Anochece..

Publicado el 18 julio 2013 por Isabel Isabelquintin

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Rojo…

Naranja…

Amarillo… Blanco… Negro.


Esta tarde, veo anochecer. Sentada en la raíz vieja y seca de lo que alguna vez fue un árbol. A orillas del mar. Veo como caen los últimos rayos de sol de éste día sobre las balsas de los pescadores y en sus redes de pesca se refleja la luz y el brillo de las aguas que se despiden, le dicen adiós a un día más. Pronto el puerto queda solo. Los pescadores regresan a sus casas, buscando la sonrisa y la calma en los ojos alegres de sus hijos que les esperan impacientes. El último en partir es un anciano al que se le nota en las piernas el peso de la vida y de la jornada que termina. Con dificultad levanta su red de pesca y a paso lento y algo encorvado da tres pasos, hace una pausa, levanta su mirada hacia donde estoy yo y pone su mano en su frente dando un saludo militar a lo cual respondo con mi mano abierta a lo alto. Se aleja lentamente y le sigo con la mirada hasta que la oscuridad de la noche me impidió verle más. Llevaba toda la tarde allí con los pies enterrados en la arena y sintiendo en la brisa el abrazo de paz que necesito hallar. La temperatura desciende con rapidez. Pronto el viento cálido del este cambia al frío y hostil presagio de una tormenta. Me pongo en pie y sigo los pasos de vuelta a la cabaña. Sin embargo no he avanzado lo suficiente cuando la lluvia hace su entrada con grandes gotas. Correr en busca de refugio es inútil, la playa está desierta y el kiosco aún está muy lejos. Caminar o correr ya no importa, estoy empapada, con frio y lejos de casa El concierto de la lluvia es interrumpido por los rugidos del mar. Sus olas se elevan con fiereza muy cerca de la costa. La lluvia cesa como por obra de magia y de repente vuelve la calma al mar. Me quedó de pie mirando cómo se aleja la marea y me siento de nuevo sobre la arena. En la oscuridad solo trato de oír al mar, y ese suave golpe del agua en la arena me recuerda que viaje varias horas huyendo de mis actos. Horas antes deje en la ciudad a un corazón roto en mil partes. Ese corazón que me ha dado su amor y sus besos por meses. Hoy quedó solitario en la banca del parque de siempre. Le dije adiós mientras caían las primeras hojas de este otoño. Se acerca el frío, no por el clima. Se acerca el frío en el alma, en la piel. El engaño nunca ira bien con el amor. No soy quien creía, ni él ni yo. No sabe quién soy, la de ahora sólo guarda miedos y resentimientos y así no se puede amar a nadie. Sé que me extrañará, no tanto como yo a él. Junto a él me siento mejor persona de lo que he sido. Pero no podré aparentar siempre. Así que hice uso de mi maldad oculta y con total frialdad, para lograr se convincente, me alejé. Sé que es lo mejor para los dos. No lo entenderá ahora. Sólo el paso de los días le hará entender que está mejor sin mí. No es fácil decidirse a alejarse de quien te hace los días más fáciles. De quien te pinta sonrisas  cada mañana. De quién en las noches te hace sentir en sus brazos un solo ser en el planeta. No es fácil y nunca lo será, dejar ir a quién se ama no es tarea sencilla, pero es la mejor prueba de amor cuando se tiene certeza que sólo se le hace daño. Y es más difícil no poder cumplir promesas. Es un imposible más de tu camino… Quien vive de sueños, muere de desencantos. No quiero que me espere si sé que no he de llegar. Mi verdad es aún más dolorosa que haberlo dejado al inicio del otoño, es mucho mejor que piense que me fui porque encontré a alguien más. A las personas como yo nos enviaron con la tarea de enseñar a otros el dolor de la mentira pero cuando se lucha por evitarlo es peor. No puedo dejar de sentirme mal por ser quien soy. Porque no me gusta o que soy, pero ya no puedo cambiarlo. Lo he intentado y cada vez que lo he intentado termino más hundida. Por eso elijo la soledad y cierro las puertas del corazón. Lo amé, lo amo y sé que lo amaré cada día de mi vida… pero es más feliz sin mí. Y espero que mis ojos le vean sonreír junto a alguien más. Huí a la playa. Donde está el mar. El inmenso y poderoso mar ese de quien creo, es Dios mismo frente a mí. Aquí en sus aguas, dejo las lágrimas que son para él. Ya el mar se encargará de llevarlas y hacerlas caer sobre él, en la lluvia y así me recordará, en las tardes en que pasaba los minutos frente a la ventana como los gatos disfrutando de la danza de la lluvia en un gran aguacero. Ahí estarán estas lágrimas que ahora caen porque estoy sin él. El amor es complicado y no lo soluciona todo. Lo empeora. Existen personas a las cuales no se debe amar. Yo soy una de esas… Seguiré caminando, recorriendo el mundo, pero estoy segura que no olvidaré mientras viva; su pequeños ojos soñadores. Decir adiós también es una forma de amar. La más grande sin duda. On Twitter: @Issa_Quintin
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