En su libro “La cocina práctica” el cocinero Picadillo, en realidad Manuel Puga y Parga (1874-1918), abogado y alcalde de La Coruña, le otorgó una cualidad a la merluza mucho mejor que el Parlamento español que acaba de concederle, como a todos los animales, la cualidad de “ser vivo”, lo que cambia jurídica y éticamente su situación.
Caminaba Picadillo por un muelle cuando una merluza saltó desde un pesquero a tierra e inició una conversación con él, aunque enseguida se desmayó al intuir que aquél enorme humano quería devorarla: el pez tenía emociones.
El cocinero escribió al iniciar la receta para aquella merluza: “Hay animales que son indiscutiblemente superiores al hombre”.
En uno de sus miniensayos, este dedicado al besugo, el sabio filósofo Gabriel Albiac dice que la declaración del Parlamento rompe “la dura constante metafísica que atribuye la condición de “cosa” a todo cuanto existe en este mundo. Y sustrajo de tal estatus a los animales”.
Digamos que los diputados posiblemente reconocieron como Picadillo la superioridad de los bichos, que quieren vivir hasta su muerte natural además de ser tratados respetuosamente.
Extendiendo los acuerdos parlamentarios a la ética, los animalistas exigen que no se sacrifiquen animales ni siquiera para alimentarse porque, afirman, los humanos no tienen derecho a matar a otros seres vivos.
“Cataluña, más cerdos que personas”, denuncian las pancartas del Partido Animalista Contra el Maltrato Animal (PACMA) en las elecciones catalanas en las que describen “el horror que padecen los 20 millones de cerdos” que se crían anualmente allí para consumo humano.
Estos vegetarianos nos prohibirán finalmente comer carne o pescado. Aunque la ciencia ha descubierto algo que los desconcertará: las hierbas tienen sentimientos, igual que la merluza de Picadillo.
Como seres vivos tendrán derecho a que nadie las mate segándoles cruelmente los tallos, como hacen ellos, mientras “Els Segadors” seguirá pidiendo hacerlo con los cuellos humanos, especialmente los castellanos.
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SALAS
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