Año: 1979
Editorial: Sportula (2016)
Género: Relatos
Valoración: Recomendable
Relatos sí, pero algo más que eso. Esta obra no se puede encuadrar en un género concreto, porque si bien está construida con piezas individuales, cuentos, relatos breves, o como queramos llamarlos; todos unidos conforman una narración unitaria, una novela en realidad. En esta estructura, repetida con más o menos suerte por muchos autores en la historia de la literatura, residen muchas de las virtudes y un único defecto destacable que he encontrado en la obra. Dentro del género de ciencia ficción, y si dejamos aparte al Gulliver de Swift (primera referencia que se atisba), podemos acudir a Lem con sus Diarios de las estrellas y Congreso de futurología para encontrar un antecedente claro de la forma en que Gorodischer afronta esta narración. De hecho Ijon Tichy podría ser perfectamente el maestro, el primo o el compañero de correrías de Trafalgar Medrano. Enseguida me vino también a la cabeza la descacharrante saga de Douglas Adams sobre ese viajero galáctico, su toalla y su guía interactiva del universo conocido y por conocer.
Con tan destacados padrinos y compañeros de camino (la Guía del autoestopista galáctico se publicó el mismo año que esta obra) los antecedentes para abrir boca e hincarle el diente a esta colección de relatos son inmejorables.
Resulta también muy agradable comprobar cómo hay editoriales dispuestas a recuperar autores canónicos de la ciencia ficción y la fantasía en nuestro idioma. Y es que Angélica Gorodischer es, por méritos propios, una de las grandes del género fantástico en castellano. Su obra es extensísima y cuenta entre sus novelas y libros de relatos con algunos clásicos irrenunciables para entender de dónde venimos en lo que a este género respecta. Obras como Kalpa Imperial (que tradujo al inglés la mismísima Ursula K. Le Guin) la han convertido en cita inevitable para todo aficionado a la buena narrativa fantástica hispanoamericana. Por eso me parece un acierto que Sportula se decida a reeditar esta obra que data de 1979; haciéndolo, ayuda al fiel seguidor a refrescar lecturas y a los nuevos lectores que no pudieron leerla en su momento a conocer a una autora crucial.
Dejo ya los antecedentes y os presento a Trafalgar Medrano, moderno Marco Polo interplanetario e insigne habitante de la ciudad de Rosario. Me llamó mucho la atención cómo antes del primer relato se inserta una nota de sociedad publicada por la Subcomisión de Relaciones Públicas de la Asociación de Amigos de la ciudad de Rosario (¡toma ya!), en la que se nos pone en antecedentes de quién es el personaje protagonista. Porque no sólo el título de esta colección de relatos lleva su nombre, sino que la obra completa es un compendio de los viajes de este atildado comerciante, amante del café, de los gatos, de los amoríos y de la charla calmada. Tiene mucha labia este Medrano, influjo, don de gentes y un punto de juglar-dandi que no os va a dejar indiferentes.
Como he apuntado más arriba, el puñado de cuentos que estructuran esta obra no son más que una crónica por capítulos de los viajes que, con fines comerciales (en principio, porque después derivan en peripecias alocadas), Trafalgar Medrano lleva a cabo a lo largo y ancho del universo. A veces son narrados por él mismo, en primera persona, y en otras ocasiones referidos por alguna de sus amistades. Pero siempre, todas y cada una de las piezas, repiten la misma composición, el mismo tono humorístico llano que funciona a las mil maravillas, el mismo gusto por el absurdo y la ironía.
Se produce un contraste que nos hace dudar sobre la veracidad de lo que el protagonista cuenta; la tranquila vida en la ciudad argentina de Rosario y las estrafalarias correrías de Trafalgar no parecen caber en una misma realidad. Dudamos hasta el final si creer o considerar a Medrano como un loco consentido e inofensivo al que todos dejan hablar e inventar. Y es que ante la descripción de vivencias en mundos donde impera un matriarcado de rubias perfectas, de civilizaciones que se comunican mediante bailes hipnóticos, de la corte de los Reyes Católicos en otro planeta pero no en otro tiempo y de situaciones similares en lo absurdo pero muy distintas en sus detalles, uno llega a plantearse si no está siendo víctima de una broma urdida con habilidad y sorna por Gorodischer.
Profundizando un poco dejamos atrás la apariencia de superficialidad, de ameno cuento humorístico contado al calor de una taza de café, y hallamos otra dimensión en la presencia de pinceladas de carácter antropológico que podrían estar referidas a variaciones de nuestra propia forma de vivir y que nos invitan a reflexionar sobre la ordenación política, económica, cultural y social de nuestra especie. También se da una dualidad interesante en la construcción de la psicología del protagonista, sutil e implícita entre líneas, y que se nos devela en cómo vive las situaciones hilarantes que se nos relatan. Todo un acierto de la narradora.
Para terminar mencionaré el único defecto que le encuentro a esta obra: su estructura. Si bien la autora la utiliza con habilidad y soltura, en algunos momentos el paralelismo absoluto de un relato a otro puede hacerse algo repetitivo. Este problema, de surgir, puede solucionarse dejando el libro siempre a la vista, tomándolo sólo cuando nos apetezca reírnos un rato, reflexionar desde el humor o disfrutar del respeto que la narradora demuestra por la riqueza de un léxico que maneja a sus anchas.
Una recomendación final para los que, como yo, no estéis familiarizados con el español que se habla y se escribe en Argentina: tened preparado el diccionario. Trafalgar se puede leer perfectamente sin su ayuda, pero alcanzaréis una mejor comprensión de los matices de la voz narrativa y apreciaréis mejor cómo pasa de la jerga a un lenguaje más formal si utilizáis esa herramienta.
Disfrutad de esta recopilación de relatos sobre un viajero elegante en su aspecto y estrafalario en sus costumbres. Y si sois aficionados a la ciencia ficción y la fantasía escrita en castellano, no perdáis de vista el catálogo de Sportula.
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