César y Pompeyo siempre tuvieron una relación de amor odio que duró hasta la muerte del segundo. Fueron amigos muchas veces, pero también enemigos muchas otras. Incluso pasaron por ser familia, ya que el segundo fue yerno del primero.
En política, también hicieron juntos muchas cosas, pero también deshicieron muchas. Se enfrentaron gran cantidad de veces en el Senado, puesto que cada uno pertenecía a bandos e ideas políticas diferentes. César pertenecía a la facción de los populares –se suele resumir diciendo que eran de corte más progresista-, mientras que Pompeyo pertenecía a los optimates –más conservadores-.
Pero juntos también tomaron el poder de Roma y gobernaron la Ciudad en grupo junto con su compañero Craso. Así, se formó el Primer Triunvirato, esto es, que el gobierno de Roma pasara de estar en manos de los cónsules a uno grupo de tres personas.
Así, como os podéis imaginar, su relación era bastante estrecha. Tan, tan estrecha que, al final, la vida les llevó a pelearse también en la llamada Guerra Civil, que marcó un antes y un después en la historia romana.
Sin embargo, lo que nos interesa contar en este libro de este encuentro es que, tras muchos meses de mucho sufrimiento, perseguido hasta la saciedad por las legiones de César y, al final, perdiendo incluso el apoyo del Senado tomado por su enemigo, Pompeyo tuvo que huir a Egipto para buscar refugio.
Allí viajó con una pequeña flota y pidió protección al faraón Ptolomeo XIII. Entonces, tras enviar a sus emisarios y aguardando en su barco una decisión, los consejeros decidieron que el hombre no merecía su preocupación, ya que el mismísimo César estaba en ruta hacia Egipto para capturarlo. Fue por eso que Pontino, uno de los consejeros del rey, presionó para que fueran ellos los que le sirvieran Pompeyo a César en bandeja de plata. Y así lo hicieron, casi literalmente.
Plutarco cuenta que el 28 de septiembre del 48 a.C., tras dos o tres días de deliberación, una barquita egipcia fue al encuentro de la flota romana donde se había guarecido Pompeyo. En esta barca se montó el triunviro con la esperanza de encontrar una respuesta afirmativa a sus súplicas al llegar a la otra orilla, pero cuando se levantó para desembarcar y saludar a las autoridades egipcias, la muerte le cogió por sorpresa.
Así, fue apuñalado hasta la muerte por sus compañeros Aquilas, Septimio y Salvio el día después de su quincuagésimo noveno. Acto seguido, los egipcios le cortaron la cabeza y le arrancaron su sello del dedo. El cuerpo lo dejaron tirado en la orilla y tuvo que ser Filipo, un leal liberto, quien lo quemara sobre las planchas de una barca pesquera.
Con la esperanza de ganarse su favor, Ptolomeo XIII le presentó estos “regalos” a César cuando este llegó a Egipto. Se cuenta que al ver de esta manera a su “enemigo íntimo”, el romano no pudo contener las lágrimas a la vez que lamentaba el gran insulto que habían cometido contra Pompeyo.
Por esta razón, mandó castigar a sus conspiradores y asesinos y, con el tiempo, depuso al faraón del trono para nombrar mandataria a su hermana, la archiconocida Cleopatra. La cabeza recuperada mandó que fuera enterrada en el Nemeseión, un templo en honor a la diosa Némesis que el mismo César mandó construir con la idea de honrar a Pompeyo.
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