Ángel ganivet (1865-1898)

Por Malaventura

Hijo de su tiempo como todos, porque ¿quién más o quién menos no es hijo de su tiempo?, y como tal abre las puertas a la generación del 98; apelativo que acuña el año del desastre de una nación en decadencia, caída y dolida, con el rumbo perdido, al borde de la agonía, necesitada de una restauración espiritual que la devuelva su ser en el futuro. Pesimismo apocalíptico que impregna el pensamiento de los jóvenes pensadores españoles cerrando el siglo XIX. Ganivet, alma irónica, carácter fuerte y melancólico y vida desasosegada; idealista, confuso, contradictorio como toda personalidad compleja y heterodoxa. Busca su sitio en un mundo que percibe agresivo. Racionalista y místico divulga el vigor de la ideas que perfeccionan al individuo, «quien cambia el pensamiento cambia al hombre», ascético y estoico desasido de las cosas materiales, desprendido de lo real. Observador lúcido, crítico apasionado, elegante y conciso, más filósofo que narrador, más interesado por la ética y la cultura que por la política. Viajero por profesión, políglota (francés, inglés, alemán, ruso) por vocación, el exilio laboral le vuelve huraño y sabio, lee, estudia y escribe; a la vez que el conocimiento realza su propio desarrollo, la soledad y la morriña de su patria obran su propia destrucción. Escritor tardío, toca todos los palos: novela, ensayo, drama, poesía, crónica, epístola; bibliotecario, diplomático y mujeriego, toda una vida condensada en 32 años, 11 meses y 16 días.
Ángel Ganivet García nace en Granada el 13 de diciembre de 1865, calle de San Pedro Mártir nº 13, (el 13 es objeto de mal fario para los supersticiosos). Hijo de una familia de clase media acomodada, industriales harineros propietarios de dos molinos en los alrededores de la ciudad, su padre Francisco Ganivet Morcillo aficionado a la pintura y su madre Ángeles García Siles admiradora de las letras. Como es natural sus primeros juegos transcurren en el entorno de los molinos, en un ambiente popular, modesto y tranquilo. A los diez años queda huérfano de padre que fallece el 4 de septiembre de 1875 víctima del cáncer, Ángel permanece al cuidado de su abuelo materno en la casa-molino de la Sagra, residencia que considerará su hogar toda su vida. Se pensó entonces dedicarle al oficio de sus mayores pero quiso la fortuna que un grave accidente le mudara los aires del destino; unas fuentes dicen que se cayó de un burro, otras que la caída fue de una higuera a la que se había subido para cortar una rama que ensombrecía el patio, sea como fuere el porrazo le fracturó una pierna que al poco se fue gangrenando, los médicos desconcertados aconsejaron la amputación para detener la infección, sin embargo el muchacho se negó a riesgo de perder la vida. Con fuerza de voluntad poco común y mucha suerte, después de una larga convalecencia terminó por curarse; tras años de rehabilitación evitó quedarse cojo. Las secuelas de la lesión impedían el normal desarrollo de las faenas de molinero. Esta desgraciada circunstancia ensombrece su carácter a la vez que estimula su interés por la lectura. Educado prácticamente en su propia casa acaba la enseñanza primaria con retraso. A punto de cumplir 15 años, en 1880 comienza el bachillerato en el Instituto que concluye con premio extraordinario. Se inscribe en la Universidad de su ciudad natal, primero en Filosofía y Letras (siempre mostró interés por las lenguas clásicas) y luego en Derecho, desde 1886 compagina ambas carreras.
