Título original: The search for Philip K. Dick
Idioma original: Inglés
Ilustraciones: Alejandro Terán (cubierta)
Año: 1995-2010
Editorial: Gigamesh (2020)
Traducción: Lluís Delgado
Género: Memorias (no ficción)
Philip K. Dick es uno de los autores más importantes de la historia de la ciencia ficción. La mayoría lo conoce por ser el autor de las novelas o relatos en las que se basan las obras audiovisuales Blade Runner (Ridley Scott, 1982), Desafío total (Paul Verhoeven, 1990), Minority Report (Steven Spielberg, 2002), Paycheck (John Woo, 2003), y El hombre en el castillo (Frank Spotnitz, 2015), entre muchas otras. Fue autor de cuarenta y cuatro novelas y ciento veintiún relatos cortos; fue sobre todo conocido como autor de ciencia ficción, pero en su carrera temprana escribió novela literaria y entre sus lecturas predilectas se hallaban Proust, Joyce y Balzac. En vida, ganó el Premio Hugo por El hombre en el castillo y el John W. Campbell Memorial por Fluyan mis lágrimas, dijo el policía y fue incluido en el Salón de la Fama de la Ciencia Ficción a título póstumo.
Días de sol en Point Reyes Station
En busca de Philip K. Dick no es una biografía del escritor; se trata de las memorias de Anne R. Dick en lo que respecta al tiempo que compartieron sus vidas, completa con los eventos que tuvieron lugar después de su separación y divorcio y con una investigación acerca de su infancia y juventud. Así, el libro se divide en tres partes que cubren estos tres períodos y se presentan en este orden, lo que encuentro todo un acierto.
En 1958, el marido de Anne, el poeta Richard Rubenstein, acababa de morir y ella se mudó a Point Reyes Station, un pueblecito del norte de California, con sus tres hijas. Decidió ir a presentarse a sus nuevos vecinos, que resultaron ser Philip K. Dick y su segunda esposa, Kleo Apostolides. Anne describe una conexión eléctrica e instantánea entre los dos, que culminó con un idilio a las dos semanas de conocerse. Philip se divorció de Kleo y se fue a vivir con Anne y sus tres hijas a la casa de Point Reyes Station; se casaron y tuvieron una hija en común, Laura Archer Dick.
En esta primera parte de las memorias, Anne describe una vida idílica en el campo con Philip: cómo se hizo cargo de las niñas, los diversos animales que vivían en su finca, sus excursiones en busca de setas, pícnics en la playa, tardes de juegos en familia y un apabullantemente detallado etcétera:
Sin saber muy bien cómo, acabamos con cuatro gallos y ninguna gallina. Los cuatro gallos se encaramaban a la valla frente a la ventana del estudio donde Phil intentaba escribir, y pasaban horas cacareando e irritándolo sobremanera. Los regalamos poco después. Nos hicimos con una cobaya como mascota para las niñas. A mí me daba la impresión de que siempre estaba aterrorizada, pero se dejaba tocar.
El afable caballo cuarto de milla alazán de dieciséis años de Richard todavía estaba en nuestro terreno; Phil se comportaba como si le tuviera miedo, aunque no lo reconocía. Cada vez que salía a dar de comer a los patos, ahuyentaba al caballo con una escoba.
Si algo se puede destacar de En busca de Philip K. Dick es la prosa hipnótica de Anne R. Dick, que resucita con detalle plástico días felices y desdichados de la década de la revolución sexual; el trabajo de traducción es soberbio, sin sombra de calcos ni expresiones torpemente trasladadas: la voz narrativa y evocadora de Anne nos llega sin ninguna mancha.
Claroscuros
Pero no todo era paz y felicidad en la casa de Point Reyes Station. Entre Anne y Philip tenían lugar peleas a gritos en las que se rompían platos (cosa que, por otro lado, se veía como normal en la época) y Philip empezó a dar muestras de un malestar que lo persiguió durante toda su vida. K. Dick podía ser encantador y carismático, pero eso le permitía ser también un manipulador de tomo y lomo; unido a sus problemas de ansiedad, agorafobia, adicción y brotes psicóticos daba lugar a una mezcla explosiva con el potencial para dañar a quienes tenía a su alrededor.
