Armando Añel
Las informaciones que llegan de La Habana, confusas, indican que o Ángel Santiesteban se fugó de la prisión-asentamiento en la que estaba injustamente recluido o la policía política se ha lanzado a fabricarle un condena extra para alargar su encarcelamiento y mantenerlo aislado. En cualquier caso, debe esperarse por las declaraciones específicas del narrador y bloguero. Hoy sabemos que sus hijos lo vieron de pasada en prisión pero no pudieron hablar libremente con él: un miembro de la Seguridad del Estado los acompañó todo el minúsculo tiempo que estuvieron frente a su padre.
No lo creo, pero si Santiesteban efectivamente tomó la decisión de fugarse –a pesar de que, como ha dicho María de los Ángeles Santiesteban, en otra época pudo haberse quedado en el exterior sin mayores inconvenientes y no lo hizo–, lo felicito. Con perdón de amigos y colegas que sé piensan distinto, uno nunca debe entregarse a un régimen delincuente. En Cuba no existe garantía procesal alguna, y todos conocemos el grado de indefensión superlativa que padece la ciudadanía. Un producto que el castrismo ha exportado a países como Venezuela, donde el caso de Leopoldo López demuestra que estos gestos de hidalguía resultan contraproducentes en sociedades secuestradas por el Estado.
Lo conversé con Idabell Rosales en su momento, Santiesteban nunca debió entrar en prisión por voluntad propia. No solo por el proceso amañado que sufrió previamente y que hace absolutamente injusta su condena, sino porque en países como Cuba todo el engranaje de convivencia social, de estructuración de lo cotidiano, está viciado de antemano y tuerce la lógica de las relaciones personales. Durante estos últimos meses, de cara a la campaña por su liberación, se ha visto con claridad el grado de envilecimiento de la clase intelectual cubana no solo en la Isla o entre los creadores procastristas, sino incluso en el exterior y en una parte de la disidencia mediática que dice “lamentar” la reclusión del escritor pero viaja medio mundo sin abogar por su libertad.
Vivir en Cuba es entregarse a una realidad tenebrosamente surrealista, y entregarse a los carceleros del país, como hizo en 2013, me pareció y me parece doblemente absurdo. Los cimarrones no se entregan. Pero respeto escrupulosamente al autor de El verano en que Dios dormía y a quienes defienden esta clase de actitud, valiente como pocas. Parece que Dios sigue durmiendo. Aunque, como ha dicho Carlos Alberto Montaner, también sabemos que despertará.
Publicado en NeoClubPress
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