Un sesgo bastante reconocible es el “efecto arrastre”, es decir, creer o hacer algo simplemente porque la mayor parte de la gente que te rodea lo hace. En la adolescencia yo suelo llamarlo “efecto manada”, los mismos adolescentes que en grupo son temibles, uno por uno son un encanto de buena educación generalmente.
Un segundo sesgo es el encuadre. Una misma información puede dar lugar a diferentes conclusiones si se presenta de manera distinta. En la política y los medios de comunicación se juega con la jerga para influir en la opinión pública.
Un tercer sesgo, llamado de confirmación, es simple y muy frecuente: se trata de buscar y favorecer la información que confirma nuestras propias creencias o hipótesis. No buscamos la verdad, sino tener razón a toda costa. Muy humano y bastante peligroso para construir la convivencia.
Por el “efecto anclaje”, las personas damos demasiada importancia a la primera pieza de información que recibimos, que hace de ancla. Así un titular efectista o escandaloso queda más que un artículo que puede matizar el titular hasta mostrar que es falso. El articulista lo sabe, el político también, y lo usan.
Explico todo esto para intentar comprender el fenómeno de la noticia sobre la separación de familias de inmigrantes ilegales al cruzar la frontera estadounidense, acusando al presidente Trump de ser una especie de satanás nazi o algo peor si fuera imaginable.
El periodista que tuiteó las fotos debía saber que eran antiguas, de 2014, cuando aún mandaba el Nobel de la Paz. Que la norma ya estaba ahí y no era fruto de la maldad del legislador, sino consecuencia de que a los inmigrantes ilegales se les internaba en centros de detención donde no podían entrar los menores. Que antes, cuando pasaba una familia con menores, para no separarlos de los menores a los adultos se les dejaba fuera con los menores y debían presentarse ante el juez en un plazo de tiempo, lo que hacía que desaparecieran la mayoría aprovechando la oportunidad, lo que llevó a que todos los adultos que podían, cruzaran con algún menor, aunque no fuera familia, para aprovechar el resquicio legal, lo que hizo que, en tiempos de Obama, volvieran a ingresarlos en centros de detención separándolos de los menores.
La gente ha seguido la noticia inicial y cualquiera les explica que les han contado una mentira. Que Trump anda separando a los niños de sus padres porque es malvado, que Trump es odioso y toda buena persona que se precie debería odiarlo. El mismo que ha firmado un decreto para evitar la separación de las familias el pasado miércoles, cosa que podía haber hecho el presidente anterior y no hizo.
La verdad detrás del titular ya no importa, importa el efecto. Y así tenemos a gente estupenda vomitando odio con la mejor de las intenciones, no sé si está clara la contradicción. Oscar Wilde dijo una vez: “Los locos a veces se curan. Los imbéciles nunca”.