Revista Opinión

Ante la “plurinacionalidad”, ¿derechos políticos o reconocimiento cultural? Por una política española para la diversidad

Publicado el 23 diciembre 2015 por Polikracia @polikracia

Este artículo está motivado por el énfasis que, en especial desde la noche electoral, ha puesto Podemos en el concepto de plurinacionalidad, que en buena medida se explica por la necesidad que la cúpula podemita tiene de mantener en su órbita a tres grupos parlamentarios que son leales a Podemos sólo en parte, y, en especial, a uno de ellos que reclama un referéndum vinculante de independencia.

No analizaré si hay, como dicen Iglesias y Colau, una base legal para la realización de este referéndum vinculante (cuesta creer que la haya, puesto que la Constitución Española es clara a este respecto). En este artículo me centraré en cuestionar que el concepto de plurinacionalidad a) sea plenamente válido para el caso al que se aplica, España en 2015 b) implique cuanto Podemos de él deduce (la necesidad de reconocer derechos políticos, esto es, la soberanía de los grupos nacionales) c) en tanto que está vinculado alprincipio de nacionalidad, ofrezca, además de respuestas, soluciones a España.

En primer lugar, el concepto de plurinacionalidad es utilizado indistintamente para clasificar bajo la misma etiqueta dos realidades que son bien diferentes, por lo que una mayor precisión terminológica es del todo necesaria. Tomemos el caso de Canadá y el de España y, pese a que supone un análisis muy poco pulido, tomemos la diferencia lingüística como constitutiva del hecho nacional (esta aproximación no es muy desacertada para el estudio de sociedades étnica y religiosamente homogeneas). Rápidamente, encontramos una diferencia fundamental entre el primer y el segundo caso: Mientras que en Canadá los grupos lingüísticos están distribuidos de tal manera que un grupo lingüístico anglófono es dominante en la mayoría del país, los francófonos suponen algo más de cuatro quintas partes de la población quebecois, en España nos encontramos con que el grupo lingüístico mayoritario en todas las autonomías es el castellano, y, mientras que este es el único idioma oficial en la mayoría de las autonomías, en otras convive con otras lenguas, que tienen tantos o menos hablantes que el castellano en ellas. En definitiva, y para el caso concreto por el que Podemos habla de plurinacionalidad, Cataluña no es, en el sentido más positivista del término nación, más una nación que Quebec, porque en Cataluña no dominan claramente los catalanohablantes ni los que se sienten catalanes sin sentirse españoles. Por lo tanto, en España no podemos hablar de plurinacionalidad. El término de diversidad cultural e identitaria hace mucha mayor justicia a nuestra realidad, porque en España, en ningún territorio una comunidad lingüístico-cultural tiene mayor presencia que el grupo mayoritario el conjunto de España, si bien existe una diversidad reseñable de identidades, lenguas y culturas. Por mucho que hablemos de que somos plurinacionales como Canadá, no lo seremos.

En segundo lugar, Podemos supone que la nacionalidad implica o ha de implicar soberanía. Este principio se formula de la siguiente manera: aquel grupo que se proclamare como constituido a partir de la homogeneidad cultural entre sus miembros, ha de poder decidir libremente su constitución como unidad política (Estado) y su asociación así como el marco de esta con otros “pueblos”. El problema que esto supone es que las reglas no marcan hojas de ruta potencialmente consensuadas, no queda claro qué grupos se han de poder proclamar soberanos (queda en el aire afirmar quién es homogéneo y, sobre todo, quién es el juez de la homogeneidad). De hecho, si existiese un juez de la homogeneidad requerida para proclamarse soberano, este juez y no el sujeto político sería el soberano. La afirmación de la soberanía que llevase a cabo un grupo podría chocar con la de otro, que se afirmase como soberano y constituido por una parte del primer grupo, con lo que, al menos uno de ellos, no podría ser soberano.

