En agradecimiento a todo el equipo de Coordinación de Trasplantes del Hospital Ramón y Cajal, a los Doctores: Burgos, Dras. Mendiola y Rivera (Unidad de Diálisis Peritoneal), a los enfermeros/as y auxiliares de la planta de Agudos, a todo el personal de la séptima planta, a Marisol (Coordinación de Trasplantes), a Estrella (enfermera, asistente de quirófano), a la Dra. Fernández y, en especial, a nuestros Ángeles Anónimos y a sus familias que haciendo de tripas corazón, accedieron a devolvernos la vida, consiguiendo que el dolor por la pérdida de un ser querido no fuera en vano.
A TODOS, MIL GRACIAS!!! link
A Mateo #M4M, a Celia
A mis padres, Juan y Pilar... Los mejores padres del mundo.
Y a ti,que te vas a hacer donante, ¿A que sí?
“A veces podemos pasarnos años sin vivir en absoluto y de pronto toda nuestra vida se concentra en un solo instante” (Oscar Wilde)
-No te preocupes, te vamos a atar los brazos sólo por precaución-.
El gran foco encima de su cabeza, le impedía ver bien a la gente que pasaba alrededor de él, mientras permanecía inmóvil en aquella camilla. Comenzó a temblar. Corría una leve brisa y aquel pijama fino de gasa verde, no abrigaba casi nada.
-José - dijo una enfermera,
-¿Cuánto pesas?.
-67 kilos - dijo el hombre, al que le fue imposible ver el rostro de su interlocutora, ya que lo tenía tapado por una enorme mascarilla verde, a juego con un gorro de baño que le cubría la cabeza.
En realidad todas las vestimentas eran del mismo color, parecía como si, de repente, el hombre fuera a ser intervenido por media plantilla del Barsa, equipados como cuando juegan fuera de casa.
La habitación estaba alicatada, con baldosín blanco brillante, de arriba abajo. No era muy grande, (al menos esa fue la impresión que se llevó él). Lo que si pudo comprobar es que la camilla, sobre la que estaba postrado, era muy estrecha. Minúscula. Parecía casi hecha a medida y le recordaba a aquellos potros de tortura de la edad media.
Cuando le ataron los brazos en cruz, parecían confirmarse sus peores augurios. Tuvo miedo. Tembló. Serían los nervios (pensó) o quizás sería hambre. Recordó que llevaba sin probar bocado desde la noche anterior, antes de recibir la llamada. Antes de que cambiara su vida para siempre.
Habría un antes y un después tras este trance y él era consciente de ello, quizás por eso temblaba. Quizás por eso tenía frío. Suspiró fuerte y trató de relajarse.
-José, ¿Ya te estás durmiendo?- pregunto la misma enfermera de antes, (la que le había pedido el peso).
-Yo no siento nada- contestó él.
-Muy bien, ahora empieza a contar del diez al uno y respira normal-
José comenzó la cuenta atrás: 10,9,8,….
Después, la vida se fundió a negro.
Sonó el móvil que tenía encima de la mesilla, al lado de su cama, en la habitación. Abrió los ojos para comprobar de un vistazo la hora que era antes de encender la luz. La una de la mañana. Cogió el teléfono y comprobó que, en la pantalla, aparecía un número de esos largos, como de centralita.
-Sí, ¿dígame?.
-Hola, ¿hablo con José? -preguntaron desde el otro lado del teléfono.
-Sí, soy yo -contestó el hombre entre asustado y aturdido por el sueño.
-Hola, José, buenas noches. Perdone que le moleste. Llamo de Coordinación de Trasplantes del Hospital Ramón y Cajal. Tiene usted que venir esta noche a la planta tercera, Unidad de Agudos, para un posible trasplante. Eso sí, no venga antes de las cuatro de la mañana…
-Muy bien, espere un instante que tomo nota de todo- pidió él.
El hombre cogió papel y bolígrafo de su escritorio y apuntó todos los datos.
-Perfecto, sólo una cosa más José- dijo su interlocutora.
-Comentarle que usted viene en calidad de reserva. Es decir, hay una persona que tiene prioridad en el trasplante. A usted se le llama, únicamente, por si se da el caso de que la persona titular no sea compatible con el órgano recibido….
-Sí, sí…me hago cargo. Perfecto, muchas gracias- contestó él.
-Bien, pues entonces a las cuatro en la planta tercera, zona de agudos. Venga en ayunas….Buenas noches.
-Buenas noches- sentenció emocionado José.
Colgó el teléfono y se tomó unos segundos para él. Se sentó en el borde de la cama, en la habitación que le había visto crecer y que había sido testigo de casi todas las decisiones importantes de su vida. Dirigió la mirada hacia el infinito.Comenzó a temblar. Era una sensación que no había experimentado antes, una mezcla de miedo, alegría y nervios. Las piernas tenían autonomía propia. Se movían a su antojo de la emoción.
Vinieron a su mente momentos pasados: el instante en el que le dijeron que la diálisis era inevitable, la conversación con el equipo de coordinación de trasplantes -el día que le tomaron los datos para incluirle en la lista de receptores-, las horas sin dormir, el estado de nervios de los suyos –a su padre, esa situación, le había producido un amago de angina de pecho tan sólo un año antes-.