En junio de 1888 obtiene la licenciatura de Filosofía y Letras por la Universidad de Granada y en septiembre recibe el Premio Extraordinario de dicha Facultad por su trabajo sobre el Marqués de Santillana. Antes de acabar el año se traslada a Madrid con un triple propósito: preparar el doctorado en Filosofía y Letras, culminar la carrera de Derecho y encontrar algún empleo que le proporcione estabilidad económica. Vayamos por partes. En la primavera de 1889 presenta su tesis doctoral España filosófica y contemporánea que es rechazada (parece ser que con buen criterio) por D. Nicolás Salmerón, a la sazón catedrático de Metafísica en la Universidad Central de Madrid; escribe un nuevo trabajo académico Importancia de la lengua sánscrita y servicios que su estudio ha prestado a la ciencia del lenguaje en general y a la gramática comparada en particular, a la segunda va la vencida, esta vez sí, la tesis es admitida con nota de sobresaliente y otro premio extraordinario a sumar en la lista. El 11 de marzo de 1890 recibe el título de doctor en Filosofía y Letras y, examinándose por libre, el 24 de junio el de licenciado en Derecho por la Universidad de Granada con sobresaliente (luce así un currículo envidiable). Con los diplomas bajo el brazo oposita al Cuerpo de Archivos, Bibliotecas y Museos, ganada la plaza con el número 11 es destinado a la biblioteca del Ministerio de Fomento en Madrid. En aquel tiempo conoce al que sería desde entonces su gran amigo Francisco Navarro Ledesma.
Integrado en la vida cultural madrileña acude a tertulias literarias como la del Nuevo Café de Levante, y se hace socio del Ateneo donde asiste a los debates que sostienen los partidarios de la ciencia y el progreso, y los tradicionalistas que veían los valores básicos de la sociedad amenazados por la modernidad; entre el idealismo de izquierdas (el krausismo) y el de derechas (el neotomismo) militaban diversas posiciones ideológicas. En este contexto sociocultural de bregas ideológicas entabla amistad con Miguel de Unamuno a quien conoce en mayo de 1891 cuando ambos preparan oposiciones a la cátedra de griego: Unamuno ganará la plaza para la Universidad de Salamanca y Ganivet no la conseguirá para la Universidad de Granada; mantendrán desde entonces una especial relación que se manifiesta de modo epistolar. Meses después de este tropiezo, se postula para ingresar en el cuerpo diplomático, saca el número 1 y es nombrado vicecónsul de España en Amberes.
El 1 de febrero de 1892 en un baile de carnaval celebrado en el Teatro de la Zarzuela de Madrid, Ángel Ganivet conoce a la joven cantante valenciana Amelia Roldán Llanos (03-09-1868), apodada con cierta sorna maledicente «La cubana» por ser su padre nacido en la Habana, de la que se enamora y con la que cohabitará en una unión libre sin acatar el sacramento del matrimonio. Relación tormentosa, inestable, alimentada de celos por las infidelidades de la una y la inclinación a los amoríos de prostíbulo (frecuentes en la época) del otro; maridaje marcado por la distancia que sin embargo da sus frutos, dos hijos que nacen en París: Natalia (11 de diciembre de 1893) fallecida antes de cumplir los tres meses, y Ángel Tristán (22 de noviembre de 1894) que se criará junto a su progenitora; de esta familia (nuera y nietos) la madre de Ángel nunca tuvo constancia. Ya puestos en asuntos del corazón, diremos que la otra gran pasión de Ganivet fue la bella, profesora de idiomas, Mascha Mjakoffsky, con ella aprende ruso, perfecciona el alemán, se inicia en el sueco y se introduce en la literatura escandinava, fue un amor imposible, nunca correspondido, que él desahogó escribiendo poemas intimistas en francés. Volviendo a la vida laboral, el 11 de julio de 1892 toma posesión de su cargo como vicecónsul de asuntos económicos en Amberes, ciudad que por aquel tiempo, debido a la colonización belga del Congo, es un hervidero de comercio y negocios. Los primeros meses son duros, vive en un cuarto alquilado, tiene dificultades con el idioma y se encuentra un caso de corrupción en el consulado: el canciller está implicado en la venta ilegal de pasaportes a extranjeros. Una vez aclimatado lleva una vida social activa, con reuniones, excursiones y viajes (París, Bruselas, Gante); un ir y venir que quedará cortado con la llegada de su pareja Amelia Roldán a la ciudad belga, se acentúa su misantropía preludio quizás de sus futuros desequilibrios psíquicos. Los cuatro años (1892-1895) de residencia en Amberes resultan enriquecedores en su formación intelectual: desarrolla el conocimiento de varios idiomas (inglés, alemán, italiano y, sobre todo, francés que hace suyo hasta el extremo de confesar que a veces se siente más cómodo pensando en esa lengua que en español), aprende a tocar el piano, lee y comienza a escribir; el 21 de agosto de 1892 publica su primer artículo, «Un festival literario en Amberes», en El Defensor de Granada periódico con el que se compromete a enviar una serie de crónicas e impresiones de sus viajes. De la toma de contacto con Europa adquiere conciencia de la industrialización y el materialismo del mundo moderno que le producen un profundo rechazo. A la vez que comienza la época más productiva de su obra, la relación con Amelia se resquebraja.
