Arriba: el Pilón o Pilar Mayor de San Francisco, o también denominado Pilón Grande para ser diferenciado de su hermano menor, es, pese a haber sido desde sus inicios destinado a abrevadero, el punto de abastecimiento más hermoso de aquéllos con las que contó Cáceres, obra artística plateresca donde destacan sus escudos, medallones y mascarones, llamando aún la atención a pesar de su descontextualización desde su nueva ubicación en el Foro de los Balbos, a donde fue trasladada en 1.975.
Son muchos los factores que propiciaban tiempo atrás la creación de un núcleo urbano, o que influían notablemente a la hora de escoger y decidir un punto exacto donde enclavar un asentamiento continuo. Para unos, primaba la defensa. En otros casos, se escogía un puerto natural que permitiera las buenas comunicaciones, o un cruce de caminos que pudiera plantear convertir el enclave en lugar de comercio. Sin embargo, y pese a las diversas alternativas a elegir, todos los pueblos y civilizaciones tenían en mente una segunda cuestión que no podía fallar a la hora de eregir un municipio: el abastecimiento de agua potable.
No se trataba solamente de dar con un enclave regado por agua dulce o donde la obtención de la misma no se convirtiera en un trabajo complicado, en pro de sus múltiples y necesarios usos diarios tales como repostaje para las caballerías y el ganado, materia prima con la que poder regar, lavar ropa y enseres, o como método de saneamiento de género de hospitales y enfermerías. Debía ser posible, además y como punto primordial, la obtención de agua potable para cubrir satisfactoriamente las necesidades fisiológicas y alimenticias de la población.
Arriba y abajo: la Fuente del Rey, más conocida popularmente como El Marco, se presenta como el manantial de drenaje natural más importante de El Calerizo, con una capacidad original de hasta 95 l/sg. que la convertían en una inagotable fuente acuífera para los vecinos, cercándose sus límites por orden de los Reyes Católicos, en 1.501, para protección de la potabilidad de sus aguas a través de un muro de mampostería, restaurado recientemente junto a los entornos de la fuente, convertido en parque de la ciudad.
Arriba: vista detallada del muro de mampostería que desde el siglo XVI protege las aguas manantiales de la Fuente del Rey, salvándola de venidas procedentes fundamentalmente del Arroyo de la Plata, que desemboca en la zona tras sobrepasar un pequeño puente levantado durante una de sus reformas (abajo), sin impedir, sin embargo, el surtir de las aguas que, bajo el muro y a través de su fábrica, provoca el nacimiento de la Rivera de la Madre, del Concejo, o del Marco.
La erección de un núcleo de población sobre un mapa debía tener presente, una vez revisado el terreno, poder cumplir con esta cuestión de la manera más natural y cómoda posible. El abastecimiento debía ser fundamentalmente abundante y su origen interno o cercano al municipio, y en todo caso se debía contar con una fuente donde el agua debía superar unos niveles de calidad que la hiciera apta para el uso alimentario humano. Podía contarse con un único origen acuático, o con varios de diversas calidades que permitiesen poder destinar sus aguas para usos diversos, pero en todo caso se debería poder obtener agua durante todo el año, incluidos los meses y temporadas más secos. Se podía tener incluso en cuenta, para casos de aumento de población, la posibilidad de acercar el agua a la ciudad a través de obras hidráulicas y de ingeniería que, basadas en la construcción de acertados embalses y sólidos acueductos, surtieran de agua al núcleo en cuestión desde enclaves relativamente alejados al mismo.
Establecer una ciudad junto a un río cuya corriente acuática fuese como mínimo constante a lo largo de todas las estaciones del año era, por lo general, la opción que triunfaba. La existencia de un cauce fluvial surtiría de agua a la población y, a su vez, podría ser tomado su lecho como cinturón de defensa en caso de asedio enemigo. En otras ocasiones, bastaba la existencia de manantiales o fuentes naturales que satisfacieran a los vecinos. La creación de pozos y aljibes en el interior de casas y patios que recogiese el agua de lluvia era, además, una opción muy usada en todos los casos, pues supondría poder contar con agua potable dentro del hogar sin necesidad de tener que acudir diariamente a por ella a enclaves públicos, y sobre todo se revelaría como almacenaje de donde surtirse en caso de producirse sequías que hicieran peligrar los cursos de ríos y niveles de manantiales, o tras haberse declarado la contaminación de los mismos.
Arriba y abajo: es la Fuente Fría la única de entre todas las conservadas con que contó la ciudad que, a día de hoy, sigue siendo usada por múltiples ciudadanos a diario, los cuales pueden llegar a hacer cola para llenar sus garrafas con el agua que surge de los dos grifos con que cuenta el manantial (abajo), a pesar de los avisos lanzados por parte del Ayuntamiento indicando la falta de idoneidad de las aguas para el consumo humano por carecer de depuración y haberse detectado altos niveles de níquel en las mismas.
El establecimiento de los núcleos de población en Extremadura a lo largo de los siglos, tanto en épocas de ocupación y conquista como de colonización posterior, seguiría fundamentalmente estas directrices. Junto a las líneas marcadas sobre la geografía por los ríos, afluentes y cauces fluviales más destacados de la región sería posible señalar la creación de algunas de las localidades más destacables histórica y poblacionalmente de la comunidad. Vincularíamos así, por ejemplo, a Badajoz, Mérida o Medellín con el río Guadiana, Coria se elevaría sobre la vega del río Alagón, y Plasencia nacería a los pies del río Jerte. Infinidad de pequeños ríos y cauces bordearían otros muchos pueblos en sus límites permitiendo levantar en algunos casos charcas y embalses dentro de sus términos municipales. Los manantiales, en el resto de los casos, suplirían a los ríos, protegidos por fuentes y brocales que, además de salvaguardarlos, permitiesen el mejor uso de los mismos por los vecinos.
De entre los casos particulares de abastecimiento acuático de núcleos de población, serían de destacar en nuestra región aquéllos que observaríamos concretamente dentro de las dos ciudades convertidas y verificadas como capitales provinciales. Badajoz, levantada junto a un generoso río Guadiana, buscaría en veneros públicos y aljibes particulares el agua potable que el internacional cauce no siempre le podría dar, al estar las aguas de éste sometidas a los caprichos de una inconstante metereología que podría conllevar, durante largas temporadas, el embarramiento e insalubridad de unas aguas que podrían seguir manteniendo satisfechas necesidades tales como el abastecimiento del ganado, el lavado y saneamiento de los enseres y otros bienes de la ciudad, pero no la sed de sus habitantes. Cáceres, por su lado, sería un caso pintoresco al declararse como única capital provincial española que no cuenta con el trascurso de un río dentro de su casco urbano y que, sin embargo, se eleva como una de las más antiguas del país. Los ingenieros romanos que determinaron su ubicación creyeron ver cumplidos al escoger el enclave sus deseos de poder contar con fuentes abundantes y constantes de agua potable a lo largo de las estaciones en un punto medio entre los ríos Tajo y Guadiana, que permitiese el establecimiento fijo de una guarnición militar y posterior colonia civil a dos días de camino de la capital lusitana. La solución provendría de manos de un inmenso acuífero interior salvaguardado por el terreno calizo que permitía su creación natural y el cual, roto en ciertos rincones de su entramado, permitiría el surgimiento de abundantes manantiales, así como fuentes de fina agua conseguida a través de las filtraciones a las que son sometidos los terrenos de naturaleza kárstica. Serían éstos los que, durante siglos, diesen de beber mayoritariamente a la población, al igual que una serie de veneros convertidos en fuentes lo hicieran públicamente a la de Badajoz, contando de esta manera ambas ciudades con una interesante cantidad de fuentes públicas de abastecimiento con los que nutrir a los vecinos de ambos núcleos, estableciéndose un listado que permite a las dos localidades elevarse entre los municipios extremeños que con mayor número de fuentes públicas de abastecimiento contaron en el pasado, llegando incluso al día de hoy con interesantes ejemplos que permiten descubrir un legado histórico, cultural e inclusive etnográfico, que nos habla de una faceta necesaria y más que interesante de nuestro pasado y día a día en la vida de nuestros antepasados.
