—Hola cariño, ¿qué tal el cole? ¿Ya estás en casa?
—Bien, todo bien. Sí, estoy en casa. ¿Sabes qué?
—Dime.
—¡Ya sé me han dado los datos de la niña alemana que va a venir al intercambio!
—Ah, fenomenal.
—No es alérgica, ni celiaca, ni asmática, como yo, pero en su ficha pone que no come carne de animales que no hayan sido felices.
—¿Qué?
—Que no come carne de animales que no hayan sido felices. ¿Cómo se sabe si un animal ha sido feliz?
—No se sabe porque es una memez.
—¿Los que comemos nosotros han sido felices?
—No tengo ni idea pero da igual.
—¿Y qué le vamos a decir?
—Le vamos a decir que en España hace muchísimo sol y todos los animales son felicísimos.
—Jajajaja. Mamá, nos va a entrar la risa con eso.
—Pues claro, es que es una memez.
—¿Y los huevos son felices? ¿O las que tienen que ser felices son las gallinas que los han puesto?
—¡María!
—Mamá, estoy llorando de la risa.
—¡María!
—Lo peor mamá, va a ser cuando vaya a su casa... ¿Y los peces? Los peces parecen felices pero claro, yo no puedo comer peces porque me muero. Me da igual su felicidad, la verdad. Espero que no me den peces.
—Más les vale no darte peces.
—En la ficha dice también que es solidaria.
—Lo suponía.
********
Y a esto hemos llegado. En esta sociedad absurda, que cuando no tiene problemas se los inventa, ponemos al mismo nivel las enfermedades como la celiaquía o la alergia alimentaria severa (María no puede comer pescado, no puede ni tocarlo de la alergia que le da) con "no comer carne de animales que no hayan sido felices".
Me he reído con María y me río pensando en las lentejas que la pizpireta niña alemana se va a comer. Lentejas con chorizo feliz por supuesto. Si ella mira cara a cara al chorizo y lo ve triste, que no se lo coma. No voy a obligarla a comer chorizos tristes.
Y luego me he cabreado porque estamos completamente imbéciles. Niñas de trece años que no comen animales que no hayan sido felices. No se me ocurre majadería mayor. Primero fue el gluten designado como alimento enviado por Satán. Y ahora son los animales felices. Y ¿por qué no dejar de comer los días pares? O comer solo a intervalos de 4 horas y 17 minutos. O solo alimentos blancos. O solo alimentos con los tres colores primarios. O que empiecen con C en alemán pero con E en español. O sólo en platos verdes. O a oscuras. O con las manos. O solo huevos puestos por gallinas bizcas en cuarto menguante sobre un lecho de narcisos silvestres. O sólo filetes de vaca que hayan vivido en un cuento Disney y queso de las ovejas de Heidi.
¿Animales que hayan sido felices? Me fascina el concepto. Somos incapaces de tener empatía por el dolor de nuestro vecino, no sabemos qué pasa en las relaciones de pareja de nuestros amigos, no detectamos los motivos de tristeza de nuestros hijos y no sabemos porqué llora la desconocida qué va sentada frente a nosotros en un tren, pero sabemos diferenciar una vaca triste de una vaca feliz, un cerdo satisfecho con su vida de otro que se arrepiente de sus decisiones y una trucha que dejó escapar los mejores momentos de su vida, de otra exitosa.
No sé si habrá animales felices pero más idiotas que nosotros, ninguno.
PS: Por supuesto el intercambio va a ser estupendo y muy chulo para las dos. La invitada comerá lo que quiera comer aunque me tenga que ir al mercado de la otra punta de Madrid a comprarlo y nos curraremos que tenga la mejor experiencia posible en nuestra casa, igual que estoy segura de que allí será lo mismo para mi hija. Eso no quita para que se nos haya ido la pinza como sociedad.