Es el cruce de caminos por antonomasia de la ciudad y posiblemente del país. Ahora que llevo bastante tiempo sin pisarla reconozco que es una de las rutinas que más echo de menos de mi añorado Madrid. Llegar a la Puerta del Sol y notar como comienzo a perderme entre la gente, sintiendo que me hago invisible a cada paso entre el alboroto y el gentío.
Reconozco que a este recinto hay que aprender a quererlo, no es fácil. Su bullicio según qué horas puede desesperar a cualquiera, pero cuando se aprende a llevarlo nos encontramos con una explanada llena de detalles en los que hay que saber fijarse. Cuando me detengo a contemplarla tengo la sensación de llegar tarde a una fiesta en la que todos los demás me llevan varias horas y copas de ventaja. Cada uno va a lo suyo, y no me refiero sólo a las personas que la cruzan.
En una esquina diviso al Oso y al Madroño, tapado entre la multitud, hastiado de tanta cámara y de tanto turista. Creo que sólo desea un poco de tregua y que le aseguren que no le cambiarán nunca más de ubicación. A unos pasos, el denominado ‘Mejor alcalde de Madrid’, Carlos III, observa la escena con magnificencia, con aspecto de estar más preocupado de las palomas que se posan sobre su real cabeza que de cualquier otro de los asuntos banales que transcurren a pie de calle.
A ras de suelo, frente a la Casa de Correos, la baldosa más solicitada de España, el ‘Kilómetro O’. Cuando paso a su vera noto como me susurra al oído que no soporta más fotos con pies, que por favor la rescate de esa eterna condena. No sabe cómo comenzó esa moda pero está segura de que acabará con su paciencia. Mucho más desapercibida y callada observa la estatua de la Mariblanca, a las puertas de la Calle Arenal. Discreta, desde las alturas, pasa los días sin pena ni gloria.
Todos ellos son los que mandan en la zona, su veteranía es un grado alcanzado a través del paso de los años, algo que todavía se tendrá que ganar la psicodélica boca de metro de Sol. Una joroba con alma de cristal que nada a contracorriente sin saber muy bien cómo llego aquí pero que por si acaso, no dice nada. Aguanta las críticas porque presiente que lo suyo en esta ajetreada explanada, va para largo.
Inalterables, aparentemente inertes, todos estos ingredientes que salpican la Puerta del Sol forman un equipo único, que ha visto acampadas, manifestaciones, campanadas y mucho más. Ahora desde sus privilegiadas atalayas perciben una sociedad más pendiente de sus móviles que de una buena conversación, como las que se hilaban en los antiguos cafés que habitaban en este magnífico espacio. Ahora hay demasiados pseudo artistas callejeros y poco sabor castizo. Mucho trasiego y prácticamente ningún margen para las palabras. Son otras épocas, ni mejores, ni peores, sólo diferentes.
Foto de la entrada sacada de www.callejeandomadrid.com
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Disfrutando del silencio en la Plaza del Biombo