Arriba y abajo: vista general que presenta el Pilón o Pilar Mayor o Grande de San Francisco, ubicado en su nuevo emplazamiento anexo a la Plaza Mayor, junto al edificio del Ayuntamiento en el rincón bautizado como Foro de los Balbos, donde puede aún apreciarse la majestuosidad y belleza de este abrevadero que se nutría de las aguas de Fuente Nueva desde su creación en 1.577, cuando gobernaba en Cáceres el corregidor D. Diego de Valdivia, tal y como se recuerda en la epigrafía que forma parte de la propia decoración del monumento (abajo).
Arriba y abajo: el plateresco Pilón Mayor de San Francisco se componía de cinco cuerpos coronados con cornisa y separados por pilastras casetonadas, entre las que se colocó la ornamentación del bien, figurando medallones centrados con torsos y escudos de la villa y de los Reyes Católicos, con cinco mascarones en el cuerpo inferior, base de los caños de que se nutría el abrevadero, de similar tallado los cuatro primeros y cierta diferencia de diseño el posterior (abajo).
Aunque no existe un consenso en relación a la fecha concreta de fundación de la colonia Norba Caesarina, germen formal de la que más tarde sería conocida como Cáceres, no existe duda sin embargo en cuanto a la creación de la misma por parte de Roma, pocos años antes de la inauguración formal del Imperio y comienzo de la era actual, tras haber sometido los itálicos la Península bajo su mandato. El enclave escogido, en una zona de colinas y ligeras sierras que ofreciesen defensa natural quedaba regado, si bien no por un río, sí por un arroyo y estrecha rivera nacida de un manantial que, a su vez, se contaba como la mayor fuente natural de aquéllas surgidas en la vertiente occidental de la serranía cercana, posteriormente bautizada como Sierra de la Mosca, sostenida sobre una amplia zona caliza cuya base geológica había permitido la creación, bajo las capas del suelo y a diversos niveles, de una gran zona cárstica, repleta de un inmenso humedal interior y diversas cavidades que generaban, además de grutas y abrigos naturales tales como las cuevas de Maltravieso, del Conejar y de Santa Ana, un sinfín de fuentes que manaban por diversas partes del entorno, fundamentalmente en los laterales del valle recorrido por el arroyo del Marco, también conocido como Rivera de la Madre o del Concejo, a los pies de la sierra ya mencionada, así como en el valle de Aguas Vivas, en la falda suroriental del Cerro del Otero, al noroeste de la ciudad. Este gran acuífero de unos 14 kms2 sería nombrado como El Calerizo, por la existencia en su morfología geológica de abundantes rocas calcáreas, utilizadas tradicionalmente para la obtención de cal, extendiéndose entre las Sierras de la Mosca, Cerro del Otero y Sierrilla, Cerro de los Romanos y Puerto de las Camellas, en una gran extensión bajo la que se escondería un auténtico embalse subterráneo.
Conocida la existencia de éste por los ingenieros romanos, y sabiendo de la generosidad acuífera del mismo, El Calerizo no sólo permitió la fundación de la ciudad en un paraje donde el surgimiento del agua era constante a lo largo del año, sino además la continuidad temporal de la misma, que se abasteció de uno de los acuíferos subterráneos más extensos de Extremadura hasta los años 70 del pasado siglo, cuando se inaugura, el 09 de junio de 1.973, el embalse de Guadiloba, ubicado en la zona oriental de los Llanos de Cáceres-Sierra de Fuentes donde recoge el agua de lluvia que nutre al afluente homónimo del Almonte. Ya décadas antes, a comienzos del siglo XX, habían sido las aguas de El Calerizo explotadas por la empresa Riotinto, propietaria de las minas de Aldea Moret, cediéndose la gestión de las mismas en 1.900 a la Sociedad o Compañía de Aguas de Cáceres, que pudo establecer así la llegada de agua corriente a diversos domicilios y fuentes públicas ubicadas en el interior del casco urbano. En 1.949 se municipalizaría este servicio, ampliándose la distribución de agua corriente hasta poder suplir con la misma en 1.959 al 28 % de la población. Seguía siendo necesario para muchos vecinos, por tanto, acudir diariamente a las fuentes públicas, que siguieron dando de beber a muchos cacereños hasta el último cuarto del siglo, una vez establecido el agua corriente para toda la ciudad, inaugurado el embalse de Guadiloba y clausuradas por contaminación la casi totalidad de las antiguas fuentes de abastecimiento, manteniéndose aún hoy en uso por cientos de ciudadanos la conocida como Fuente Fría, a pesar de haber sido declaradas pocos años atrás sus aguas como no potables por los elevados niveles de níquel que presentan las mismas. Las aguas de la Rivera del Marco, por otro lado, no han dejado de regar, como lo llevaran haciendo desde épocas medievales, las huertas de la vega de la ciudad, enclavadas junto a su trazado, recorriendo un valle que bordea el lateral suroriental del casco histórico cacereño, paralelo en su mitad inferior al trazado de la Vía de la Plata, y que desemboca, siete kilómetros después, en el Guadiloba.
Arriba y abajo: el Pilón o Pilar Menor o Pequeño de San Francisco, de inferiores tamaño y calidad artística que los de su abrevadero hermano, sigue ubicándose en la plaza de San Francisco, ligeramente movido de su enclave original tras la reforma sufrida para modernización del lugar, pudiendo aún descubrirse en él la escasa ornamentación del mismo, centrada en el cerramiento derecho del pilón donde un mascarón enmarcado en alfiz sirve de sustento del caño del abrevadero, y sobre el que se asienta un sillar rematado en lobulado en el que una figura geométrica punteada recuerda al astro solar, permitiendo así a este pilón ser conocido popularmente como el del caño del sol, decoración que algunos autores han querido ver realizada por manos romanas.
La Fuente del Rey, Charca del Marco o Fuente del Marco, conocida oficialmente por el primero de estos nombres, y más popularmente por el segundo, en relación posiblemente con la antigua medida de superficie llamada marco real, o bien con algún marco o miliario que existiese en las proximidades del mismo, perteneciente a la cercana Vía de la Plata, es el manantial de drenaje natural más destacado de aquéllos con que cuenta El Calerizo, único en la actualidad que mantiene su afloramiento acuoso de forma constante, una vez casi drenados otros pequeños manantiales tras el aumento de la explotación del acuífero en pro de su uso industrial. Esta explotación masiva de las aguas subterráneas también ha afectado al caudal de agua que aflora en este enclave natural de la ciudad, lejos hoy en día del máximo de 95 l/sg., mínimo de 30 l/sg. contabilizados en 1.945. Este original y generoso surgimiento de agua permitía a los vecinos contar con una fuente de relevante importancia que, por tal motivo, fue mandada encauzar bajo orden de los Reyes Católicos, en 1.501, erigiéndose un muro de mampostería para cercado del manantial que protegiese sus potables aguas de posibles avenidas y riadas que la pudieran contaminar, teniendo en cuenta especialmente la desembocadura en tal enclave de las aguas del conocido como Arroyo de la Plata, cuya vega recorre los pies de la Sierra de la Mosca, al sur de la propia fuente y dirección contraria a la tomada por el Arroyo del Marco, nacido del propio manantial. Cerca del cercado de la fuente, junto a los muros de las fincas adyacentes, un pilón servía para abrevadero del ganado. Se propuso para vigilancia del manantial la creación de la figura de un guarda, que evitase el mal uso de sus aguas, reformándose el tapiado a comienzos del siglo XX, entre 1.906 y 1.909, contando desde antaño con pilón, hoy desaparecido. Restaurado de nuevo su cerramiento y acondicionado actualmente el enclave como parque de la ciudad, se ha permitido así recuperar para Cáceres una tradicional zona que, a raíz de su desuso, cayó en grave degradación.
