La conoció aquella noche que desayunó con ella. Tomaron tortitas con nata y caramelo, con la intención de quitarse la resaca de las copas bebidas de más en la fiesta. Y porque tenían hambre. Hablaron de esto y de aquello, todas cosas sin importancia, y se rieron juntos de tonterías hasta tal punto que a María se le escurrió el caramelo por la comisura de la boca. Lo recogió con gracia con el dedo pulgar y ,con cara de inocente, se lo chupó de una forma única y maravillosa, y ese pequeño detalle fue lo que le enamoró.
Salieron más noches, rieron más, hablaron de cosas que ellos creían más serias e importantes, y se amaron con todo el amor y el deseo de las primeras veces. A los pocos días ya había decidido que quería vivir para siempre con ella.
No tardaron en casarse. Noche tras noche se abrazaron y desayunaron juntos. María aprendió a hacer tortitas y compraba caramelo de bote. Pablo llegaba cansado, sobretodo si le había tocado guardia, Y ella le recibía con una sonrisa y un beso.
Pero he aquí que tanto amor y las cosas que no son propiamente amor hicieron que pronto el vientre de María creciera hasta parecer un globo a punto de explotar. Pero no explotó, sino que se desinfló, apareciendo en su vida , solo en la de él por lo visto, un bebe llorón y comilón .
Y como eran jóvenes, y él pensaría después, inconscientes, las cosas que no son ya propiamente amor, hicieron que el vientre de María creciera dos veces más. Y antes que Pablo se diera cuenta , se había convertido en el padre de tres muchachitos que daban mucho cariño, sí, pero también una lata tremenda.
En esa época, Pablo llegaba a casa cansado después de un día de trabajo,y se encontraba a María con un niño llorando en brazos, otro tirándole de la rebeca, otro llamándola desde no sabía dónde. Y así, la sonrisa de bienvenida se volvió cada vez más breve, y el beso más corto, hasta llegar a desaparecer del todo, sin que ninguno de los dos se molestara en restablecer tan bonita costumbre.
Pablo cada noche se levantaba y desayunaba, con María, pero sin tortitas ni caramelo. Luego se iba a trabajar. Horas después volvía a casa, leía el periódico, hacía que echaba una mano con los niños, cenaba y a dormir, si le dejaban, claro.
Uno de los niños se despertaba con frecuencia por las noches. Y esa noche, precisamente esa noche, se levantó y se metió en la cama de sus padres. Pablo dijo que ni hablar. María que por qué no. Discutieron. Como tantas noches. Como tantos días. No estaban muy de acuerdo en lo que a un niño se le debe o no consentir. Se durmieron aún enfadados. Sin hacer las paces.
Una vez más, Pablo se levantó de noche y desayunó. Rápido. Para irse a trabajar. Pero esta vez solo. Los niños dormían y María no se levantó. Se fue sin hacer ruido. Sin besarla. Sin despedirse. Estaba cansado y de mal humor.
Estirándose el uniforme y colocándose la gorra, recorrió el corto camino que separaba las viviendas del cuartel. Encima de la puerta leyó el letrero “Todo por la patria” , y a continuación vio que el sol estaba intentando salir pero que algo parecía detenerle.
Y entonces...el estruendo, la gran explosión.
La edición vespertina de todos los periódicos publicó la misma foto de portada. En ella apenas se distinguían algunos hombres, envueltos en una nube de polvo, encima de una montaña de cascotes y piedras que intentaban levantar mientras pisaban muñecas y osos de peluche que lloraban destrozados, reventados. Esto fue lo que todo el mundo vio, pero era la menos fuerte de las escenas que sucedieron al gran estruendo, a la gran explosión.
Esta noche Pablo está acostado en una cama que no es la suya. Solo. Nadie ha venido a meterse en ella, y nunca podrá despedirse ya de la mujer que le enamoró con aquel gesto único , que ahora sabía no tan inocente. Y se queda llorando inconsolable en la cama hasta después de amanecer.