En algunas ocasiones he manifestado públicamente un cierto desdén al fervor que suscitan lo que los más aficionados denominan "cómics" cuando lo que correspondería sería tebeos o aventuras gráficas y me consta que es meterse en un berenjenal porque acuden como moscas a defender su parcelita de escaso contenido vitanímico para el cerebro de nadie y se alzan airadas lamentaciones relativas a mis cortas entendederas de un supuesto arte que pretenden, oh, ingenuos, equiparar con la literatura.
Ello no significa que no haya leído tebeos (cientos de ellos, todos los que pillaba, excepto los de niñas) y que no sea capaz de divertirme un rato con sus historietas sobre todo si están bien dibujadas.
Cuando el año 1978 asistí al estreno de Superman la cinefilia ya había asomado por mis poros y de alguna forma concilié mi fervor infantil por el personaje con las ganas de ver el tebeo a todo color en pantalla grande y moviéndose a toda leche.
Ese Clark Kent me sigue encantando porque está provisto de un fuerte componente auto-paródico ya que la ineptitud física de la que hace gala constantemente con tropezones y caídas a cual más ridícula, esa supuesta debilidad que convierte al alger ego del héroe en un ser pusilánime cuando no cobarde me recuerdan las triquiñuelas clásicas de legendarios héroes como La Pimpinela Escarlata o el mismo Zorro, ambos valerosos justicieros que se valían de una identidad enmascarada para ejercitar su valentía.
Porque esos dos tiparracos, el de la linterna verde y el del martillo pilón, en definitiva héroes de relleno para tebeos minoritarios (ahora es cuando me maldicen: ¡ya! gracias...) que se basan en guiones esperpénticos repletos de falta de lógica y alargados como chiclé, el año que viene los volveremos a tener presentes, junto con el tipo ése del escudo (que me falta en mi colección de despropósitos cinéfilos) bajo la dirección estratégica de un negrazo tuerto, ya verán que bien: para entonces, espero que los guionistas se hayan puesto las pilas y sepan presentar esas historietas de acción desenfrenada con menos citas supuestamente filosóficas (dan no se sabe si arcadas o ganas de reir) y un poquito más de auto-parodia, de humanidad que sepa entretenernos simplemente, porque fácilmente nunca lo será.
Si es muy fácil: sólo tienen que fijarse en cómo Clark parecía débil, timorato y cobarde, y todos, menos los que vivían dentro de la pantalla, sabíamos que era Supermán: ¿lo ven? el truco más viejo, sigue siendo el más efectivo.