Arriba y abajo: es Fuente Concejo la que está considerada como la fuente más antigua, más visitada y más popular de todas aquéllas con las que Cáceres contó para su abastecimiento tiempo atrás, edificada a finales del siglo XV bajo mandato de D. Alfonso Golfín, y dotada de bóveda alargada que cobijaba el depósito inicial, doblado tiempo después, abierto de cara a la Ribera del Marco en seis arcos de donde poder tomar el agua, frente a los que se expandía una pequeña explanada que sirvió antaño como lugar de reunión del Concejo, y durante siglos también como centro de reunión del pueblo que allí esperaba su turno para ejercer su tarea cotidiana.
Abajo: sobre los tres arcos izquierdos de la Fuente del Concejo, de medio punto, se conserva el que está considerado escudo real labrado en piedra más antiguo de los conservados en la ciudad, cuartelado con las armas de León y de Castilla y datado, según algunos estudiosos, en el reinado de Juan II y años de principado del futuro Enrique IV, cuando la villa se convirtió durante un corto periodo de la historia en el señorío de este último.
Es la Fuente Fría la primera en encontrarnos siguiendo el trazado de la Ribera del Marco, a escasa distancia del propio cauce y formando parte del paisaje de la misma. A pesar de que su caudal, en comparación a otras fuentes o manantiales enclavados junto a mencionado arroyo, era escaso, proporcionaba las que eran consideradas las mejores aguas de la ciudad, no solamente potables y aptas para el consumo y uso en la cocina, sino incluso recomendadas por poseer propiedades medicinales que las hacían beneficiosas frente a los cálculos de riñón o, como aconsejaba el ilustre cacereño D. Simón Benito Boxoyo, para los problemas de visión. Actualmente, sin embargo, y a pesar de salvarse de las órdenes de clausura de las fuentes cercanas en los pasados años 60, sus aguas están declaradas como no potables, tras confirmarse por varios estudios elaborados por la farmacia municipal el alto nivel de níquel que presentan las mismas, no sometidas a depuración e influenciadas, hoy en día y a diferencia de antaño, por los riegos y vertidos de chalets y edificaciones erigidas en La Montaña. A pesar de ello, son múltiples los cacereños que siguen acudiendo a diario a por el agua manada, manifestando su gusto por un agua que también siglos atrás era la preferida por el pueblo cacereño. La fuente se presenta con frontis plano, centrados en el mismo la puerta de control del depósito y dos caños bajo ella, así diseñado por Ignacio María de Michelena y bajo iniciativa consistorial de restauración en 1.861. Recientemente, el enclave se ha convertido en zona verde de la ciudad.
Arriba y abajo: Fuente Rocha, también conocida como Fuente de los Curtidores, se enclava en la barriada de San Marquino algo más alejada de la Ribera del Marco que otras fuentes de la misma vega, surtiendo a los ciudadanos de un caudal de agua también menor y de inferior calidad que en manantiales vecinos, pero que se convirtió, tras su remodelado efectuado a finales del siglo XIX, en una de las más artísticas de la ciudad, diseñada su nueva fábrica en un estilo neomudéjar donde el ladrillo se conjuga con la mampostería, bordeando ambos los tres caños de que se nutría el pilar del monumento, de donde vuelve a brotar agua desde 2.006 tras la recuperación del inmueble como fuente de ornamentación de la ciudad.
Una vez alcanzado el antiguo casco urbano, a la altura del Puente de San Francisco, sería la denominada como Fuente Nueva el próximo surtidor de abastecimiento con que contaría la otrora villa, actualmente desaparecida pero recordada a través del nombre de la calle a cuya altura se encontraba la misma. Sí se conservan, por el contrario, los dos pilones, pilares o abrevaderos que recogían agua de este original manantial, conectados a él por una cañería, conocidos como Pilones o Pilares de San Francisco por estar enclavados junto al viaducto homónimo, desde donde uno de ellos, el conocido como Pilón Mayor o Grande, sería trasladado al bautizado como Foro de los Balbos en 1.975, manteniéndose en la vía de origen el Pilón Chico o Pequeño, ligeramente desplazado del enclave inicial a raíz de las obras de remodelación ejecutadas sobre la plaza, en 2.008. Los Pilones de San Francisco se presentaban como abrevaderos para el ganado, enclavados en la entrada sur de la localidad, como al Norte lo fuesen los Abrevaderos de Vadillo, estando prohibido dar de beber a caballerías y animales en el resto de fuentes públicas de la Ribera del Marco. Las aguas de los pilones, no recomendadas para el consumo humano, sí eran usadas por los vecinos para otros quehaceres cotidianos, como podía ser el lavado de ropa, contando en las inmediaciones de los pilones con los antiguos lavaderos públicos de San Francisco, datados en el siglo XVI y sobre los que se levantó, en los años 40, la mansión de la familia Martín Pedrilla, o Casa Pedrilla. Sin ser sus aguas potables, es el conjunto de estas fuentes sin embargo el que, artísticamente hablando, mayor calidad y mérito presentaban de entre todas aquéllas con que contó la ciudad, remontándose su fábrica inicial a 1.577, durante el reinado de Felipe II, diseñándose el mayor de los pilones en un apreciado estilo plateresco que luciría junto al único ojo original del puente, en la cara de éste que enmarcaba el lateral occidental de la Vía de la Plata a su entrada meridional en la villa. Una bola granítica remataba el conjunto en su cúspide central, sobresaliendo ésta de la baranda pétrea que salvaba el paso superior del inmueble público. Bajo ella, una placa epigráfica recordaba los datos de construcción de la fuente, pudiéndose leer en ella "Reinando en Castilla el Católico Rey Don Felipe Segundo, Cáceres mandó hacer esta obra siendo corregidor por Su Majestad el Licenciado Diego de Valdivia, acabóse año de 1.577 año". El resto de la decoración se ubicaría en un frontispicio horizontal y alargado, dividido en cinco cuerpos, serapados los centrales por pilastras casetonadas bajo las cuales hallaríamos cuatro mascarones o cabezas en relieve, mofletudas y de almendrados ojos en tosco tallado, que soportarían los caños de los que se nutriría el abrevadero o pilón ubicado a los pies del monumento. El cuerpo central, a su vez, estaría decorado con el escudo de los Reyes Católicos, a cuyos lados se enmarcan en un doble de medallones sendos torsos, femenino y masculino respectivamente, mientras que es el escudo de la ciudad el que aparece en los cuerpos adyacentes a éste, salvaguardados a su vez por dos maceros, cercanos a la cornisa que corona la obra. Una quinta testa en relieve aparece en la parte inferior del quinto cuerpo, de diferente diseño a las cuatro hermanas pero ligeramente parecida a la única existente en el Pilón Chico, conocido también como Pilón del Caño del Sol por haberse asociado popularmente este mascarón, o el dibujo geométrico punteado que hay sobre él, con tal astro rey. Este Pilón Pequeño se levantaría frente al mayor, careciendo de la magnitud dimensional y artística de su hermano. El mascarón del que partía el caño que nutría al mismo se ubica no en el centro del abrevadero, sino en el lateral derecho y cerramiento meridional del mismo, enmarcado por un alfiz y rematado en lobulado. Algunos autores han querido descubrir en esta desgastada decoración un antiguo origen romano de la misma, reutilizada en el abrevadero siglos después, posible ornamentación de alguna otra fuente que, de igual manera que aquélla en que desde el siglo XVI se encuentra, se ubicase a las puertas de la colonia hispano-romana, tomando las aguas de algún manantial de El Calerizo. Restaurados en 1.663 por orden de Alonso Casares, en 1.887 la Comisión de Aguas emitiría un dictamen en pro del aumento de caudal en estos abrevaderos, que quedarían clausurados para el uso público en la década de los sesenta del pasado siglo.
