Andaba estos días algo despistada recolocándome las vértebras cuando se nos ha colado la Merkel por la plaza del Obradoiro. No puede una bajar la guardia ni para recuperar el riego cerebral. Dirá algún pijo de esos a los que les gusta aparentar por encima de nuestras posibilidades que la visita de los dirigentes de otros países le otorga al nuestro una distinción especial, y quizá no le falte razón a quien lo diga, pero, a mí particularmente, me gusta poco que venga la Merkel a vernos. En concreto, porque la última vez que la canciller visitó España, el desplazamiento nos salió por el módico precio de 100.000 millones de euros de rescate bancario que venía a ser un rescate indirecto de las entidades alemanas dependientes del sistema financiero español. En resumen, que vino a salvar a los suyos a costa de los nuestros. Y, por eso, llámenme bruja lola o lo que les plazca, pero me da a mí en las cervicales que la Merkel aterrizando en Galicia es pájaro de mal agüero.
Lo que ha sucedido en España desde que Rajoy perdió el norte viendo a esta rubia alemana de caprichos millonarios es que la deuda pública total y lo que las generaciones venideras de españoles tendrán que devolver ha aumentado 430.000 millones de pelotes, a pesar del recorte social, la contención del gasto, la supresión de las becas de investigación y las medallas policiales a la virgen. Esto es, que la reverencia mariana a la Merkel nos sale por cuatrocientos treinta mil millones de euros. O sea, más de doscientos mil millones por año de legislatura mariana. O, lo que es lo mismo, cada español debe quince euros más por día que pasa bajo el mandato mariano. En definitiva, la ruina caracolera. Y todo para seguir manteniendo un Estado inviable y corrupto en el que casi dos millones de parientes y amigos de la casta política, colocados a dedo, vampirizan a un pais completo.
Sin embargo, al votante de costumbres le importan poco los números. Al ciudadano de papeleta no le importan ni los números de su propia cuenta. Lo que de verdad le importa al español de toda la vida son las ideas. Llevamos lo que parece una eternidad escuchando que la situación económica del país y su endeudamiento eran insostenibles en época de Zapatero. Pues, no sé, pero me gustaría mucho que un día de estos el español medio viniera a verme y me explicase lo que es éste record de casi millón y medio de millones de euros de deuda que ha atesorado el gobierno de Rajoy. Porque, a mí, ahora que tengo las vértebras en su sitio y me han dicho que el riego me llega entero al lóbulo parietal, me asalta la percepción de que, cuanto menos tengo, más debo y no me salen las cuentas.
Teniendo en cuenta que todo esto empezó con una visita de la Merkel y una sonrisa de Rajoy y la imagen de estos días venía a parecérsele tanto que equivalía a una foto de entonces, a mí, no me huele bien lo que se pueda estar cociendo. No, no me gusta la Merkel. Y no, no me parece que haga buena pareja con Mariano. Porque, echando cuentas, esta relación me sale más cara que empadronarme en Berlín y venir todos los días a trabajar a España. Desde que esta señora y Mariano se conocieron, la deuda española ha superado de largo el billón de euros, lo que son muchos, muchos euros, español de toda la vida. Y, no sé a ustedes, pero a mí la deuda me pesa y, acompañada de esta política de sacrificio para que otros acumulen en Suiza sin ton ni son ni años de vida para gastárselo, puede doler una barbaridad, aunque no siempre sepamos reconocer ese dolor hasta que termina con nosotros.
Precisamente, al acabar conmigo, la artista que me volvió a poner los huesos en su sitio hace tres días, me preguntaba por pura curiosidad:
- Tenía que dolerte mucho la cabeza.
- Bueno, es que yo no sé cuánto les duele la cabeza a los demás.
A lo que me respondió para mi completo pasmo:
- No, es que la cabeza no tiene que doler.
Esto pasa mucho. Conforme una va cumpliendo años, cree que el cuerpo es una atadura al suelo de la realidad, como pueda serlo la esclavitud a que nos somete cualquiera de nuestros gobiernos, y que los distintos apéndices corporales duelen alguna vez para dar fe de que siguen allí, de la misma manera que los diferentes ministerios nos azotan un calambrazo de vez en cuando para justificar su presencia. Pero es que resulta que no, mis adorados votantes, resulta que la cabeza no tiene que doler.
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