A falta de criterios objetivos (diríamos en este punto con cierta ironíasoberanos) para determinar quién es o quién no es soberano, parece que la soberanía tiene poco que ver con afirmarla, mientras que tiene que ver con la capacidad de facto y de iure para ejercerla, para decidir con arreglo a la Ley y con efectos reales quién es el grupo del que emerge la soberanía. Siglos después, nuestras experiencias políticas confirman a Hobbes como el gran pensador de la soberanía. Los problemas para afirmar una soberaníaprepolítica contra la Ley o ajena a la Ley nos llevan al tercer punto, en el que concluiré el análisis de los problemas para el reconocimiento de la soberanía al mismo tiempo que señalaré la infertilidad del terreno soberanista para resolver problemas.

En tercer lugar, y este es el punto que considero como el más relevante del artículo, hacer política desde la plurinacionalidad no va a solucionar ningún problema. Primero, porque ningún país es perfectamente plurinacional, sino que todos, más allá de las ensoñaciones de Fichte o de Prat de la Riba, son diversos, porque los tipos ideales, como Weber nos advirtió, son solamente tipos ideales. Al no existir ninguna sociedad ni territorio puramente nacional (en el sentido de absolutamente homogéneo en lo cultural), las minorías siempre existirán.La oscura historia del siglo XX europeo nos muestra que ningún movimiento de fronteras es suficiente para dar respuesta al irredentismo ni a las minorías nacionales. Segundo, porque, no es acertada la respuestadel plurinacionalismo porque lo único que con ella conseguimos en nuestro caso es pasar la pelota de un tejado a otro, eso que llamamos un juego de suma 0. Para que en la provincia de Girona haya una mayoría a favor de si el Estado ha de ser España o Cataluña, tiene que haber una minoría a favor de esa decisión en la provincia de Tarragona. Para que la primera mayoría se dé en Vic, la segunda no se puede dar en l’Hospitalet de Llobregat. Para que el asentimiento se dé en el distrito de Gracia, no se podría dar en el de Horta. En esto no hay nada de nuevo. En nacionalismo no nos dice si Alsacia es francesa o alemana, ni nos dice si tienen razón los nacionalistas bosnios o los defensores de la Gran Serbia, ni si Chipre es griega, turca o chipriota. El nacionalismo da motivos para oponerse a otro nacionalismo, y a aquel le da motivos para oponerse a este primero. El nacionalismo, como teoría, no propone ninguna solución que no genere un problema equivalente a aquel que solventa, porque el nacionalismo afirma que a las naciones les corresponde un Estado, pero es contradictorio a la hora de señalar cuales son las naciones.

¿Qué cabe hacer ante este juego de suma 0? Renunciar, habida cuenta de sus límites y debilidades, al nacionalismo como teoría positiva y normativa, con lo que reconocemos la diversidad como característica o hechofundamental (dimensión positiva) y como valor constitutivo (dimensión normativa o moral) de nuestras sociedades. ¿Qué implica reconocer la diversidad y su valor? Llevar a cabo políticas que partan de la imparcialidad ante la pertenencia a grupos lingüisticos e indentitarios de los ciudadanos y ciudadanas para lograr así que estos tengan buenas razones para reconocer como legítimo al Estado. España tiene la capacidad de dar una respuesta legimitimadora del Estado ante la diversidad de su sociedad.

Hacerlo sería acertado y correcto, no hacerlo nos conduciría inexorablemente hacia una confrontación tan poco constructiva como lo puede ser un juego de suma cero. Ofrecer, como hace Podemos, la soberanía y la autodeterminación como respuestas a la diversidad cultural es una acción política tan acertada como que desde un helicóptero un bombero rocíe con gasolina un incendio, mientras loa la singular belleza del bosque que arde y clama por su conservación

Para una comprobación empírica sobre los perversos efectos de la piromanía, sólo es necesario comprobar lo que sucede en el Reino Unido desde el referéndum sobre la independencia de Escocia, que prometió lo que Podemos promete (resolución participativa y democrática de un problema) y ha supuesto lo que alimentar el nacionalismo conlleva (las identidades excluyentes se han visto reforzadas y el problema supone ahora un desafío mayor). El civismo se demuestra dotándonos de un marco de convivencia que respete la diversidad, no favoreciendo la emergencia en sociedades regidas por normas liberales y demorcráticas de identidades exclusivas y excluyentes


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