Sus seguidores lucen entusiasmados como si de un culto se tratara. “Estamos esperando al hombre”, se oye entre tantas voces.
El viaje desde la Línea Noroeste -donde vive- hasta la capital, le lleva varias horas con una parada (para comerse unos friticos).
Ya en el escenario, se le ve con un saco de funcionario, una camisa de bachatero y su inseparable guitarra, la misma a la que le saca esos tonos que ningún otro colega puede.