Antes de publicar la reseña del que, hasta ahora, ha sido el libro que más me ha gustado este año, os dejo alguna escena y un consejo: no esperéis a la reseña; empezadlo ya. No os arrepentiréis.
Esta vez, Fezzik no permitió que el hombre de negro se perdiera en filigranas. Se limitó a agarrarlo, a darle la vuelta una, dos veces, a golpearle la cabeza contra el peñasco más cercano, a propinarle unos cuantos puñetazos, a darle un apretón final por si acaso y a lanzar los restos de lo que había sido humano a una hendidura cercana.
Esas eran sus intenciones.
En realidad, ni siquiera logró superar con éxito lo de agarrarlo.
Página 189
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Sin añadir una sola palabra más, se lanzó a sus brazos y exclamó:
-¡Oh, Westley! No lo he dicho en serio, te lo juro, no he dicho en serio ni una sola apalabra.
Westley sabía a la perfección que Buttercup había querido decir “ni una sola palabra”, pues apalabrar significa convenir la palabra. También sabía reconocer una disculpa cuando la oía. De modo que la estrechó entre sus brazos, cerró los ojos y le susurró:
-Sabía que no era verdad, que no dijiste en serio ni una sola apalabra.
Página 219
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…se agachó y tuvo suerte; la espada se movió hacia arriba y atravesó el corazón de aquella criatura mortífera; llevaba ya cuatro bestias atravesadas en la espada legendaria, e Íñigo sabía que no iba a perder esa pelea, por eso de su garganta surgieron estas palabras:
-Me llamo Íñigo Montoya y sigo siendo el maestro, venid por mí.
Cuando oyó que se abalanzaban sobre él tres a la vez, por un instante deseó haber sido más modesto pero ya no había tiempo para arrepentimientos…
Página 325
Gracias, William Goldam, por regalarnos esta historia.