
Por ello, es mejor ser niño, ya que ven lo real, tal cual es, y no los condicionantes o complementos que puede tener una cosa (claro ejemplo es la historia del astrónomo turco). La imaginación que debe tener un niño para percibir que lo que parece ser un sombrero es, en realidad, un elefante dentro de una boa. Esta imaginación es admirable, es mejor tenerla que no tenerla. En este sentido, podríamos calificar al autor como un claro ejemplo del Peter Pan de James Barrie, una persona a caballo entre la niñez y la fatigosa madurez. Envejeciendo se pierde la imaginación, lo que nos hace niños: ya no somos capaces de ver un corderito a través de una caja. El hecho de que fuera aviador, nos lleva a verlo como una persona que, sin menospreciar la compañía de las demás personas, le gusta conocer mundo y admirarlo. Ser aviador es un oficio más bien solitario, quizás una vía de escape de la sociedad de los adultos (“Los niños deben de ser muy indulgentes con las personas grandes”. Pág. 20). Es innegable lo bohemio de ser aviador, la libertad de surcar los cielos. Si alguna vez nos hemos planteado dedicarnos a la aviación, sin duda es por el hecho de volar, de rozar con los dedos la libertad que muchos encuentran entre las nubes. Si volando podemos ver toda la creación de Dios, merece la pena volar, y esto es algo, que va completamente con la personalidad de un “Peter Pan moderno”. Si no es con polvos mágicos es con un avión, pero volando igualmente.