Arriba: los Abrevaderos de Vadillo, sencillos pilares ubicados en la antigua entrada norte de la ciudad y que, junto a los Pilones de San Francisco, en la entrada sur, servían para dar de beber al ganado, prohibida esta actividad en el resto de fuentes de la Ribera del Marco, se mantienen hoy en día junto al cauce del arroyo de la Madre, del que nutrían antaño, adosados junto a varios edificios construidos sobre la propia rivera, y a escasos metros del antiguo Puente de Vadillo que la superaba, oculto éste bajo el asfalto en la actualidad.
También se clausuraría en los pasados años 60, concretamente en 1.964 por orden del Gobernador Civil y tras declararse la contaminación de sus aguas, la que sería la más popular de todas la fuentes cacereñas, por ser la más caudalosa y a la vez la más cercana al centro del casco antiguo y de los arrabales más castizos y populosos de la ciudad, convirtiéndose por este hecho en la más visitada, hasta tal punto que se cree que pudo llegar a dar de beber a la mitad de la población cacereña en algunas etapas de la historia de la ciudad. Como en el caso de la Fuente Fría, la Fuente del Concejo se ubica a escasa distancia de la Ribera del Marco y en el margen derecho del arroyo, punto desde el que parte el camino de subida a La Montaña, y final de la cuesta de Fuente Concejo, nacida en el Arco del Cristo y en donde desembocaba la popular calle de Caleros. Dada la gran afluencia diaria de vecinos a la misma, que tomaban sus aguas para consumo y también, en menor medida, para el lavado de ropa llevado a cabo en las inmediaciones del manantial, la Fuente del Concejo es también la de mayor envergadura de Cáceres, cubierto el depósito final del manantial con amplia bóveda de sillares graníticos, abierta en su cara occidental, mirando a la ribera, en seis arcos, los tres izquierdos de medio punto y los derechos ligeramente triangulares, desde los cuales poder tomar el agua, separados hombres y mujeres antaño en semejante labor cotidiana, posteriormente tapiados y con el surtir encañonado, partiendo éste del depósito superior, añadido siglos después. Era tal su caudal que llegó a contabilizarse, en el siglo XVIII, la obtención en veinticuatro horas de 13.000 cántaros de agua. En su frente se abre una explanada que cubre el espacio obrante entre fuente y rivera, al que se accede a través de escalinata y que sumaba terrenos a un enclave de 200 m2, convertido al parecer e inicialmente en lugar de reunión puntual del concejo municipal, hecho que permitió darle la nomenclatura oficial a la fuente con que sigue siendo conocida. La fábrica, considerada la más antigua de la ciudad, se remonta a finales del siglo XV, cuando D. Alfonso Golfín, o Alonso Golfín, destacado personaje de la política local de aquel entonces y relevante defensor de la causa de Isabel la Católica, manda su construcción. Se colocaría en su frontal, sobre el segundo de los arcos, el que está considerado el escudo real más antiguo en piedra de los conservados en la ciudad, acuartelado con los blasones de Castilla y de León, posible reseña a los tiempos en que la villa se convirtiese en señorío de Enrique IV, cuando éste aún era Príncipe de Asturias. Colocadas varias bombas de agua en 1.892 para aligerar la extracción de sus aguas, será restaurada en 1.995 aún manteniéndose su clausura en base a las continuas filtraciones contaminantes que sufre, abriéndose a comienzos del actual siglo un parque anexo que intenta revitalizar este castizo enclave de la ciudad.
Arriba y abajo: la Fuente del Corcho, datada en 1.817 y enclavada en la falda septentrional de La Montaña, desde donde se puede observar la silueta de la ciudad entre la que destaca la torre de la iglesia de Santiago (abajo, izquierda) sirvió antaño, junto a Fuente Rocha, como punto de abastecimiento de los vecinos de la barriada de San Marquino, convertido el enclave además en lavadero donde no sólo este depósito, sino dos más, surtían las aguas necesarias para poder efectuar el lavado de ropa, colocándose las vecinas junto al arroyo que atraviesa el lugar con sus pilas de madera, restaurado el cercado del manantial donde el género era aclarado (abajo, derecha), secado después en este soleado enclave de la Sierra de la Mosca.
Más alejada de la Ribera del Marco, pero enmarcada dentro de la vega del Arroyo de la Madre, encontraremos en la falda de La Montaña la conocida como Fuente Rocha o de los Curtidores, manantial cuyas aguas eran escasas y de baja calidad en comparación a otras fuentes más populares, pero que sirvieron, sin embargo y hasta su clausura por contaminación definitiva efectuada, como la de Fuente Concejo, en 1.964, para calmar la sed y servir a diario en los quehaceres de los vecinos de la barriada de San Marquino, donde se ubica. Sus aguas no eran usadas, por la baja afluencia de las mismas, para el riego, llegándose a calcular en cuarenta segundos el tiempo necesario para llenar un cántaro bajo sus caños, frente a los quince usados en fuentes cercanas. Pese a la poca popularidad de la misma, la fuente, de la que se tiene noticias desde el siglo XVIII, se reformaría a finales del siglo XIX, construyéndose la nueva fábrica en un sencillo estilo neomudéjar que la convertiría en una de las más artísticas fuentes de abastecimiento de la ciudad, y donde se conjuga la mampostería con el ladrillo, bordeando éste los tres caños que nutren el pósito de la fuente, coronado el central por doble alfiz poligonal. Restaurada en 1.993, el agua no volverá a surgir de ella hasta el año 2.006, en que se dota a la misma de líquido para rememorar su antiguo uso, convertida hoy en recuerdo de antaño y ornamento de la ciudad.
Menos popular, menos histórica y nada artística sería la otra fuente que, junto a Fuente Rocha, serviría a los vecinos de la barriada de San Marquino, a doscientos metros de las últimas casas del barrio y enclavada en la falda septentrional de La Montaña, lejos de la Ribera del Marco pero nutrida, como las que se ubican junto al arroyo, de las aguas filtradas por el terreno kárstico sobre el que se asienta la ciudad. La Fuente del Corcho, datada en 1.817, contaría con sencillo depósito de donde los ciudadanos que hasta allí acudiesen podían tomar las aguas para, entre otros usos, el lavado de ropa, ejecutándose éste último en los alrededores de este enclave, junto a la rivera de un cercano arroyo que nace de la propia Sierra de la Mosca, donde varios pósitos más permitirían el sacado de agua o el aclarado de las prendas, considerándose el lugar como el lavadero de San Marquino y Fuente Rocha. Abandonada la fuente y cubierto su camino de vegetación y matorrales, sería recuperado el enclave para la ciudad a partir de 2.010.
