Unos gatos desaparecidos. Una viuda ociosa. Un juez con demasiados casos sobre la mesa. Una niña que quiere salir de la pobreza y termina por ahogarse en la tormenta negra de la explotación sexual. Y, sobre todo ello, los tentáculos de las mafias rusas. La crueldad. La sordidez.
Ángela Vallvey ha removido tan a fondo el turbio asunto de las mafias de Europa del Este en su nuevo libro (El hombre del corazón negro, Ed. Destino), que ahora hasta evita pasar por la calle Montera para no ver tanto rostro desolado. Los ojos implorando libertad. Las bocas tapadas por una mano invisible pero implacable, dura y asesina. Los cuerpos al aire de unas mujeres que saben que han perdido todo poder sobre esa piel y que, en cierto modo, tampoco tienen ya el control de su alma.
«Es una obra de ficción, con componentes del periodismo de investigación», explica la autora, que, ante la cifra de las 70.000 mujeres que cada año son engañadas y sometidas a esclavitud sexual en Europa, ha decidido no volver la cara y empuñar su pluma para dar voz a quien la ha perdido.
—La primera cita de su libro es «Ha sufrido una victoria». ¿Esta paradoja podría considerarse el tema del libro?
—En cierto modo, sí. Como explico en la narración, esta frase la leí en una mala traducción de un texto deportivo escrito en ruso, pero creo que, a pesar del equívoco, retrata muy bien el carácter ruso. Este pueblo se siente derrotado hasta en la victoria, por su pasado esclavo y por su presente incierto. Y así es como se siente Polina, una de las protagonistas de la novela.
—Si las victorias se sufren, ¿las derrotas pueden disfrutarse?
—Es muy complicado gozar la derrota. Caer nos da lecciones y nos enseña cosas que del éxito no se aprenden. Yo siempre he dicho que del triunfo se aprende poco, pero resulta duro fracasar, por enriquecedor que pueda ser.
—No me gustaría que los lectores pensaran que estoy contando la verdad pura y dura, como se cuenta en un reportaje: es cierto que tras mi novela hay hechos reales, pero siempre están imbricados, superpuestos en la ficción.
—Pero bajo su narración late una sensación demasiado real: que el crimen organizado controla la economía y, en cierto modo, la política y la sociedad.
—Tengo la escalofriante sensación de que el crimen invade muchas áreas de la sociedad que deberían estar limpias. El dinero criminal es peligroso y contamina y es cierto que está demasiado extendido. A veces tenemos la tentación de pensar que no es más que dinero, pero si está manchado de sangre lo cambia todo.
—¿No da cierto miedo plantarle cara a las mafias rusas, aunque sea a través de una historia novelada?
—No. El hombre del corazón negro es una obra absolutamente narrativa, inventada. No hay en ella personajes reales, ni nombres reales, así que no puedo decir que me enfrento a las mafias como en su día se enfrentaron Politkóvskaya o Litvinenko, o Saviano en Italia. Ésta es una novela escrita desde lejos, desde lo que he podido conocer sin entrar en el mundo del crimen organizado. Incluso cuando hago mención a operaciones policiales que han sucedido de verdad y que han sido noticia evito referirme a personas reales, con sus nombres y apellidos. Yo quiero que mi libro sea de mis personajes, porque creo que eso también transmite una sensibilidad especial: la ficción pone rostro a las víctimas y a los culpables y permite que el lector empatice con la historia.
—Usted ha confesado que ha sufrido escribiendo esta novela. ¿La ha cambiado El hombre del corazón negro?
—Las experiencias frustrantes ayudan al crecimiento personal. Yo, por suerte, no he sufrido ninguna de las experiencias traumáticas que relato en el libro, pero de alguna manera sí he sentido el dolor que producen cuando las he escrito. La empatía con el personaje de Polina y con los casos reales de tantas mujeres prostituidas y esclavizadas sexualmente sí me ha hecho sufrir.
—También afirma que ahora le gustaría escribir «sobre cosas que importan de verdad». ¿Cuáles?
—Vivimos en un mundo muy confuso: la abundancia de información e interconexión está generando un nuevo oscurantismo, en el sentido de que hace que seamos menos conscientes de las cosas importantes. Vivimos bajo un bombardeo al que no prestamos atención, porque entonces nos abrumaría, y todo eso es lo que me gustaría contar: la manipulación, la falta de libertad, el futuro tan incierto al que nos enfrentamos, las experiencias de sufrimiento casi medievales que se producen, incluso en nuestras sociedades, que creemos 'superiores' y modernas.
—La esclavitud sexual es el leitmotiv de su libro, pero, ¿considera que nos enfrentamos a otros tipos de esclavitud menos evidentes y por eso más peligrosos?
—Sin duda. El gran peligro que sufrimos es que nos estamos convirtiendo en una gran masa expoliada: perdemos derechos, fortuna y libertad y sin embargo lo aceptamos, no nos rebelamos ante esta situación. El ser humano actual está sometido a un manto de esclavitud.
—Y dígame, usted que vive de las palabras, ¿cree que también pueden prostituir?
—Sí, las palabras prostituyen si se ponen al servicio de un amo. Y ése es otro de los grandes peligros de nuestra sociedad: convertirnos en marionetas que nos movemos y hablamos al son de un tirano que nos paga poco.
Publicado en Diariocrítico.