Antes de arrancar

Publicado el 20 junio 2014 por Elarien
El juego del tetris lo inventó alguien como el Catedrático, obligado a meter en el maletero del Trasto-Rosa 1430 familiar los bultos que contenían lo imprescindible para las vacaciones de una familia numerosa. Una vez conseguido el triunfo no había que cantar victoria. Lo peor sería el regreso. A la vuelta habría que sumar todas las compras, el mercadillo de los gitanos nos abastecía de ropa durante la siguiente temporada, los productos de la tierra, que incluían varias garrafas de aceite, y los platillos preparados por mi abuela para su hijita.
- Ni siquiera tu madre será capaz de llenar el maletero de este coche - declaró mi padre, con sorprendente optimismo, cuando le acompañé a comprar el Mercedes en Alemania. Bastó un viaje para comprobar que se equivocaba.
Después de las maletas venían los pasajeros. La distribución también presentaba su intríngulis.
- Te toca a ti sentarte en el centro.
- No, yo vine allí a la ida, le toca a otro.
- No puedo, ahí me mareo más.
- Siempre me toca a mí.
- ¡¡¡MAMÁ!!! (por supuesto la Señora pasaba de nosotros y más nos valía dejar de discutir si no queríamos terminar castigados antes de empezar el viaje)
¿Por qué ninguno queríamos sentarnos en el centro? Sencillamente porque la anchura de aquel asiento dependía del espacio que te dejaran los que iban a los lados, que tenían la ventaja de poder colocarse en diagonal y no estaban dispuestos a sacrificar su comodidad más allá de lo imprescindible. Se añadía que en un extremo había que dejar hueco para evitar el sol directo. La cosa empeoró aún más, si cabe, tras la llegada de hermanita.
La Señora distribuía las biodraminas. La fe en aquella medicina era otro rasgo de optimismo familiar. Sabían tan mal que inducían el vómito con sólo metérselas en la boca. Entre la dichosa pastilla y el olor a gasolina del vehículo, el mareo estaba servido desde antes de arrancar. Ante el éxito pasamos a probar distintos remedios caseros: nuestro favorito consistía en medio limón con un caramelo incrustado en el centro que debíamos lamer hasta la piel. Presentaba la ventaja de que el mareo acontecía ya en ruta. Para eso también había solución: bolsas de plástico (me sorprendió descubrir que las de los aviones eran de papel).
- ¿Habéis hecho pis?
Todos asentíamos. Jamás nos olvidábamos de pasar por el baño antes de salir y nunca bebíamos nada, era preferible morir de sed a que estallase la vejiga. No podíamos contar con ninguna parada durante el trayecto para vaciarla (¡ufff! ni siquiera se nos ocurría sugerir semejante idea, hacerlo no habría sido un buen modo de empezar las vacaciones).
Conectábamos la radio. Era un modelo tan básico que no disponía ni de FM ni de casette. La antena no se caracterizaba por su sensibilidad. La programación iba en función de la recepción de la señal en cada punto. Durante la meseta se limitaba a emitir frases sueltas y distorsionadas de noticias y de alguna entrevista. En Despeñaperros el hilo musical dependía directamente de nuestros pulmones. El repertorio se merece otro post.
Cerrábamos las puertas con energía (era el único modo). La nave estaba lista para emprender la aventura. Nos enfrentaríamos a monstruos del tamaño de trailers, a quitamiedos en curvas sobre barrancos que no quitaban el miedo y al desierto interminable de la meseta bajo el sol sin agua, aire acondicionado ni baño. ¿Cuánto falta?

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