Esta cabeza, cuando viva, tuvosobre la arquitectura destos huesoscarne y cabellos, por quien fueron presoslos ojos que mirándola, detuvo.Aquí la rosa de la boca estuvo,marchita ya con tan helados besos;aquí los ojos, de esmeralda impresos,color que tantas almas entretuvo.Aquí la estimativa, en que teníael principio de todo movimiento;aquí de las potencias la armonía.¡Oh hermosura mortal, cometa al viento!,Donde tan alta presunción vivíadesprecian los gusanos aposentoLa lectura de este soneto me ha llevado a otro sobre el que Miguel Díez R. y Paz Díez Taboada llamaron la atención en una de sus antologías comentadas de la literatura española, la que publicó Cátedra en 2005 de poesía lírica del XI al XX. En ella, recordaron «A un esqueleto de muchacha», de Rafael Morales, de su libro El corazón y la tierra (1946):
En esta frente, Dios, en esta frentehubo un clamor de sangre rumorosa,y aquí, en esta oquedad, se abrió la rosade una fugaz mejilla adolescente.Aquí el pecho sutil dio su nacientegracia de flor incierta y venturosa,y aquí surgió la mano, deliciosaprimicia de este brazo inexistente.Aquí el cuello de garza sosteníala alada soledad de la cabeza,y aquí el cabello undoso se vertía.Y aquí, en redonda y cálida pereza,el cauce de la pierna se extendíapara hallar por el pie la ligereza.