Antes que nada hay que aclarar que Ansiedad no se parece en nada a un manual de autoayuda. Tiene mucho de libro autobiográfico, en el que el autor saca a relucir sus propios demonios internos, la historia de una vida marcada por una angustia congénita de la que derivaron un gran número de fobias, siendo la principal de ellas la emetofobia, el miedo a vomitar. La emetofobia ha marcado de tal manera la existencia de Stossel, que prácticamente su vida ha girado alrededor de ella, imaginando constatemente situaciones que podrían derivar en vómito para evitarlas a toda costa, e incluso siguiendo la evolución de ciertas gripes y enfermedades con el fin de prevenir el contagio. Algunas de sus vivencias son ciertamente jocosas, como esos viajes al extranjero en los que la ansiedad le provoca un contínuo deseo de ir al baño, haciendo la vida imposible a sus familiares o ese eruptar sin control cuando tiene que hablar en público. Pero bajo esa capa de experiencia risible, siempre hay un fondo dramático: la del hombre inteligente atrapado por unas limitaciones tan vergonzantes que difícilmente pueden ser comprendidas por los demás. Además, no hay modo de racionalizar este fenómeno, de aprender de él con el fin de controlarlo:
"Cuando sufro un ataque de pánico (...) no veo nada interesante en la experiencia. Intento pensarla de un modo analítico y no puedo: es algo penoso y desagradable, y lo único que quiero es que concluya. Sufrir un ataque de pánico es tan interesante como romperse una pierna o tener un cálculo renal: un dolor que quieres que desaparezca."
En realidad todo se reduce a la herencia biológica que ya observó Darwin a través de su Teoría de la Evolución: la reacción básica ante un peligro, ya sea real o no, es "lucha o huye", el mismo mecanismo que funciona en el resto de mamíferos y gran cantidad de otros animales, aunque a diferencia de éstos, nosotros tenemos la capacidad de predecir e imaginar mil posibles futuros, lo que provoca el pavor y la ansiedad. La medicina ha intentado controlar este fenómeno con todo tipo de compuestos químicos y drogas, a los que Stossel dedica capítulos enteros de su libro, adelantando que ninguno le ha supuesto más que remedios parciales o temporales, pero su ansiedad y sus fobias siguen intactas. Lo mismo ha sucedido con las innumerables terapias que ha seguido. Quizá no funcionen, entre otras cosas, porque la ansiedad forma parte de él mismo, de su herencia genética. En su caso está claro que hay numerosos precedentes en su familia y que él ha transmitido la enfermedad a sus hijos, aunque siempre hay esperanzas de que lo que a él no la ha hecho efecto, sí que funcione con ellos.
Una de las constantes que más agradece el lector de Ansiedad es que el mismo autor es la materia prima de la que se nutre el relato, como si la escritura de este ensayo fuera el intento definitivo de exorcizar sus demonios internos. Así puede expresarse como una autoridad en la materia:
"Para el fóbico social, cualquier tipo de actuación - musical, deportiva, hablar en público - puede resultar terrorífica, porque el fracaso pondrá de manifiesto su debilidad e incapacidad intrínseca. Y ello implica a su vez proyectar constantemente una imagen que uno siente que es falsa: una imagen de seguridad, de competencia, incluso de perfección. (...) Una vez que te has esforzado en perpetuar una imagen pública que le resulta falsa a tu auténtico yo, siempre te sientes en peligro de ser desenmascarado como un farsante. Basta un error, un indicio de ansiedad o debilidad para que toda la fachada de competencia y talento quede en evidencia como lo que es realmente: una máscara artificiosa diseñada para ocultar al ser vulnerable que se agazapa detrás."
Y es que una de las características más llamativas de nuestra época, en contraposición con siglos anteriores es la obsesión por el estatus, nuestro nuevo campo de batalla darwiniano. Si bien hasta hace bien poco, en términos históricos, era casi imposible cambiar el propio destino, sobre todo si se había nacido en una familia pobre, ahora la idea general (y siempre se ponen ejemplos al respecto) es que cualquiera, con trabajo, inteligencia y tesón, puede ascender hasta lo más alto de la escala social. Pero esta es un arma de doble filo, porque, una vez que se llega arriba, no hay ninguna garantía de mantenerse: siempre puede uno caer y a veces por factores que no pueden controlarse, como las crisis económicas. Estas luchas y tensiones contínuas elevan la ansiedad social hasta niveles insoportables.
Finalmente, es bueno saber que el autor ha llegado a una especie de reconciliación, o pacto de convivencia con su enfermedad, incluso llegando a extraer de ella un lado positivo:
"Mi ansiedad puede ser insoportable. Con frecuencia me hace sentir fatal. Pero también es, acaso, un don o, al menos, la otra cara de una moneda que debería pensarme dos veces antes de cambiar. Tal vez mi ansiedad esté ligada al limitado sentido moral que yo pueda atribuirme. Más aún: la misma imaginación ansiosa que a veces me enloquece de inquietud también me capacita para prever con eficacia situaciones imprevistas o consecuencias involuntarias que otros temperamentos menos vigilantes quizá no preveerían. La rápida percepción social ligada a mi pánico escénico también me resulta útil para estudiar con celeridad las situaciones, para manejar personas y reducir la tensión.
Finalmente, en un nivel evolutivo muy primario, mi ansiedad tal vez me ayude a mantenerme vivo. Tengo menos probabilidades que vosotros, los osados y despreocupados (...) de morir en un accidente de un deporte extremo o de provocar una pelea y que me acaben pegando un tiro."