo estaba siempre pendiente de sus creaciones, por lo que incluso durante los viajes se interesaba por el proceso de edición de sus novelas, en este caso una de las más destacadas “Los Miserables”.
Su editor Hurst & Blackett se encontraba pendiente de su obra, por lo que le escribió una carta poniéndole únicamente un signo de interrogación “?”. La respuesta no se hizo esperar, no solo respondió dicha carta sino que también le siguió la corriente con un simple signo de exclamación “!”. Esta considerada como la correspondencia más breve de la Historia, algo lógico teniendo en cuenta el extenso numero de caracteres utilizados…
Tal vez no les genere tanto impacto por la era en la que nos encontramos, con el Whatsapp, Facebook, Twitter, entre otros, redes sociales en las que es frecuente los mensajes ridículamente cortos. Pero hay que tener en cuenta que en dicha época se comunicaban únicamente por cartas, por lo que es bastante bizarro molestarse en enviar una carta con solo un carácter y encima recibir una respuesta similar. No hay lugar a dudas de que ambos tenían un singular sentido tanto del humor como de la comunicación.
Charles Dickens y su no necesitada soledad para concentrarse
Citando las palabras de su cuñado Burntt:
“Una tarde en Doughty Street, la señora Dickens, mi esposa y yo estábamos charlando de lo divino y lo humano al amor de la lumbre, cuando de repente apareció Dickens. “¿Cómo, vosotros aquí?”, exclamó. “Estupendo, ahora mismo me traigo el trabajo”. Poco después reapareció con el manuscrito de Oliver Twist; luego sin dejar de hablar se sentó a una mesita, nos rogó que siguiéramos con nuestra charla y reanudó la escritura, muy deprisa. De vez en cuando intervenía él también en nuestras bromas, pero sin dejar de mover la pluma. Luego volvía a sus papeles, con la lengua apretada entre los labios y las cejas trepidantes, atrapado en medio de los personajes que estaba describiendo…”
Ante esta evidencia, se puede apreciar que Charles Dickens podía dar rienda suelta a sus escrituras estando en un ambiente dinámico y bullicioso, algo que uno le restaría importancia si no se considera que la escritura suele requerir comúnmente que el escritor en cuestión se encuentre en silencio sumergido en sus pensamientos.
Kafka y la niña de la muñeca perdida
Dora Dymant, compañera sentimental de Kafka en sus últimos años de vida, reveló al mundo una curiosa anécdota que protagonizo el novelista y que nos dice mucho sobre su personalidad.
“Mientras paseaba por un parque cercano a su casa, encontró a una niña llorando porque había perdido su muñeca. Aquel día, entró en el mismo estado de tensión nerviosa que lo poseía cada vez que se sentaba frente a su escritorio, así fuera para escribir una carta o una postal. Decidió escribir una carta en la que la muñeca contara el porqué de su marcha. Había decidido irse a correr mundo. Como la niña encontró consuelo en su lectura, Kafka siguió escribiendo misivas de la muñeca que hablaban de sus viajes, así durante tres semanas. En la última carta, explicaba por qué no podía volver: se iba a casar, lo que suponemos sería una explicación razonable de su abandono para la niña”.
Desgraciadamente las cartas desaparecieron, sobre todo porque nunca se encontró a la niña “amiga” de Kafka que protagoniza la anécdota. Jordi Sierra i Fabra, probablemente a modo de tributo, al conocer la anecdota decidió escribir sobre en ello en una obra llamada “Kafka y la muñeca viajera”. Cabe destacar que no fue el único, Paul Auster menciona la anécdota en su libro “Brooklyn follies” con el fin de alabar la solidaridad del escritor, al ser capaz de crear una abre de arte para una sola lectora.
Esta es una de esas anécdotas que te roban una sonrisa, y para los más sensibles (y admiradores del novelista) un lagrima.
Siempre estaremos agradecidos de aquellas personas que, al formar parte de la vida de estas grandes personalidades, se animen a compartir anécdotas que nos acerca a la personalidad de algunos novelistas muy famosos pero de los que conocemos muy poco.
Eso fue todo, la verdad estoy muy conmovido por la última anécdota, no siempre tienen que ser divertidas, irónicas o jocosas, algunas simplemente son tristes o conmovedoras.
Fuente: Actualidad Literatura.