Anne comenta con aprensión que la imagen que él proyectaba de ella en las mujeres de sus novelas se alejaba mucho de cómo ella se percibía: caprichosas, exigentes, egoístas. Se refiere en varias ocasiones a un incidente en el que, sacando el coche por la rampa del jardín, Philip creyó que Anne lo había intentado atropellar mientras abría la verja y él salió corriendo; le mencionó a diferentes personas en las décadas posteriores que no tenía ninguna duda de que Anne lo había querido matar. Estos conflictos y la manía persecutoria de Philip desembocaron en un incidente en el que Philip convenció al terapeuta de Anne de que la ingresara en un psiquiátrico. Las secuelas de la medicación que le administraron se hicieron sentir durante años. El relato de Anne es un triste testigo de los grandes defectos y fallos de la psiquiatría institucional de entonces -que tampoco pudo hacer gran cosa por Philip-, muchos de los cuales arrastramos aún a día de hoy.
En la segunda parte, después de su separación y posterior divorcio, Anne continúa narrando las vidas de ambos por separado. En las partes que conciernenen a Philip, Anne se apoya en entrevistas con un sinnúmero de personas que conocieron y trataron a Philip, y su trabajo de investigación es francamente impresionante; sin embargo, los entrevistados no suelen tener el talento narrativo de Anne y las partes segunda y tercera no resultan tan cautivadoras como la primera.
Un autor consagrado entre adolescentes
El divorcio de Anne se vio también exacerbado por la incipiente adicción de Philip a las pastillas, en especial las anfetaminas, que le habían prescrito en su juventud para ayudar con sus múltiples trastornos. Tras la separación, Philip se fue a vivir con una fan suya, Grania Davis, hasta que Philip trató de tirarse en coche por un barranco llevándola de copiloto. La cuarta esposa de Philip resultó ser Nancy Hackett, la hija de unos amigos en común con Anne y con quien tuvo a su segunda hija; en cierto momento, Anne describe a Philip como un "monógamo en serie": se enamoraba apasionadamente de una mujer y, cuando no podían hacer funcionar la relación, se marchaba con otra y le proponía matrimonio.
Anne recupera una carta de Philip a su hija Laura de 1979:
[...] Por culpa de la preocupación y el agotamiento, he abandonado parcelas enteras de mi vida, como la relación con mis hijos. Me he convertido en una máquina que solo sirve para pensar. Me asusta. ¿Cómo he llegado a este punto? Me planteé un problema que soy incapaz de olvidar, pero que tampoco consigo resolver, así que estoy atrapado en un papel matamoscas. No puedo liberarme, es como un karma que yo mismo me he impuesto. Mi mundo se reduce; cada día que pasa trabajo más y vivo menos. Creo, percibo, que se me están desconectando sistemas y circuitos del cerebro. [...] Quiero estar con Laura. Entonces, ¿por qué estoy trabajando en el maldito libro? ¿Acaso no tengo el poder de parar? Correcto, no lo tengo: soy obsesivo. El problema epistemológico/teológico/filosófico que me planteé años atrás me impulsa y me ha convertido en un mecanismo servoasistido. [...] Me he convertido en una función mecánica de mi propia idea, la idea de que algo va mal en el cosmos y tengo que descubrir qué es. Nadie lo ha conseguido, pero yo lo lograré.
Por último, la tercera parte de En busca de Philip K. Dick se centra en la infancia y juventud de Philip. Anne R. Dick recoge los testimonios de su familia y amigos acerca de una infancia marcada por la curiosidad científica y la creatividad, pero también por la profunda culpa que afligía a Philip por haber sobrevivido a una hermana gemela que nació muy débil y la relación ambivalente con su madre.
En conclusión, En busca de Philip K. Dick es un texto que interesará a los admiradores del autor de ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?, pero se trata también de un excelente libro de memorias escritas por una mujer inteligente e interesante de pleno derecho que ha vivido a la sombra de su exmarido. La prosa fluida, detallada y evocadora de Anne R. Dick, realzada por el extraordinario trabajo de traducción, se merece un lugar en nuestras estanterías independientemente de quién fuera el objeto de sus memorias.