Creo que es el nombre que más veces aparece en este blog desde su apertura en junio de 2005. Ángel Campos Pámpano. Hoy se cumplen ocho años de su muerte y hoy mismo, en su pueblo, se organiza un acto en su recuerdo en la casa materna de San Vicente de Alcántara, en la que también se impondrá la evocación de Paula Pámpano, la madre del poeta, fallecida en abril de 2002, la protagonista de la sentida elegía La semilla en la nieve, uno de sus libros más eminentes. Varias veces he dicho en público que me acuerdo todos los días de Ángel, que hay circunstancias de mi vida, objetos en mi casa, libros en mi biblioteca o conversaciones que me traen todos los días la grandeza del amigo escritor con el que todos los años desde su muerte buscamos reencontrarnos allí donde nació. En esas ocasiones he apreciado en quienes me escuchaban un gesto de incredulidad, una manera de callarse por respeto que eso no puede ser, que algo debo de exagerar. Para ellos será así. Noviembre siempre es más propenso a su recuerdo; pero este ha sido especialmente memorioso por varios hechos. La convocatoria de la tercera edición del Premio Hispano-Portugués de Poesía Joven que lleva su nombre. El encargo que me hizo Juan Ramón Santos, presidente de la Asociación de Escritores Extremeños, para preparar la entrada de Ángel en el nuevo Diccionario de Autores que va creciendo en la página de la AEEX. En ello estoy, en volver a sus textos y a su vida para disponer una nota bio-bibliográfica. El recuerdo siempre puntual de Carlos Medrano, que este año nos ha traído un texto en homenaje a la poesía de Ángel del joven poeta Carlos García Mera. O la lectura de un espléndido y contundente libro de poemas de un gran amigo de Ángel, Tomás Sánchez Santiago, Pérdida del ahí (Armargord Ediciones, 2016), en el que ha incluido aquel poema en prosa («Cuarto aniversario») que le dedicó y que terminaba: «Contrario al epitafio consabido, la levedad ha llegado a hacerse tierra. Transferencia espesa. Rumor que dio en cal porque nombrarte ya es fijarte a lo que importa, ponerte en pie sobre los pedestales donde aguantan, indemnes, las melodías sobrevenidas y los rostros necesarios. Ángel.» (pág. 72). Así que me consuelo pensando en que soy como el pajarillo solitario del salmo (Vigilavi et factus sum sicut passer solitarius in tecto), menos sublime, más mundano, y que desde aquí arriba sigo ayudando a mantener viva la memoria de los hechos y los textos de mi amigo Ángel Campos Pámpano. Y me imagino que lo tengo sentado al lado mientras yo conduzco, como tantas veces, llevándolo de un sitio a otro. Hoy, por ejemplo, le llevaría a su pueblo, a San Vicente de Alcántara. A su homenaje.