En el verano de 1895 vuelve a Granada donde el 15 de agosto fallece su madre, persona a la que siempre se ha sentido muy unido, un duro palo que alivia en lo que puede el calor de la amistad. Bajo su magisterio, un grupo de amigos constituye la Cofradía del Avellano, fuente de ese nombre, lugar de juegos y chascarrillos en su infancia y adolescencia. En sus conversaciones y cartas se revelan incipientes rasgos de una crisis personal. El 20 de diciembre acaba su primera novela La conquista del reino de Maya por el último conquistador español, Pío Cid; sátira del colonialismo europeo del siglo XIX que tan bien conoce de su estancia en Bélgica. El 25 del mismo mes es ascendido a cónsul de segunda clase con destino a Helsingfors (actual Helsinki), capital del Gran Ducado de Finlandia, territorio dependiente del Imperio ruso. Vía Berlín, Königsberg, San Petersburgo el 31 de enero de 1896 arriba en la ciudad finlandesa donde al día siguiente toma posesión de su cargo. Ejerciendo en ese tiempo y lugar conoce a la joven viuda de un oficial de la marina rusa Mascha Mjakoffsky, profesora de alemán, inglés y ruso, independiente, culta e inteligente; mujer de ideas feministas y belleza eslava antítesis de Amelia Roldán. Ganivet queda prendado de una mujer como nunca había conocido, ella le trata con cierta frialdad, el amago de romance apenas dura unos meses, Mascha emprende un viaje por Europa poniendo tierra de por medio. Mientras una se va otra viene, Amelia llega con su hijo a Helsingfors para reunirse con su esposo; la visita permanece hasta que Amelia encuentra escondidas unas cartas y fotografías de Mjakoffsky, en un arrebato de celos madre e hijo se vuelven a España. Desde entonces Ángel lleva una vida solitaria, recluido en un estado anímico depresivo se consagra a estudiar, leer y escribir; en los dos años y medio que pasa en Finlandia produce la mayor parte de su obra literaria: Granada la bella, Cartas finlandesas, títulos en los que se recoge un conjunto de artículos publicados en El Defensor de Granada; Hombres del norte, ensayos sobre la literatura nórdica (Henrik Ibsen, Jonas Lie, Bjonstijerne Bjornson); Los trabajos del infatigable Pío Cid, novela de corte autobiográfico; y en el verano de 1897 publica en Granada el Idearium español, su obra cumbre, donde ofrece su visión (crítica) de la esencia de España. En ningún momento pierde el contacto con su familia y amigos con los que mantiene una activa correspondencia, ni con la actualidad de su país, su amigo Nicolás María López le manda la prensa española, periódicos de Granada y Madrid. A principios del verano de 1898 su estancia en Helsingfors llega a su fin al ser suprimido el consulado por escasa eficacia comercial. Nuevo traslado y nuevo ascenso.