Con paso decidido tomó aire y salió de su cuarto, sabiendo que aquel era el principio de una nueva aventura en la que, esta vez, le iba en juego: la vida.
"A lo largo de toda mi vida, mi relación con mi familia, ha sido siempre una fuente de fuerza y estabilidad, pero sobre todo durante los últimos años. La familia era donde recurría para recibir apoyo incondicional, en un mundo que carece de él con demasiada frecuencia" (Eben Alexander, "La prueba del cielo")
Cuando escuchó la primera voz, envuelto aún en la nebulosa de la anestesia que le impedía abrir los ojos, reconoció a su madre. El hombre distinguió también, medio en sueños, la voz de la doctora de Diálisis Peritoneal que había llevado su caso. Estaban charlando.
Cuando despertó y abrió los ojos, era ya de madrugada. Sólo recordaba, que había entrado en el quirófano por su propio pié y que le habían atado las manos. Ahora, estaba en esa habitación….
"A mí me emocionan especialmente los donantes vivos. La madre o el padre que dan un trozo de hígado o un riñón a un hijo: ¡da la vida dos veces. ¡Dios mío!"(Estrella, enfermera asistente de quirófano. Unidad de trasplantes)
Los días transcurrieron y su estancia pasó por varias etapas: primero cuidados intensivos, después pasó a incorporarse y levantarse levemente para subir por último a planta. Fueron tiempos complicados de adaptación a la nueva medicación, de asimilación de su nueva condición y, ¿por qué no decirlo?, de aprender a digerir su nueva vida.
Si algo comprendió el hombre fue que, mientras toda la etapa anterior, la había pasado únicamente con los suyos -que habían permanecido impasibles a su lado-, esta situación a la que había tenido que adaptarse, casi sin tiempo para pensarlo, le había puesto en contacto con personas que estaban en su mismo trance.
Supo entonces que aquella historia no tenía nombre propio. No tenía un solo nombre. Esa historia se llamaba Aurora (a la que conoció, el mismo día en el que a él le iban a operar, y que le tranquilizó. A ella le habían trasplantado la noche anterior y, desde su estado, le transmitió fuerza y seguridad). Tenía el nombre, también, de Shanasi, un búlgaro que se convirtió en un excelente compañero de habitación y que llevaba cinco años esperando (soñando), con volver a tener una vida normal. Esta historia, era la historia de Rosa, a la que la diálisis estaba a punto de derrotar: haciéndole abandonar, desistir, renunciar a la lucha y a toda esperanza. El relato pertenecía también a José Manuel, a su mujer y a todos y cada uno de los familiares y amigos de los enfermos, que daban consuelo, calor y amistad de pasillo en los momentos duros, y que demandaban lo mismo cuando les venían malas dadas.
Todos ellos pudieron saborear la tragedia, la otra cara de la moneda y ver que –aunque ellos se habían quedado a éste lado del precipicio-, el otro lado también existía, y en él se encontraba el abismo.
De los seis luchadores que, como ellos, habían jugado a las cartas con San Pedro aquella noche fría de Noviembre, uno salió derrotado. Su corazón dejó de luchar y sumió a aquel pasillo en un silencio: atroz, homicida, desgarrador y tétrico.
Fue la realidad en su formato más cruel y más inesperado. Pero fue la realidad en estado puro. link
Hay personas que creen que, cuando alguien recibe el órgano de otra persona (ya fallecida o no), recibe también parte de su alma. Sin duda, es el gesto de amor más incondicional que puede haber.
Morir para que otros vivan resulta macabro, pero sólo pensar que puedes devolver la vida a alguien que la necesita,-cuando por la tuya ya no hay nada que hacer-, es heroico.
Los ángeles existen. Posan sus alas sobre nosotros, nos protegen, nos vigilan, nos cuidan. Están ahí aunque tú no los puedas ver…. Esos ángeles vivieron, existieron, estuvieron en este mundo y algunos se marcharon dejando, para los demás, un regalo impagable. No hay dinero en el mundo que pueda pagar gestos como este.
Podría esgrimir mil razones, para intentar convencerles de lo necesario que es donar. Podría apoyar mis argumentos diciendo que nadie está exento de necesitar: sangre o un órgano –sea por necesidades propias o las de un familiar-. Pero tan sólo les daré un dato: El ocho por ciento de los pacientes en lista de espera, acaban muriendo porque no hay órganos suficientes.
Por eso, tu gesto –aunque a ti te parezca insignificante-, es vital. Hazte donante. Aunque sólo dones sangre… tu sangre es VIDA. link
El protagonista de nuestra historia nació -de nuevo-, un 8 de Noviembre del 2012. Aquella fría noche, mientras él se dirigía a las 3:30 de la madrugada hacia el hospital -sin casi esperanzas de poder ser trasplantado-, en la radio del coche sonaba: Angels, de Robbie Williams.
Premonitorio o no, fue la última canción que escuchó antes de ser intervenido. Aquella feliz noche, finalmente y de manera atípica, se recibieron seis donaciones más. Seis rayos de luz… Seis nuevas esperanzas. Seis nuevas vidas….
Una de ellas: la del protagonista de este relato.
El cuento esta vez acabó de forma feliz, pero tomemos consciencia: porque la historia, no siempre acaba así. ¡Hazte Donante!.