Antithriller: 'Hustle', Robert Aldrich y los estafados por América

Publicado el 25 abril 2012 por Esbilla

Destino Fatal (Hustle)

Robert Aldrich

1975

USA

120 min.

Guión: Steve Shagan sobre su propia novela City of Angels (1975)

Fotografía: Joseph F. Biroc

Música: Frank De Vol

Montaje: Michael Luciano

Reparto: Burt Reynolds, Catherine Deneuve, Ben Johnson, Paul Winfield, Eileen Brennan, Ernest Borgnine, Eddie Albert, Catherine Bach

En distintos momentos de Hustle (mejor desechar a la primera el absurdo Destino fatal que le toco en España cuando se repartieron los títulos) diferentes personajes preguntan si el padre de esa chica muerta de la playa es alguien. Alguien en ese sentido tan americano de importancia, como lo es el abogado corruptor interpretado por el excelente Eddie Albert, cuando es eso otro también muy americano de un “don nadie”. Al final de la película el hastiado buen policía que interpreta Burt Reynolds decide que si no puede darle ley le dará algo de justicia a ese don nadie. Un pequeño arreglo por todo lo que funciona mal.

Aunque hasta eso funciona mal en una coda amarga, donde el destino se impone; no se sabe si como castigo o como liberación. Lucidez fatalista en cualquier caso.

Si el cine de Aldrich se construye sobre el efecto de combate de contrarios, entonces ¿contra quién combata el teniente Gaines? Contra si mismo. Gaines esta escindido, como personaje individual y como arquetipo inserto en el áspero policial norteamericano. Y por si fuera poco Burt Reynolds contradice su imagen general y la particular que con ayuda del mismo Aldrich había reflejado en la previa Rompehuesos (The Longest Yard, 1974)

Frente a la violencia resolutiva de Harry Callahan (Harry el sucio, Don Siegel, 1971) o la nausea de Jake Martin (San Francisco, ciudad desnuda, Stuart Rosenberg, 1973) este héroe aldrichiano opone desencanto y esfuerzo. La decisión de hacer algo decente, otra idea muy americana también. Subrayo esta noción de lo americano por cuanto aparece de manera intensa en un film de voluntad europea. Una extraña aleación de thriller y polar. Una novela de Ed McBain filmada con una cámara francesa.  En Hustle Europa es una promesa y un recuerdo. O el recuerdo de una promesa. Son canciones y películas, es
Catherine Deneuve convertida en puta inmaculada de lujo. En si misma un sueño, un personaje casi imposible como la propia historia de amor que es lo que, en el fondo, es toda la película.

Gaines es un tipo pacífico obligado a recurrir a la violencia. Un hombre con moral de otros tiempos enamorado de una puta. Está cansado y tiene que seguir. Pese a su físico de Mike Hammer, Reynolds personifica aquí a un contra-Hammer. Opuesto al machismo violentista y la chulería brutal del personaje de Spillane este policía con conciencia es sensible y perspicaz. En realidad todo el film está recorrido así de una sensación anempática, como si las cosa no casasen. No hay armonía clara en esta película dodecafónica.  La música y la letra no se pertenecen la una a la otra. El resultado es una rara melancolía, un anticlímax que está más allá de dialéctica entre la tristeza de las palabras y la dulzura de la música en las canciones pop.

El conjunto es el más extraño filmado por Aldrich en su carrera. Y como tal emerge con el tiempo. Es una imperfección que por eso mismo define mejor que algunas perfecciones.  Como en otros tantos casos son esos títulos equívocamente menores los que explican que, mirados con atención, explican a sus responsables. Hustle es una película triste y es una película cansada. Es de esas que se adhiere a la piel de su protagonista y respira y actúa como él.  También de las que se adhiere  a la piel de su director, el Aldrich harto de 1976. De rebote explica también a la América post-Watergate, esa ya demasiado consciente de su propia mierda. La que quisiera hacerlo bien esta vez, la que quisiera escaparse y al final no puede.

En cierto modo esto afecta también al otro personaje masculino principal del relato: el padre de la chica interpretado de manera formidable por Ben Johnson. El es uno de esos buenos americanos a los cuales su país ha estafado. En todos los sentidos. Su peripecia adelanta, de manera incluso literal, al oscuro anti-héroe del Hardcore (1980) de Paul Schrader. La escena donde Gaines le revela con crudeza la verdadera cara de su hija en una película pornográfica (con elementos de actuación y escenificación muy similares) o su sórdida bajada al submundo del sexo de pago son retomados después como motivo central en esa perífrasi de Centauros del desierto que es el film de Schrader. Claro que aquí no hay culpa universal religiosa. Solo frustración y negación.

Hustle es fea, es irregular y está desequilibrada. Y todo eso es lo mejor de Hustle. Así estaban las cosas entonces.