En el mes de junio de 1898 Ángel Ganivet es nombrado cónsul en Riga, sin embargo, a pesar del ascenso, en julio solicita la excedencia del cuerpo diplomático su intención es regresar definitivamente a España y dedicarse de pleno la literatura. A la espera de respuesta, cumple con su obligación, el 10 de agosto toma posesión de su cargo en la capital letona. Desde el siglo XVIII hasta el final de la I Guerra Mundial, Riga se ha trasformado en el gran centro educativo, comercial e industrial de la región báltica, la tercera ciudad en importancia del Imperio ruso, después de Moscú y San Petersburgo. En aquellos meses, desterrado por profesión, a miles de kilómetros de sus paisajes y sus gentes, se siente solo y aislado. Continúa escribiendo, en El Defensor de Granada (como de costumbre) mantiene un debate epistolar con Unamuno a cuenta del Idearium español, esta correspondencia se publicará en 1912 bajo el título de El porvenir de España; el 11 de noviembre envía el manuscrito de la obra dramática El escultor de su alma. La llegada del invierno nórdico recrudece la nostalgia, en las cartas que envía a sus allegados no disimula la crisis personal que le aflige. En los últimos días de noviembre vive en la residencia de su amigo el barón von Bruck, cónsul de Alemania en Riga, su estado psicológico es preocupante; apenas duerme, apenas come, fuma sin parar, se muestra nervioso y preocupado. El barón consigue que Ganivet visite al doctor Ottomar von Haken quien le diagnostica parálisis progresiva y estado alucinatorio, consecuencia, posiblemente, de la sífilis que padecía; parece ser que el médico recomendó su ingreso en una institución adecuada, pero la medida no pudo llevarse a efecto. Pocos días después de recibir tan amargo diagnóstico, el 29 de noviembre de 1898, Ángel Ganivet como cualquier otra mañana sale de la casa del barón von Bruck, su intención es recoger a Amelia Roldán y su hijo que llegan en un buque desde España vía Alemania. Para cruzar el río Dviná toma un barco de vapor, cuando está en medio de la travesía Ganivet se arroja a las aguas heladas, prestos los pasajeros dan la voz de alarma y la marinería logra rescatarle, pero cuando van a buscar unas mantas para abrigarle, aprovecha el descuido y se lanza de nuevo, esta vez resulta imposible salvarle la vida, muere ahogado por hipotermia. En paralelo a esta tragedia su mujer y su hijo desembarcan en el puerto de Riga, molestos porque Ángel no les está esperando toman un coche rumbo al Consulado de España, allí esperan hasta las diez de la noche cuando el cónsul alemán les comunica la infausta noticia.
En los siguientes días se recibe un telegrama procedente de Madrid enviado por Francisco Navarro Ledesma, solicitando que el cuerpo de Ángel Ganivet sea embalsamado en un ataúd de zinc, petición que es atendida. Según consta en el registro de óbitos, el entierro se celebra el sábado 3 de diciembre de 1898 a las 11 de la mañana, oficiado por el cura vicario Tabenski en el cementerio católico de San Miguel. Asistieron al sepelio susfamiliares (esposa Amelia Roldán Llanos e hijo Ángel Tristán Ganivet, de cuatro años), autoridades locales, personal del cuerpo consular y algún español. Tras veintisiete años de olvido en una tumba sin nombre, gracias al interés del periodista jerezano Enrique Domínguez Rodiño que guiado por la curiosidad de su oficio descubrió el sepulcro del escritor granadino, cumplidos los correspondientes trámites burocráticos (entre ellos la verificación de los restos), el cadáver fue repatriado a España. El 29 de marzo de 1925, en medio de una multitud que se agolpa al paso del féretro por las calles de Granada, Ángel Ganivet descansa en paz en el cementerio de San José de la ciudad que le vio nacer.
«No recuerdo haber hecho mal a nadie, ni siquiera en pensamiento; si hubiera hecho algún mal, pido perdón». (1)
(1) Extraído del pliego que dos días antes de su muerte Ángel Ganivet confió al barón von Bruck para entregar a Francisco Navarro Ledesma.