El tercer grupo “estable” del Parlamento de Andalucía, no por pequeño menos importante, es Izquierda Unida (UI), la coalición formada por un puñado de partidos que giran en torno al Partido Comunista de España, el astro que alumbra la vida política que germina más allá, al fondo a la izquierda, de los predios en los que arraiga el PSOE. Esa posición es, precisamente, la razón de ser y el peligro de una formación que constantemente define su identidad y sus estrategias en virtud de su relación con el gran “sol” socialista. Todos los momentos álgidos de IU, así como sus grandes tropiezos, siempre han estado motivados, directa o indirectamente, por esa relación de atracción/repulsión que profesan los dos entes que representan la izquierda en este país. También en Andalucía.
IU se enfrenta a las próximas elecciones autonómicas con la “cruz” de haber formado gobierno de coalición con el PSOE en la Junta de Andalucía, siendo por tanto co-responsable de las políticas que se han aplicado en esta legislatura, y con la “penitencia” de prometer no volver ayudar a los socialistas a formar gobiernos de los que siempre sale esquilmado y señalado como desleales. Esa es, al menos, la impresión que ambos exsocios intentan extender en estos comicios ante unos votantes que, en buena medida, se disputan y comparten. De hecho, la presidenta de la Junta, Susana Díaz, recurrió a la desconfianza que le causaba la actitud de su socio de Gobierno para disolver el Parlamento y convocar estas elecciones, cuya campaña arranca hoy, de manera anticipada. Todo muy propio de una típica riña en una relación de amor/odio: hoy te quiero, mañana, no; y pasado mañana, ya veremos.
En aquellos tiempos eufóricos, Izquierda Unida -ya apellidada Convocatoria por Andalucía-Los Verdes (IUCA-Los Verdes)- estaba comandada por Luis Carlos Rejón, que niega todo apoyo al Gobierno de Cháves, impidiéndole incluso aprobar los Presupuestos de la Comunidad, razón por la que se prorrogaron los del año anterior. Ante un PSOE en minoría, IU impone a Diego Valderas como presidente de la Cámara andaluza. Eran los años de la famosa “pinza”, la tenaza parlamentaria formada entre el PP e IU para doblegar al PSOE. Sin embargo, alcanzar todo ese poder para luego estrellarse fue cosa seguida. Las directrices de Anguita de no pactar con el PSOE no sólo obstaculizaron la acción del Gobierno, sino que les hizo perder muchas alcaldías regidas gracias a acuerdos entre ambas fuerzas progresistas. Pero las consecuencias para los “comunistas” fueron todavía mucho más graves. Del “sorpaso”, que se materializaría en una férrea oposición a los socialistas sorprendentemente más virulenta que contra la derecha, se deriva un importante retroceso de IU en las elecciones de 1996. Así, de 20 diputados en el Parlamento andaluz se pasa a tener sólo 13, una derrota que hace dimitir a Rejón y que devuelve la mayoría absoluta al PSOE. Los votantes no comprendieron que IU se obsesionara con negar todo apoyo a los socialistas y prefirieran dejar que la derecha gobernase gracias aldesencuentro entre las formaciones de izquierdas. Una actitud repetida en otros lugares y otros tiempos, como cuando IU gobernó el Ayuntamiento de Camas (Sevilla) gracias al apoyo del PP para desalojar a los socialistas, y actualmente en Extremadura, comunidad en la que permite con sus votos que el PP asuma la dirección de la Junta con tal de “apear” al PSOE de ella.
Esa trayectoria poco diáfana de IU en relación con el PSOE vuelve a mostrar, nuevamente, la ambigüedad de su política y su comportamiento, dando lugar a erráticos e incoherentes pactos a derecha e izquierda. Es, justamente, en este contexto en el que estas elecciones andaluzas suponen para IU una cuestión existencial. No hay más que ver los cismas producidos en Madrid, donde la candidata elegida en primarias tuvo que abandonar el partido ante la presión de los “puros” del aparato, para constatar el trauma que la desgarra por dentro. Pero ahora con más razón: o acaba engullida por el PSOE, la devora Podemos, o queda reducida a su mínima expresión, a esa residual presencia parlamentaria que conserva las esencias de una pureza ideológica. Una difícil disyuntiva que sólo estas elecciones caníbales podrán discernir.