Anthony Hopkins, el actor que solo aprendió a ser feliz al cumplir los 75.

Publicado el 07 agosto 2021 por Santiagomiro
El actor Anthony Hopkins, fotografiado en 1991, en plena resaca de la fama tras 'El silencio de los corderos'.

El pasado diciembre Anthony Hopkins (nacido en Port Talbot, Reino Unido, en 1937) celebró en un vídeo de Twitter su etapa de 45 años sin beber alcohol. La revelación sorprendió a sus seguidores. Su imagen pública era la de un actor de máximo prestigio en teatro y en cine, gentil caballero británico y, desde hace un par de años, abuelo favorito de internet. Hoy, Hopkins, que a sus 83 años ha batido el récord de edad en la categoría de mejor actor de los Oscar con su nominación por “El padre”, ha contado en varias ocasiones su lucha con el alcoholismo, la depresión y los ataques de ira. Y los remordimientos por abandonar a una hija recién nacida, así como su odio hacia Shakespeare y todo lo británico.

Cuando era pequeño, los profesores, los compañeros y sus padres le repetían que era demasiado tonto para cualquier trabajo. Nunca tuvo ningún amigo y se pasaba las tardes dibujando o tocando el piano. A veces ni siquiera asistía a su propia fiesta de cumpleaños. “Me sentía el más tonto de la clase, quizá tenía problemas de aprendizaje, pero era incapaz de entender nada. Mi infancia fue inútil y enteramente confusa. Todo el mundo me ridiculizaba”, reveló a The New York Times. En 1968 abandonó a su primera esposa, con la que tenía un bebé de cuatro meses, porque era “demasiado egoísta” para crear una familia. A un periodista de The Guardian, hace tres años, le explicó que viene “de una generación en la que los hombres eran hombres. Y la parte negativa de ello es que no se nos da bien recibir amor o darlo”.

Durante los setenta, Hopkins adquirió cierta fama de “actor temperamental”. Sufría ataques de ira durante los rodajes, llegaba a las manos con los directores o desaparecía sin dar explicaciones. Años después él mismo confesaría que, como no quería beber durante la jornada laboral, su agresividad surgía porque siempre estaba resacoso. Pero, desde el 29 de diciembre de 1975, Hopkins asegura no haber vuelto a beber. “Admití que tenía miedo, lo cual me dio una libertad maravillosa. Me sentía inseguro, paranoico, aterrorizado. Temía no valer para nada, que no encajaba en ningún sitio”, confesó a The New Yorker el mes pasado.

A pesar del éxito de “Magic”, “El hombre elefante” o “Motín a bordo”, su carrera en Hollywood no despegaba y tuvo que regresar a Londres. “Esa parte de mi vida se ha terminado, es un capítulo cerrado. Supongo que tendré que conformarme con ser un actor respetable en el teatro y hacer trabajos respetables en la BBC durante el resto de mi vida”, declaró entonces. Una tarde fue al cine a ver “Arde Mississippi” y sintió envidia, rabia y frustración por no tener una carrera como la de Gene Hackman. Días después su agente americano lo llamó por teléfono: Hackman había rechazado el papel de Hannibal Lecter y él era la segunda opción.

A Hopkins le bastaron 17 minutos en “El silencio de los corderos” para pasar a la historia del cine. Aquel triunfo le trajo un Oscar, un título de sir y la percepción colectiva de ser lo que el gran público llama “un actorazo”. Pero su mayor triunfo fue personal. “Quería curar mi herida interna, quería venganza. Quería bailar sobre las tumbas de todos los que me hicieron infeliz. Quería ser rico y famoso. Y lo he conseguido”, presume en Vanity Fair. Y el actor asegura que nunca ha sido tan feliz como después de cumplir los 75. La experiencia le animó a volver a Shakespeare, también con la BBC, y, últimamente, sueña con elefantes, como los que vio de pequeño con su abuelo en “Elephant Boy”. “También pienso mucho en un día que pasé con mi padre en la playa”, confesó a Interview. “Yo estaba llorando porque se me había caído a la arena un caramelo que me había comprado. Pienso en ese niño miedoso, que estaba destinado a crecer y a volverse un idiota en la escuela. Torpe, solitario, rabioso. Y quiero decirle: ‘No pasa nada, chaval, lo hemos hecho bien”.