“Veremos que pasa mañana en el trabajo. Llevo unos días complicados y no me extrañaría que me dijesen algo sobre mi rendimiento. Además, ahora con el pequeño empezando el curso, habrá que ver si no va a necesitar más atención por mi parte. Y eso sin contar con el bultito que me noté el otro día en la espalda, que seguro que no es nada bueno. Y encima veremos que pasa con los nuevos vecinos que han venido a vivir al barrio, que cualquiera sabe si son de los molestos. Que tensa me encuentro, es que todos son problemas...”
Tal y como ya estuvimos comentando en una de vuestras consultas, el trastorno de ansiedad generalizada consiste en una inquietud y una preocupación persistente sobre una amplia gama de acontecimientos de la vida diaria (problemas laborales, escolares, relacionales…). Así, la persona se encuentra en constante tensión, sufriendo una cascada continua de pensamientos que le impiden desconectar y relajarse.
Hay muchas personas que podrían encuadrarse más o menos dentro de los parámetros comentados. Sin embargo, lo que quizá no sepan es por qué esa insistente preocupación, la cual aparentemente no conduce a nada. Veamos algunas explicaciones que se han esgrimido en favor del fenómeno de la preocupación.
Una primera explicación nos habla de que la persona piensa, de forma supersticiosa, que al preocuparse hace menos probable la ocurrencia del evento temido: “si pienso mucho acerca de algo que temo, esto no sucederá”. Obviamente este argumento no es lógico, pero al menos logra tranquilizar a la persona.
Otra idea habla de un posible método de solución de problemas: “al preocuparme, analizo la situación de la forma más racional posible, logrando descubrir medios para evitar lo que temo”. Esta explicación es algo más lógica y realista, aunque no siempre el preocuparse sobre algo lleva a encontrar la solución al dilema.
Una hipótesis más inconsciente hablaría de una preocupación como manera de evitar temas emocionales más profundos: “si me preocupo constantemente por todo, lograré no centrarme en otras cosas más perturbadoras para mí que podrían hacerme más daño”. Sería como una forma de desviar la atención.
Más. La preocupación como forma de afrontamiento: “al preocuparme sobre un evento futuro, me voy preparando para su ocurrencia”. Así mitigaríamos la reacción emocional que supondría dicho evento.
Finalmente, la preocupación como recurso motivacional: “si logro preocuparme lo suficiente, estaré más motivado y orientado para hacer aquello que tengo que hacer”
Como vemos, todas estas explicaciones acerca de nuestra manera de vivir mentalmente la anticipación de un suceso tienen su parte de sentido. Sin embargo, nunca olvidemos que lo que fantaseamos en nuestra cabeza no siempre llega a suceder, de forma que la preocupación no siempre resulta efectiva. Consideramos entonces, que un nivel moderado de preocupación (mejor llamarla preparación) puede resultar conveniente, aunque hemos de tener claro que por darle más y más vueltas a algo no lograremos hacer que no ocurra o resolver el conflicto al instante.
foto|Ambro