MÁS INFORMACIÓNPecos, una carrera meteórica¿Hay responsables?Explicar nuevamente que «no hay derecho», repartir responsabilidades entre quienes las tienen o las puedan tener, no es suficiente: los hechos muestran mucho más a las claras el absurdo de unos montajes y unos ataques histéricos, en los cuales puede ocurrir cualquier cosa.
El concierto de los Pecos era su primera actuación masiva tras regresar de su primera gira americana. Los recitales del Gran Musical perpetúan una idea que nació a mediados de los años sesenta y que trataban de presentar a todo el país, y a través de la cadena radiofónica SER, lo mejor o más comercial de la música popular.
En esta ocasión, el «magno evento» se trasladó a Barcelona, más en concreto al parque de atracciones de Montjuich. La organización (parcial) del concierto, la cadena SER, había reservado y controlaba unas mil entradas para repartir entre sus oyentes y los miembros de los distintos clubes de fans de Pecos, pero el recinto se encontraba abarrotado por un gentío que los cálculos más tímidos cifraban en unas 10.000 personas, aunque otros asistentes daban cifras de 15.000 y hasta 20.000. Así, en una situación insostenible hasta con desmayos ocasionales que varios médicos atendieron detrás del escenario, esas masas esperaron pacientemente hasta las doce y media la salida de sus ídolos. Todo discurría en una anormalidad controlada, cuando, diez minutos antes de acabar el concierto, tuvo lugar una avalancha en las escaleras laterales del escenario que sepultaría a una serie de jóvenes, produciéndose la muerte por asfixia de Marta Tormo, de quince años, quien acudía por primera vez, y contra la opinión de sus padres; a un acto de este tipo. Según algunos testigos presenciales, la avalancha pudo producirse al intentar la fuerza pública un desalojo de las escaleras laterales del escenario, posibilidad esta desmentida por la Jefatura Superior de Policía de Barcelona, donde afirman que nunca se intentó tal desalojo, y que la avalancha fue una consecuencia desgraciada, pero no inimaginable, en este tipo de reuniones. El hecho es que nadie de entre quienes estaban en el escenario (casa de discos, cadena SER, Pepe Cañaveras, que ejercía de presentador) conocieron lo sucedido hasta bien entrada la tarde. Ayer, algunos heridos continuaban su proceso de recuperación en distintos centros sanitarios.
Pero con ser los más trágicos, los hechos del Parque de Atracciones no fueron los únicos. Dos días antes, y con motivo del concierto de Police, unas 2.000 personas sin entrada (según cálculos de los organizadores), se agolparon en las puertas del Pabellón de Deportes de Badalona, para intentar una especie de asalto al palacio de invierno, que fue contestado con rigor y contundencia por la Policía Nacional. Las masas fustigadas y frustradas no vieron, al parecer, otra salida que romper cristales, pinchar las ruedas de diez coches y como fin de fiesta especial, quemar dos vehículos que ardieron hasta el último tornillo. En esta ocasión, el vandalismo no se dirigió contra algo concreto (los servicios de orden, por ejemplo) sino contra los medios de transporte de quienes -¡horrible pecado!- estaban, sencillamente, disfrutando con su música.
Asimismo, y como resultado de estos forcejeos, se produjeron diversos grados de contusiones, sin que en el interior del Pabellón se registraran en ningún momento movimientos animales, excepción hecha del hacinamiento a que los casi 5.000 asistentes estaban sometidos. Sólo al final, estos sufridos rockers pudieron percatarse de los acontecimientos, cuando tuvieron que salir escoltados por una doble hilera de policías que mostraban con cierto aparato sus bombas de humo.
Ambos hechos son lo suficientemente estúpidos y lamentables -y trágico uno de ellos- como para que sus ocultos protagonistas se lo pensaran dos veces. Pero es una esperanza muy leve: probablemente no piensan.