Arriba y abajo: el arroyo de Aguas Vivas, curso fluvial que, al igual que la Ribera del Marco en la zona Este, enmarcaba el contorno de la ciudad en su flanco noroccidental, recorre un valle formado por las faldas de colinas tales como la Sierrilla, el Cerro del Otero o el Cerro del Teso donde varios manantiales se nutren de las aguas filtradas por la tierra caliza sobre la que se asienta la localidad, entre los que destaca la Fuente de Aguas Vivas, fabricada con sillares y mampostería y donde cuatro arcos de medio punto permitían tomar agua de su depósito interior, coronado el conjunto con una estela epigráfica con la se recuerda su construcción en 1.739, siendo corregidor de la villa D. Manuel de Silva y Figueroa Lasso de la Vega, bajo la que destaca un sencillo escudo esgrafiado cacereño.
Si bien los vecinos podían contar con lavaderos junto a los Pilones de San Francisco, o junto a la Fuente del Corcho, en la zona oriental de la ciudad, la mayor actividad lavandera se efectuaba en la vega del arroyo de Aguas Vivas, cauce que, al igual que la Ribera del Marco recorría el flanco este de la localidad, lo hacía delimitando al mismo en su zona noroccidental. El arroyo de Aguas Vivas, al contrario que el del Concejo, no se nutriría de las aguas drenadas por El Calerizo sino que, ubicado a los pies de la Sierrilla y del Cerro del Otero, en plena Sierra de Aguas Vivas, se llenaría con las aguas de lluvia y el sobrante de las fuentes ubicadas junto al cauce del mismo, llenas sí de agua subterránea. El agua de Aguas Vivas, tanto del propio arroyo como de las cuatro fuentes y otros veneros existentes en este valle, serían utilizadas,además de para el lavado, para dar de beber a caballerías y ganado, lejos por tanto su uso del alimenticio, permitido en diversas épocas pero no recomendado dada la contaminación de sus aguas por llevarse a cabo junto a las mismas sendas labores cotidianas. El más destacado de los manantiales del lugar sería aquél que compartiría nombre con el propio arroyo, ubicado junto al riachuelo en la orilla izquierda del mismo, frente al Paseo Alto o Cerro del Teso. La Fuente de Aguas Vivas, originaria supuestamente del siglo XV, sería reedificada en 1.739 durante el reinado de Felipe V, tal y como reza en una placa pétrea epigráfica colocada como coronamiento de la misma: "Reinando Felipe V en España se reedificó esta obra, siendo corregidor Don Manuel de Silva y Figueroa Lasso de la Vega, Caballero de la Orden de Santiago, en Cáceres, año de 1.739". Bajo la estela, granítica y bordeada con cenefa esgrafiada, encontraríamos dos escudos, el primero igualmente pétreo y completamente desdibujado, y el segundo esgrafiado y de la ciudad, ubicados en la zona central de la fuente, entre los arcos segundo y tercero de los cuatro de medio punto con que cuenta la misma, levantados con sillares y rematados con mampostería, cubierto su depósito interior con tejado a dos aguas. A los pies del frente del monumento se abriría una pequeña explanada bordeada con bancal corrido, hoy cerrado el entorno con verja para protegerle del vandalismo, una vez en desuso la fuente, tras su clausura para el uso alimenticio en 1.963, y el abandono y posterior restauración, ejecutada entre 1.991 y 1.994, de la misma. En sus alrededores se encontraban los populares y ya desaparecidos Lavaderos de Beltrán.
Arriba y abajo: conocida desde el siglo XVIII y enclavada actualmente dentro del urbano Parque del Príncipe, la Fuente de la Madrila sirvió, al igual que los manantiales vecinos ubicados en la vega del arroyo de Aguas Vivas, más para el lavado de ropa y abastecimiento del ganado que para el consumo humano, dotada ésta de sencillo depósito cubierto con bóveda de cañón escarzano y tejado a dos aguas, donde dos portadas gemelas adinteladas sobre pétreas zapatas permitían tomar el agua de la misma, clausurada hoy en su uso original pero presentada como un monumento más de entre los que ornamentan y enriquecen este verde rincón de la ciudad.
Discurre el arroyo de Aguas Vivas, curso arriba, a través del Parque del Príncipe donde, hoy en día, ha quedado integrada la conocida como Fuente de la Madrila, nomenclatura con que después se bautizó al barrio abierto sobre la colina desde la que se desciende hasta la misma. La Fuente de la Madrila, datada en el siglo XVIII, se presenta como un sencillo depósito de sillares graníticos cubierto con bóveda de cañón escarzano y tejado a dos aguas, en cuyo interior descansa el agua manada que puede ser tomada a través del frente del depósito, donde se abren dos portadas gemelas adinteladas sobre tranqueros o sillares con forma de zapatas, compartido el central. Sus aguas eran usadas para el ganado, así como para el lavado de ropa, contándose en sus alrededores con varias pilas para lavar, hasta su clausura y entrada en desuso a lo largo de la segunda mitad del siglo XX. Integrada en una antigua finca rústica de titularidad pública, se ideará sobre la zona en 1.978 la construcción de un parque y pulmón verde para la ciudad, bautizado como Parque del Príncipe, donde el monumento se presentaría como bien de interés dentro del mismo, hecho que ha permitido su restauración y conservación, así como la salvaguarda del mismo frente al vandalismo.
No ocurre lo mismo, sin embargo, con la cercana Fuente del Hinche, o Jinche, ubicada junto al propio cauce del arroyo de Aguas Vivas y exteriores del Parque del Príncipe, anexo al camino que desde éste nos lleva al Olivar de los Frailes. Restaurada en el año 2.000, hoy en día se encuentra en total abandono y desprotección frente al vandalismo, presentándose habitualmente rodeado de basura un enclave de gran tradicción en la ciudad por ser uno de los manantiales más utilizados por el castizo gremio de las lavanderas, que en sus alrededores, además de ejercer sus labores, celebraban el popular festejo anual de "El Febrero". Las aguas de la Fuente del Hinche, consideradas medicinales a finales del siglo XVIII, eran utilizadas tanto para el uso alimenticio, como para el beber del ganado y el lavado de ropa, por lo que el conjunto contaba no sólo con el depósito encañonado, de mampostería y bóveda de cañón de ladrillo, cubierta con tejado a dos aguas, sino también de pilones y abrevaderos adyacentes, ubicados junto al manantial y a los que se accedía, divididos en dos secciones, al primero enclavado bajo la propia fuente por escalinata, y al segundo a su derecha por rampa, así como de una larga hilera de pilas para el lavado, colocadas tras la propia fuente donde hoy en día, cubiertas por la maleza, sobreviven varias de ellas.
Arriba y abajo: panorámicas del enclave centrado por la Fuente Hinche, popularmente pronunciado Jinche, ubicado tras el Parque del Príncipe y atravesado por el arroyo de Aguas Vivas, donde el manantial, cubierto con depósito, permitía surtirse de agua a las múltiples lavanderas que acudían a diario al lugar, preferido por éstas de entre los populares lavaderos abiertos en tal vega y donde las mismas, cada año y a finales de febrero, celebraban la fiesta de "El Febrero" quemando un muñeco o pelele que simbolizaba el mes invernal, antojadizo con las lluvias y enemigo por tanto de un gremio que veía entorpecido su tarea cotidiana con los caprichos de la meteorología.
Arriba y abajo: clausurada en la segunda mitad del siglo XX y restaurada en el año 2.000, de la Fuente de Hinche sigue manando un agua considerada antaño medicinal, depositada en una fábrica de mampostería cubierta con bóveda de cañón realizada con ladrillo.
