A estas alturas del verano, muchos ya han disfrutado de las vacaciones mientras otros tantos se hallan inmersos en pleno deleite de ese descanso por el que no importa invertir los restantes once meses del año en una rutina laboral. Sin esta, aquel no sería posible o no se viviría con la intensidad de algo merecido y gratificante, pero breve. Las vacaciones están ligadas al trabajo como la enfermedad a la salud: no se concibe una sin la existencia de lo otro. Por eso, los que ya hemos agotado nuestra oportunidad anual de holganza reglamentaria contamos los días que faltan para las próximas y deseadas vacaciones, rememorando las últimas con la añoranza de lo irremediablemente perdido y desgarrado a la fuerza de nuestros anhelos. Recordamos ese tiempo que acaba de irse, pero que parece ya lejano, con unos ojos que mitifican lo vivido y unas sensaciones que seleccionan y engrandecen lo agradable, para que perdure en nuestras retinas un horizonte infinito de luz y paz que no deja de atraernos.