Cada minuto que pasa se alejan más de la ruta verdadera, se muestran incapaces de detener la embarcación, conscientes de que asumir el error equivaldría a reconocer que están perdidos (Pág. 242).
—¿Desdichada yo? —exclamó Anna, acercándose y mirándole con una sonrisa llena de amor y adoración—. Soy como una persona hambrienta a la que han dado de comer. Puede que tenga frío y se sienta avergonzada de sus andrajos, pero no es desdichada. ¿Desdichada yo? No, aquí está mi felicidad… (Pàg. 248).
—Ya lo ves —dijo Stepán Arkádevich—. Eres un hombre de una pieza. Y esa es tu mayor cualidad y tu mayor defecto. Debido a la integridad de tu carácter, querrías que la vida se basara en los mismos principios, pero no sucede así. Desprecias la labor del Estado, porque te gustaría que cualquier actividad humana tuviera un fin determinado, y eso no suele suceder. También querrías que todos nuestros actos tuvieran siempre un fin, que el amor y la vida conyugal fueran una misma cosa. Y están lejos de serlo. Tanto el encanto, como la variedad y la belleza de la vida residen en ese juego de luces y sombras. (Pág. 72).
La novela, como apunta Gallego Ballestero, está llena de poesía sin ser poética. El simbolismo es un buen ejemplo de ello: la muerte (el capítulo titulado así, que comprende un fallecimiento y una concepción); la estación de tren (comienzo y final de esta etapa de Anna; curioso que Tolstói muriera en una); la llegada de Anna a casa de su hermano, cuando pide a su cuñada que le perdone la infidelidad, sin imaginar que más tarde la cometería ella misma; la confrontación entre el campo (lo puro, donde Levin se siente bien) y la ciudad (artificial, ni Anna ni Levin son felices allí); la caída del caballo de Vronski, etc. El autor realiza un vastísimo análisis de las relaciones humanas, pero las enfoca con una gran precisión, cada detalle tiene su significado. La escritura comprende de todo: diálogos amenos y descripciones detalladas, ritmo dinámico y fragmentos de cavilaciones.
Lev. N. Tolstói
En suma, Anna Karénina es una obra maestra que todo lector debería leer en algún momento de su vida. Representa la cúspide del realismo decimonónico, una novela tan completa que cada capítulo equivale a una master class de literatura. Todos los personajes, desde los protagonistas hasta los secundarios (que no son pocos), están trazados con tanto esmero que sus caracteres resultan únicos, aunque su papel como parte del conjunto siempre tiene un significado extrapolable a la vida en general. Entre sus páginas desfilan innumerables temas vitales que recogen todo aquello que afecta al ser humano. Pocas veces se puede leer un libro de este nivel, muy pocas veces.Las fotografías pertenecen a la adaptación de 1935, dirigida por Clarence Brown y protagonizada por Greta Garbo. También muy recomendable.