Arriba y abajo: el agua de Fuente Hinche, además de servir antaño al consumo humano y ser tomada para efectuar el lavado de ropa, era usada para dar de beber a caballerías y ganado, contando el conjunto con dos alargados pilones, uno frente al desagüe del depósito (arriba), y otro a la derecha del mismo (abajo), a los que se accedía mediante escalinata y rampa respectivamente.
Arriba y abajo: a escasos metros de la propia fuente, ubicados tras ésta y cerca del puente que salva el curso del arroyo de Aguas Vivas, varios lavaderos se conservan en mal estado cubiertos con matas y zarzales formando parte de un conjunto abandonado y degradado que, sin embargo, se mantiene en pie como único en la actualidad de entre aquéllos de triple uso de la ciudad, donde se preservan los elementos utilizados para los tres fines a los que era destinado el manantial, con depósito de agua, pilones para el ganado y pilas de lavar.
Una última fuente, alejada del casco urbano y enclavada a los pies de la Sierrilla, actualmente dentro del parque Olivar Chico de los Frailes, se erigía siguiendo el curso del arroyo de Aguas Vivas, junto al mismo y en las proximidades de su nacimiento. Conocida como Fuente Bárbara, Fuente Barba o Fuente Barbas, este manantial se presenta cubierto con depósito cuadrangular, con añadidura semiesférica en su lado meridional, coronada con cúpula enladrillada y abierta en su frontal con arco de medio punto, y en la cara posterior con arco escarzano de ladrillo desgastado, actualmente cerrado al público su acceso y prohibido su uso por enrejado. Sus aguas no eran, al parecer, destinadas para el consumo humano, utilizándose en exclusiva para dar de beber al ganado así como para el lavado. Sería restaurada en 1.995.
Con la llegada del agua corriente a diversos puntos concretos y privilegiados del casco urbano a comienzos del siglo XX, se pudo barajar la posibilidad de incluir fuentes de abastecimiento en el centro de la ciudad, enclavadas en plazas y rincones específicos donde la población pudiera surtirse del preciado bien acuático sin necesidad de acudir a las afueras de la ciudad, ni tener que valerse de aguadores para ello. Se podía, además, barajar la posibilidad de crear fuentes de ornamentación, como las que se ubicarían como estanques en el Paseo de Cánovas, ampliadas con esculturas de Eulogio Blasco en los años cuarenta, o de colocar fuentes de las que poder beber o refrescarse en parques y lugares de descanso, como la fuente del Paseo Alto, inaugurada en 1.927. Hubo fuentes públicas de abastecimiento en lugares tan cotidianos y emblemáticos como la propia Plaza Mayor, bajo las escaleras de acceso al Arco de la Estrella, conocida como Fuente del Claudio, o la Fuente de la Concordia, en la calle Zapatería, la Fuente de la Audiencia, en la calle Peña, y la Fuente del Camino Llano, en la Plaza de Marrón, todas ellas desaparecidas. Sí sigue en pie, aunque clausurada y en desuso, la Fuente de Santo Domingo o de la Concepción, denominada así por ubicarse en las cercanías de la iglesia dedicada a tal santo, ya en la céntrica plaza de la Concepción, cerrando la esquina de la plaza alta que allí se levantó tras la demolición del Convento de la Concepción sito en tal rincón de la ciudad, frente a las torres de los Palacios de Camarena y Galarza que enmarcan el final de la calle dedicada al General Ezponda. Diseñada en curva, contaba con cinco caños cubiertos con alero y bajo los que se ubicaba un pilar donde el que acudía con su cántaro podía colocar el mismo en el hueco allí tallado sobre la sillería granítica que lo formaba.
Otras antiguas fuentes públicas de abastecimiento cacereñas, hoy en día desaparecidas, serían la del Lápiz, en el enclave donde se irguió en 1.938 la Cruz de los Caídos, las Fuentes de Doncella y de Burrera en la carretera del Casar, o las del Piojo y del Huevo en la carretera de Trujillo.
Arriba y abajo: la Fuente Bárbara, también conocida como Fuente Barba o Fuente Barbas es, de las conservadas en la actualidad, la que quedaba más alejada del antiguo casco urbano, formando parte hoy en día del parque Olivar Chico de los Frailes donde, junto a su entrada meridional, sobresale su estructura prismática en cubo coronada con cúpula de ladrillo, cobijo del manantial cuyas aguas podían ser tomadas a través de dos pequeños arcos.
El panorama en la ciudad de Badajoz en cuanto al origen de su abastecimiento acuático sería bastante diferente al de la capital provincial cacereña. La ciudad, levantada sobre la vega del río Guadiana, y sin asentarse sobre tierra kárstica, se nutriría originariamente de éste cauce para hacerlo también después de algunos de los veneros que manarían a los pies tanto de este río, como de los cercanos Rivillas y Gévora. También difererían ambas ciudades en cuanto al origen de su actual sistema de abastecimiento, contando Badajoz con agua corriente desde 1.880 y presa desde 1.903, setenta años más antigua que la que embalsa las aguas del cacereño río Guadiloba. Sin embargo, ambas localidades tendrían en común el uso de un abundante número de fuentes de las que poder proveerse públicamente aquellos vecinos que no pudieran disfrutar de un pozo o aljibe dentro de sus propios hogares o haciendas.
La relación del río Guadiana con Badajoz es intrínseca e inseparable. El curso de uno de los cauces fluviales peninsulares más destacado fue decisivo a la hora de situar la ciudad junto a sus orillas, defendida la urbe por la ribera que la abrazaba y que, a su vez, daba de beber no sólo a su población, que podía acceder a ella directamente en tiempos de paz, o acercarse protegidos por las corachas en tiempos belicosos, sino también a las caballerías, a la ganadería, sirviendo además para el resto de usos cotidianos donde el agua es elemento e ingrediente fundamental. El aumento del uso del torrente fluvial a lo largo de los años, en muchas ocasiones de manera inadecuada, donde eran lavados animales o vertidos los restos de coladas realizadas a mano, y de lavado de lanas ejercitados de manera industrial, provocaban cada vez de manera más habitual la contaminación de las aguas, cuyo curso a su vez se veía afectado en gran manera por la climatología y las estaciones del año, embarrado con los repentinos aumentos de nivel de sus aguas, que contrariamente quedaban semiestancadas en épocas estivales. Frente a esta situación, bastante problemática, la población hacía cada vez mayor uso para destino humano y alimenticio de los veneros o manantiales nutridos de las aguas manadas de los propios ríos que discurrían junto a la ciudad, que eran igualmente fáciles de corromper como los cauces de los que se alimentaban, pero más fáciles también de controlar y limpiar. Contó la ciudad de Badajoz con ocho fuentes levantadas sobre veneros y distribuidas a lo largo de los cursos de los ríos Guadiana, Rivillas y Gévora, de las cuales sólo tres han sobrevivido y llegado a la actualidad.
Arriba y abajo: además de las fuentes y manantiales nacidos en las vegas de los arroyos de la Madre y de Aguas Vivas, Cáceres contó antaño con otras fuentes diseminadas por los alrededores, así como con varios caños dentro del propio casco urbano, erigidos en rincones populares dentro de la propia ciudad, conservándose hoy en día, aunque ya en desuso, la conocida como Fuente de Santo Domingo o de la Concepción, bautizada así por enclavarse cerca de la iglesia del santo dominico, en la plaza surgida a raíz de la demolición del convento de advocación concepcionista ubicado en este rincón de la ciudad, dotada de cinco caños bajo los que un pilar, con honduras marcadas, facilitaba el llenado de los cántaros.
