Oscuridad, luces, silencio, desnudez. Así recibe el espectador los primeros segundos de la puesta en escena de “Antigonón: un contingente épico” de la mano de Teatro El Público de Carlos Díaz. Una mezcla entre lo épico y la cruda realidad, nuestra realidad, la que duele y que a veces no llegamos a comprender.
Cuatro cuerpos (dos mujeres y dos hombres) completamente desnudos danzan ante los ojos de los espectadores, contándonos una historia en el silencio y con la ayuda de movimientos y roces sensuales. Esos son los primeros minutos, que luego dan paso a dos poemas: El padre suizo y Sueño con claustros de mármol, ambos de la pluma de José Martí, ese ser que muchas veces se nos presenta en mármol o en yeso y que en muy pocas ocasiones podemos entenderlo como un ser de carne y hueso.
La obra es un viaje hacia el sentido de la palabra Patria, hacia sus rostros, hacia nuestra realidad y nuestra convivencia con ella. Una Patria que tiene millones de rostros y nombres, pero que en la obra se presenta de tantas maneras, desde una vieja encorvada hasta una reguetonera llamada Yusimí. Pero quizás, la representación más exacta de lo que es Patria, se nos presenta en el monologo tan fuerte y crudo, que con un látigo casi invisible nos levanta la piel hasta dejarnos en carne viva. Una mujer, negra, con toda la belleza y el misterio de su cuerpo de ébano desnudo, representa a Mariana Grajales, una mujer que dio vida y sangre, una mujer que con orgullo llamamos la Madre de nuestra Patria.
Hay espacio para todo en la obra, desde la “lucha” diaria del cubano para tener un alimento hasta el papel de gays en nuestra sociedad. La obra roza lo marginal y lo callejero. Todo bajo un estelar diseño de vestuario, un manejo de luces y un acompañamiento de imágenes y vídeos que se complementa con las estelares actuaciones de dos recién graduadas del ISA, Deisy Forcade y Giselda Calero, quienes no temen mostrar al mundo sus cuerpos sencillos, delgados rozando la flacidez anoréxica, pero que sorprenden por la majestuosidad y el misterio de su sencillez.
Pero el Antigonón… que mis ojos contemplaron el pasado sábado, de la mano de El Público y escrito por el dramaturgo Rogelio Orizondo, no es la historia de la Antígona de la mitología griega y de la tragedia. Es la historia de un Antígono cubano, de carne y hueso, que solo se nos desvela al final, como ejemplo de sacrificio, lealtad y amor. Su nombre: Panchito Gómez Toro, un muchacho que con menos de 30 años, se suicida para no dejar que las tropas españolas ultrajasen su cuerpo y el de su general, su jefe, Antonio Maceo.
¿Qué es la Patria? ¿Cómo servirla? Esas son las preguntas que uno se hace una vez ha salido del ambiente casi sagrado de la Sala Trianón. El público aplaude, agradece la obra, agradece la crudeza, agradece la desnudez y el retrato. Sin darme cuenta, una lágrima, casi rebelde, brota de mis ojos. La obra conmueve y me hizo, como casi nunca nada lo logra, llorar aunque sea por una lágrima. Pero en mi mente, la pregunta resuena una y otra vez: ¿Qué es la Patria?
Fotos tomadas del blog del fotógrafo y periodista Yuris Norido