Sin haber leído el libro original, da la sensación de que el cineasta muniqués adaptó “de más” el diario íntimo que la periodista alemana Marta Hillers escribió durante la caída de Berlín ocupada por el ejército soviético. Al menos eso sugiere el diálogo que mantienen dos viejos teutones mientras asisten a un baile improvisado entre soldados rojos y mujeres germanas.
La escena de festejo resulta verosímil en un contexto de celebración por el fin de la contienda bélica. No así el parlamento sobre una Europa con ganas de reconciliarse y unirse, que parece destinado a renovar las esperanzas en un proyecto actual, ahora en crisis.
Por otra parte, el equilibrio mencionado en nuestra introducción parece forjado con estricta ecuanimidad. La brutalidad de las violaciones sistemáticas que padece y registra la protagonista anónima tiene su compensación argumental y moral con, por ejemplo, el relato de un sargento soviético sobre la matanza de niños rusos a manos de hordas arias.
El odio que los alemanes sienten por los rojos disminuye a medida que avanza la película. Färberböck lo disipa cuando muestra a los intrusos como otras víctimas del monstruo grande que pisa fuerte. La estrategia es similar con los civiles berlineses, primero nazis convencidos, luego sorprendidos y avergonzados ante ciertas revelaciones sobre las conquistas del Führer.
Más allá de esta editorilización, Anónima. Una mujer en Berlín es una película bien intencionada que pretende denunciar el horror de la guerra sin emitir juicios de valor sobre los enemigos involucrados. Dentro de este marco, ofrece la particularidad de concentrarse en un aspecto en general oculto/ignorado de toda contienda: la parte que les toca a las mujeres, víctimas de violencia sexual, en este caso premeditada y sistemática.
Dicho esto, y como suele suceder con la mayoría de las adaptaciones cinematográficas de origen literario, es muy probable que el diario íntimo de Marta Hillers supere ampliamente la propuesta de Färberböck.