Enrique, o Julio, da igual quién ya desde el primer tercio de la novela, asiste incrédulo al derrumbamiento de su existencia, porque todo lo que conoce deja de pertenecerle. El objetivo, y su autor lo sabe como nadie, es retorcer también la conciencia del lector, avisarle de que es posible que nuestra placidez existencial pueda verse alguna vez truncada por un destino que suele ser el más gamberro de los dioses que vigilan nuestro paso por la vida. Hay dudas, evidentemente, y un proceso progresivo al que asistimos y en el que casi participamos, con sus fases de negación, incredulidad, búsqueda de posibles causas, presunción de una broma pesada, e incluso la puerta entreabierta a la locura.
Lo mejor es precisamente la delicadeza que Rubén le imprime al proceso, delicadeza o exhaustividad, porque no deja que su personaje se salte un solo paso, y de esa forma logra que nosotros mismos caigamos también presa de la inquietud y el desasosiego, hasta el punto de que hay ocasiones en las que, al cerrar el libro, no tenemos más remedio que mirar a nuestro alrededor para constatar que realmente somos quienes somos, o al menos quienes creemos ser. Porque ha dinamitado aquella famosa frase de don Quijote: ‘yo sé quién soy’. ¿Estamos seguros de eso?
Anillo de Moebius. Rubén Castillo.Sloper. Palma de Mallorca 2014. 187 páginas. 15 euros.(LA VERDAD, "ABABOL", 1/11/2014)