Existió, junto a la vega del río Guadiana y con acceso en rampa desde la popular Puerta de Palmas, la más antigua e importante de las fuentes públicas de abastecimiento con que contó antaño Badajoz, erigida en 1.545 por mandato del corregidor Gonzalo de Mafra, y bautizada por tal motivo como Fuente de Mafra. Construida por Gaspar Méndez y diseñada en planta circular coronada con cúpula, la fuente no sobrevivió a las reformas que a lo largo de la orilla izquierda del Guadiana, entre las Puertas de Palma y la desaparecida de Carros, conllevaron la aparición del primer camino de ronda, a comienzos del siglo XX. Sí ha subsitido, sin embargo y en la orilla contraria, la Fuente de la Cabeza del Puente, más conocida popularmente como de la Rana o de las Ranas, enclavada como su nombre original indica en el hornabeque que defendía la cabeza del Puente de Palmas, y excavada en el foso del mismo, en la base del muro de contraescarpa que protege su flanco oriental, bajo la garita que asoma en la esquina noreste de la pequeña fortificación. El origen de la misma se remonta a comienzos del siglo XVIII, por acuerdo del ayuntamiento en 1.709, siendo entonces alcalde de la ciudad José de la Rocha Calderón. Su estructura inicial, de la que se conservan diversos escalones y una de las volutas que ornamentaban el antiguo arco de acceso a la misma, será reformada en dos ocasiones más, entre los siglos XIX y XX, siendo la imagen que presenta actualmente resultante de las obras que la remodelaron en 1.904, proveyéndola de una pequeña bóveda de cañón fabricada en ladrillo que cubriese el manantial, cuyas aguas proceden de profundo espacio abovedado que recoge el agua del venero bajo el muro de contraescarpa, antecedida por unos escalones que, dispuestos en recodo, permiten su acceso a la fuente desde el lado izquierdo de la misma. Esta bóveda, una vez en desuso la fuente tras declararse en los años 60 del pasado siglo la contaminación de las aguas del Guadiana y, por tanto, la falta de potabilidad del propio manantial, será destruida bajo actos vandálicos y recuperada tras la restauración a la que ha sido sometido el hornabeque y la propia fuente recientemente, hecho que ha permitido limpiar y recuperar un monumento que había quedado completamente abandonado y degradado pese a su relación histórica con la ciudad, cuyos vecinos apreciaban la calidad de sus aguas frente a las de la mayoría de las otras fuentes que daban de beber a Badajoz.
Arriba: la Fuente de la Cabeza del Puente, más conocida popularmente como de la Rana o de las Ranas, se ubica, como su nombre original indica, en el hornabeque que cierra en su extremo norte el Puente de Palmas, excavada en el foso que rodea el mismo, aprovechando un venero que mana agua del cercano río Guadiana, en simbiosis con la pared de contraescarpa que protege el flanco oriental del conjunto defensivo, bajo la garita que asoma en la esquina noreste de la pequeña fortificación.
Arriba y abajo: excavada bajo el muro de contraescarpa, donde varias bóvedas sustentan el depósito acuífero, la Fuente de la Rana fue sometida, desde su creación a comienzos del siglo XVIII, a tres distintas remodelaciones, siendo su aspecto actual el derivado de las actuaciones ejecutadas en 1.904, cuando una pequeña bóveda de cañón fue puesta como protección exterior del manantial, al que se accede por una escalera en rincón abierta a la izquierda del monumento.
Abajo: clausurada durante los pasados años 60, completamente abandonada, semidestruida y degradada, la Fuente de la Rana ha sido sometida a una reciente restauración que ha permitido recuperar este bien inmueble popular de la ciudad de Badajoz, reconstruyéndose, entre otras intervenciones, la bóveda que cubría el acuífero, destruida en base a dañinos actos vandálicos, descubriéndose además restos arquitectónicos pertenecientes a la primera fase constructiva del manantial, como son la voluta que ornamentaba el sustento de un original arco, así como los primeros escalones que permitían la bajada al pozo inicial, en la esquina derecha del actual.
El río o arroyo Rivillas, cuya desembocadura se produce frente al Cerro de la Muela, a los pies de la Alcazaba y punto de germinación de la ciudad pacense, también nutría a diversos veneros de los que la población tomaban el agua potable con que poder alimentarse en el día a día. En el margen derecho del mismo, frente al Baluarte de la Trinidad, se construiría la que sería considerada como la segunda fuente más antigua de la localidad, fabricada en 1.549, cuatro años después de la de Mafra, por el mismo arquitecto de la misma, Gaspar Méndez, pero bajo mandato de un nuevo corregidor: Nuño de la Cueva. Esta fuente, bautizada como Fuente Rivillas, se levantaría con sillares y sobreviviría a su desuso en la segunda mitad del siglo XX varios años más, hasta acordarse la demolición de la misma en los años 70. Otra fuente ubicada en la misma vega pero en la orilla derecha de la misma, más alejada del arroyo y nutrida con las aguas que bajan hacia él desde el Cerro de las Mayas, junto al Cerro de Reyes, no sería destruida pero sí enterrada tras declararse, y confirmarse después, la contaminación de la misma en base a la presencia de nitratos en sus aguas. Es la conocida como Fuente Caballeros, de la que se desconocen datos sobre su construcción, posiblemente fechada en el siglo XVIII, pero sí popularmente de las propiedades de sus aguas para los cálculos renales. El interior de la misma, abovedado y enladrillado a medio cañón, se abriría frente al río en arco de medio punto, construida la portada con ladrillo y cierta mampostería, sobresaliendo de la misma un frontón triangular, lucidos y decorados con frescos pictóricos de los que apenas han llegado vestigios a nuestros días, adivinándose de los escasos restos que sobreviven de tal ornamentación temas geométricos y epigráficos. A poca distancia de ésta, en la ribera del río o arroyo Calamón, cerca del Molino de la Tarasca, se encontraría la Fuente de los Alunados, origen de leyendas hoy desaparecida.
Arriba y abajo: ubicada en la vega del río Rivillas, en el margen izquierdo del mismo y a los pies del Cerro de las Mayas, de donde recoge parte del agua de lluvia que desde la colina de éste desciende por su falda septentrional hasta la rivera cercana, junto al Cerro de Reyes, la Fuente Caballeros se mantiene semienterrada desde que, en la segunda mitad del siglo XX, se confirmase la presencia de nitratos en unas aguas consideradas antaño medicinales, sobresaliendo apenas de la misma el frontón triangular que corona su frente.
Arriba y abajo: semienterrada y oculta por la maleza y la basura depositada en este degradado enclave exterior de la ciudad pacense, parte de la portada de la Fuente de Caballeros puede aún hoy en día descubrirse, apreciándose, bajo el frontón triangular que corona el monumento, el arco de acceso al depósito, construido principalmente con ladrillo conjugado con cierta mampostería, lucido tanto en su interior, cubierto con bóveda de cañón, como en su exterior, donde aún persisten restos polícromos de su ornamentación original, adivinándose en ella lo que pudieran ser motivos geométricos y epigráficos.
