Una danza para la música del tiempo se titula este cuadro que Nicolas Poussin pintó entre 1634 y 1636 por encargo de Giulio Rospigliosi, el futuro papa Clemente IX, que al parecer indicó al pintor su iconografía.
Esa pintura se conserva en la Colección Wallace de Londres y de ella toma su nombre el monumental ciclo de doce novelas que el escritor inglés Anthony Powell (1905-2000) reunió en cuatro volúmenes ( Primavera, Verano, Otoño, Invierno), que responden al título con que también fue conocido el alegórico cuadro de Poussin: La danza de las estaciones o La imagen de la vida humana.
Cuatro figuras que representan la pobreza, el trabajo, la riqueza y el placer bailan en corro al amanecer y al son de la lira que toca el tiempo a la derecha de la composición. Los cuatro danzantes son también una representación circular de la vida humana simbolizada en la sucesión de los cuatro estaciones.
Así evoca ese cuadro, cuyo sentido podría aplicarse también al impresionante ciclo narrativo de Powell, el narrador Nick Jenkins en la primera novela, Un problema de formación:
Por alguna razón, el espectáculo de la nieve cayendo sobre el fuego siempre me hace evocar el mundo antiguo -legionarios envueltos en pieles de oveja calentándose junto a una fogata: improvisados altares en los montes donde las ofrendas resplandecen entre columnas en la intemperie invernal; centauros con antorchas en las manos, galopando por la orilla de un mar helado-, formas dispersas, inconexas, de un pasado fabuloso e infinitamente alejado de la vida real, y que sin embargo traen consigo recuerdos de cosas reales e imaginadas. Estas proyecciones clásicas, y algo en las actitudes físicas de los propios hombres al alejarse del fuego, me sugirieron de pronto aquella escena pintada por Poussin en la que las Estaciones, dándose la mano y mirando hacia fuera, danzan al ritmo de las notas de la lira que toca el viejo alado y desnudo de la barba gris. Y esta imagen del Tiempo me hizo pensar en la mortalidad, en unos seres humanos con las manos unidas mirando hacia fuera como las Estaciones y moviéndose a un intrincado ritmo: despacio, a veces, y metódicamente; torpes y tímidos otras, pero con evoluciones de perceptible traza; o bien lanzándose a giros y giros de incomprensible significación, con parejas que desaparecen y reaparecen como única constante del espectáculo: incapaces de controlar la melodía..., incapaces tal vez de dominar los pasos de la danza. Todas estas asociaciones clásicas me hicieron pensar también en mis tiempos escolares, donde tantas fuerzas hasta entonces desconocidas habían acabado por manifestarse, en su momento, con una claridad meridiana.Escrita durante tres décadas y publicada entre 1951 y 1975, la serie narrativa que Powell agrupó en las cuatro trilogías estacionales es un apabullante e irónico fresco de la sociedad británica. Estas son las doce novelas:
Un problema de formación (1951), Un mercado de compradores (1952), El mundo de la aceptación (1955), En casa de Lady Molly (1957), El restaurante chino Casanova (1960), Los bondadosos (1962), El valle de los huesos (1964), El arte del soldado (1966), Los filósofos militares (1968), Los libros sí amueblan una habitación (1971), Reyes temporales (1973) y Escuchando armonías secretas (1975).
Con una equilibrada combinación de de autobiografía y ficción, de profunda introspección y agudo reportaje social, el ambicioso ciclo novelístico, ambientado entre 1921 y el otoño de 1971, está narrado con humor sutil, distancia irónica y mirada retrospectiva por su protagonista, Nicholas Jenkins, un alter ego de Powell, y se sostiene sobre un portentoso despliegue de más de trescientos personajes.
Entre ellos sobresalen unas cuantas figuras inolvidables que se perfilan con mayor entidad en un conjunto narrativo que, entre la evocación y el presente, aborda las costumbres de la alta burguesía urbana inglesa, las conflictivas relaciones entre el individuo y la sociedad y los vínculos entre los personajes sobre un cambiante fondo humano, político y cultural.
Así resume Powell por boca del narrador Jenkins el enfoque adecuado para la escritura de estas novelas:
Y empecé a reflexionar sobre la complejidad de escribir una novela sobre la vida inglesa, un tema de suficiente dificultad como para tener que abordarlo con la autenticidad del más crudo naturalismo, y mucho más aún si se pretende expresar la verdad íntima de las cosas observadas. [...] Las intrincadas complejidades de la vida social hacen que las costumbres inglesas no sean susceptibles de simplificación, en tanto que el doble sentido y la ironía -presentes en la conversación de todas las clases sociales de la isla- trastornan el énfasis normal del lenguaje escrito.
Personajes como el obeso antihéroe Kenneth Widmerpoll, un arribista despreciable con cuya muerte se cierra la última novela; el compañero y amigo de Nick, Peter Templer, y su hermana Jean, los Tolland, los Stringham, Pamela Flitton, Hugh Moreland o el doctor Trelawney, integran una parte sustancial del poderoso universo narrativo de Una danza para la música del tiempo, que tuvo una excelente acogida de público y crítica.
Quizá sea un exceso equiparar este ciclo con A la busca del tiempo perdido. Comparten ambición y potencia narrativas, ficción y autobiografía, aunque artísticamente están a mucha distancia. Pero eso no debería provocar el desprecio de estas novelas que son también alta literatura y figuran sin duda entre las imprescindibles de la literatura inglesa contemporánea.
"Mientras los lectores devotos lamentan su muerte, nuestros pensamientos deben ser de gratitud por todo el placer que nos ha dado", escribió Anthony Curtis, crítico del Financial Times, a la muerte de Anthony Powell.
Compactos Anagrama recupera esta obra fundamental de la literatura inglesa del siglo XX con las magníficas traducciones de Javier Calzada en los cuatro volúmenes que llegan hoy a las librerías.