Ante el desierto, recuperar la significatividad del tiempo histórico

Publicado el 28 noviembre 2011 por Dcarril
Hay una obsesión con la significatividad del tiempo histórico que recorre toda nuestra filosofía occidental. En ella se plantea un lugar para la Idea platónica, un espacio para la manifestación de Dios. Cristo es la primera exteriorización de esta realidad significativa que rompe el tiempo en dos. En su intento por reconciliar el pensamiento metafísico con la prosaica realidad externa, Hegel monopoliza y sintetiza en su propio tiempo histórico la culminación de todo tiempo, la epifanía real de una sustancia anteriormente reservada a las exterioridades del mundo astral.Pero todo el mundo sabe que tras Hegel viene Nietzsche. La manifestación de Dios en la carnalidad de Cristo no evitó la muerte de este. La desnudez un poco obscena de un Dios que se verbaliza y se carnaliza en la mayor caída del tiempo imaginada en la historia, tiene consecuencias graves. Parece que en vez de encontrar su lugar en el tiempo, la caída en la carne de la divinidad representa su fatal desaparición en el asfalto monótono de lo real. El tiempo de los dioses ha acabado y es el tiempo del hastío.

Pero Hegel no solo monopolizó la significatividad posible del tiempo. Además de ello, él- o sus críticos, quizás malentendiéndolo- nos otorgó una clase distinta de eternidad. Es esa eternidad en la que lo negativo no es la válvula del progreso hacia una nueva realidad cualitativa, sino meramente un devenir abstraído de toda significatividad y vuelto hacia sí mismo. Este exceso de temporalidad, que no lleva sino a la liquidación de toda significatividad, creyó Karl Löwith hallarlo en la ausencia de la dimensión natural. Pero no es la naturaleza la que nos salva de la línea del tiempo; es más bien una ausencia de fuerza en los proyectos humanos que se condenan a sí mismos, saturados por la administración de un sistema que no solo sobrepasa las fuerzas individuales- la confianza en el yo murió hace tiempo- sino que satura toda posibilidad de apertura a proyectos humanos colectivos.Cuando en un mundo como el de hoy vemos, sin embargo, pequeños síntomas de rebelión, destellos de que alguna vez existió la necesidad y el deseo de la emancipación humanas, nos encontramos sin las coyunturas adecuadas que una vez tuvieron a su disposición los grandes pensadores del pasado y los proyectos colectivos que forjaron nuevas sociedades. La única causa de todo esto tiene que ser la ruptura de una línea temporal demasiado adornada con falsos mitos e incapaz de adoptar una perspectiva crítica consecuente. Desde este punto de vista, la ruptura de la línea temporal reivindicada por el pensamiento ilustrado no solo está cegada por sus críticos en torno a la idea misma del progreso, sino que obtura cualquier posibilidad de proyección, ahogada en la eternidad del único sistema económico y cultural posible: el capitalismo.Hoy, más que nunca, necesitamos reincorporar a nuestro pensamiento la categoría de significatividad de tiempo histórico. Pero, hoy más que nunca, no disponemos de las herramientas históricas y conceptuales que permitieron a nuestros antepasados disponer de un espacio de proyección de sus anhelos, deseos y temores, que es también el espacio de toda libertad posible. En lugar de ello, nos encontramos en el círculo kafkiano que agota toda negatividad en sí misma, todo proceso de cambio en su fracaso y todo proyecto en la ausencia de su fundamento. Lo que es otra forma de decir que hoy habitamos el desierto. O, en otras palabras: que no solo hemos de hacer cosas, sino que primero hay que fabricar las herramientas con las que podamos hacerlas.