Mucho más alejadas del casco urbano se hallaban las fuentes que manaban del río Gévora cuya desembocadura, como la del Rivillas, tenía lugar frente al Cerro de Muelas y cerca de las puertas de la propia ciudad. El primer venero en encontrarse sería aquel que daría ser a la denominada como Fuente Nueva, desaparecida hoy en día y cuyo enclave quedaría englobado en las inmediaciones del Molino de los Ayala. Pocos metros más al Norte, también en el margen derecho del río, sobrevive, aunque en total desuso y abandono, la Fuente de Cuadrejones, cuyas aguas eran antaño, junto a las de la Fuente de la Rana, las más apreciadas por la población local. La Fuente de Cuadrejones, cuyos primeros datos se remontan a 1.631, se levanta con mampostería pizarrosa y ladrillo sobre planta cuadrangular, con tres metros de lado aproximadamente, cubierta con cúpula de ladrillo y trazado en arista, sostenida en su interior por una llamativa nervadura con clave granítica. El acceso a la misma, abierta frente al cauce del río, se ejercería a través de un generoso arco escarzano de ladrillo, modificada la abertura tiempo después para añadirle varios sillares graníticos que empequeñeciesen su entrada. El interior de la fuente, secado hoy el manantial y utilizado vilmente como basurero, descubre los sillares sobre los que se asienta el monumento, así como el enlucido que protegía la estancia central de que se componía el mismo.
Arriba: semioculta por la vegetación y la maleza, enclavada en las cercanías de la actual carretera que une las dos capitales provinciales extremeñas, tras una estación de servicio y cerca de la Escuela de Ingenierías Agrarias de Badajoz, se mantiene en pie la más alejada de todas las antiguas fuentes de abastecimiento con que contó la ciudad de Badajoz, conocida como Fuente de Cuadrejones y popular por la buena calidad de este agua, venero del cercano río Gévora, en cuya vega en enclava.
Arriba y abajo: la Fuente de Cuadrejones, cuyos primeros datos conocidos se remontan al siglo XVII, se presenta con planta cuadrada y fábrica en simbiosis entre ladrillo y mampostería pizarrosa, cubierta con bóveda y mostrando arco escarzano de acceso en su portada abierta frente al cauce fluvial, remodelada tardíamente con la colocación de sillares graníticos que empequeñecen la entrada al venero.
Arriba y abajo: en desuso y completamente abandonada, el interior de la Fuente de Cuadrejones se mantiene desecado, pudiéndose contemplar aún el estucado interno que embadurnaba el depósito, así como la original bóveda de arista que corona el inmueble, cuyos nervios, de ladrillo, se encuentran en una clave granítica en su punto central.
Abajo: a escasos metros de la Fuente de Cuadrejones, en las inmediaciones del río Gévora y poco antes de que éste desemboque en el Guadiana, un pequeño pilón abandonado se conserva cerca del Molino de los Ayala, complejo industrial cuya construcción conllevó, con los años, la desaparición de otra de las antiguas fuentes de abastecimiento con que contó antaño Badajoz, conocida como Fuente Nueva.
La contaminación en aumento del río Guadiana y sus afluentes, que afectaba a su vez a los manantiales y veneros que se nutrían de sus aguas, corrompidas a su vez también por el mal uso que muchos vecinos hacían de ellas, así como por ser el escenario escogido por muchos suicidas para llevar a cabo su propio fin, hacía cada vez más necesaria la búsqueda de una solución definitiva que permitiese a la ciudad contar con agua potable constante y, a ser posible y como ya empezaba a ser corriente en muchas ciudades y capitales españolas, con agua corriente dentro del propio casco urbano. Se aprobaría así, en 1.877, un proyecto presentado por Fernando Montero de Espinosa, Arturo Clemente y Aquilino Hernández, que disponía, bajo contraro de 1.878 con la Sociedad Anónima "Aguas del Gévora", la construcción de una presa en el término municipal de Villar del Rey, al Norte de la ciudad, que recogiese las aguas de los ríos Zapatón, Albarrega y Saltillo en el embalse de Peña del Águila (inaugurada en 1.903 y sustituida por la actual presa, en 1.988), y el trazado del Canal del Gévora que recogiese las mismas, a la altura de la Ermita de Botoa, donde el Zapatón desemboca en el afluente del Guadiana. Una primera sección de este canal llegaría hasta la Cabeza del Puente de Palmas, donde la Casa de Máquinas se encargaría de impulsarla hasta el Depósito del Castillo, para su posterior distribución por la ciudad, y una segunda sección completaría los 19 kilómetros del canal hasta la desembocadura del mismo en el río Caya, tras regar huertas y viveros. Mientras que el agua corriente iba llegando poco a poco a las casas y los diversos barrios de la ciudad, un nutrido número de fuentes de abastecimiento daban de beber a los ciudadanos desde diversos puntos del casco urbano, siendo la primera en ser instalada e inaugurada el 14 de agosto de 1.880 la Fuente de la Plaza de la Cruz, actual Plaza de los Reyes Católicos que, años después y tras completarse el abastecimiento acuático por todos los domicilios pacenses, sería reconvertida en fuente de ornamento, tal y como se puede contemplar en la actualidad, tras la Puerta de Palmas. Otras fuentes que le seguirían serían la de la plaza del Rastro, junto a la Iglesia de la Concepción, la de la plaza de Zambrano, la de las plazas de San José, San Agustín y Cervantes, la de la plaza de San Blas, junto a la Catedral, las del Paseo de San Francisco, la de la Plaza de López de Ayala, así como las de la calle Peña (actual calle de Eugenio Hermoso), y la ubicada entre las calles de Martín Cansado y Zurbarán. Fuera del casco histórico, extramuros de la ciudad, también se eregirían fuentes de abastecimiento en los barrios que iban surgiendo con el aumento de población, conservándose hoy en día únicamente la Fuente de la Barriada de la Santísima Trinidad, cerca del Fuerte de la Picuriña y en la calle de Fernando Calvo, centrada por un columna coronada con trabajo en forja, que debió ser desmantelada una vez en desuso, según acuerdo entre vecinos y Ayuntamiento, pero que sin embargo se ha logrado conservar como bien inmueble de la ciudad y recuerdo de los continuos pasos dados por Badajoz para alcanzar un sostenible y conforme abastecimiento de agua a la ciudad.
Arriba: cerca de lo que fuese el Fuerte de la Picuriña, englobada dentro de los jardines que completan la actual calle de Fernando Calvo, sobrevive una de las últimas antiguas fuentes de abastecimiento erigidas en Badajoz tras la inauguración del Canal de Gévora que trajese, desde el embalse de Peña del Águila, agua corriente a la ciudad, en desuso desde la total implantación del nuevo sistema de abastecimiento que nutre acuíferamente a todos los hogares de la ciudad.
Abajo: en la actual plaza de los Reyes Católicos, antigua Plaza de la Cruz, se inauguraba el 14 de agosto de 1.880 la primera fuente de abastecimiento pública que podía presumir no sólo de ubicarse dentro del casco urbano, intramuros, sino además de estar nutrida de las aguas traídas por la Sociedad "Aguas del Gévora" hasta la ciudad, en los orígenes del abastecimiento moderno y de la implantación del agua corriente en Badajoz, convertida años después, una vez implantada la llegada de agua a todos los domicilios de la localidad, en fuente de ornamentación.
Abajo: tras la llegada, en 1.880, del agua corriente a la ciudad de Badajoz, múltiples fuentes públicas de abastecimiento, ya desaparecidas, fueron ubicándose en diferentes rincones populares de la ciudad, para uso de todos los vecinos a cuyos hogares no llegase aún el agua, pudiéndose recordar las fuentes de plazas tales como la del Rastro, la de Zambrano, la de San José, la de San Agustín, la de López de Ayala o la de San Blas, así como la de la plaza de Cervantes, movida a la esquina donde se encuentran las calles Trinidad y Doblados tras la erección, en 1.932, de la estatua de Zurbarán en el lugar en que esta se hallaba, recordada con un pequeño estanque que acompañase a la escultura, recientemente restaurado.