Gracias y suerte!!
Pd: al final del artículo encontrarás una exquisita selección de canciones inolvidables de Frank Sinatra.
“Antoñete, el día del Santo de 1953″
“Poseídos, magnetizados por aquel efímero pero denso y sincero toreo, le sacaron en volandas por la puerta grande con el unánime consentimiento de la afición, que por aquellos años tenía por costumbre dar el visto bueno a semejante honor sin tener en cuenta el número de trofeos conseguidos. Cruzaron velozmente la explanada que separaba la magia y la civilización, y se encaminaron calle de Alcalá arriba decididos a encumbrarle en la plaza de Manuel Becerra. Al alcanzar la esquina de la calle de Bocángel, varias voces rectificaron los planes de la turba. Giro a la izquierda y, a modo de pagana procesión, los costaleros apretaron el paso hacia la casa del nuevo as de la tauromaquia.
Antonio Chenel, Antoñete, acababa de ver cómo se hacía realidad su sueño: salir a hombros por la puerta de su casa, de la Monumental-madrileña. Sólo dos días antes sufrió desde la impotencia por no haber podido hacer nada en su confirmación de alternativa, pero ese 15 de mayo del 53, día del Santo, puso las cosas en su sitio. Compartiendo cartel con Rafael Ortega y El Ranchero, la responsabilidad y el orgullo se apoderaron de su corazón y pronto dejó constancia de que era su día con un arriesgado pero, como siempre, artístico quite de frente por detrás al segundo toro de Fermín Bohórquez.
Parecía que estaba todo hecho cuando apareció por la puerta de toriles un enorme animal de fiera estampa y enorme arboladura llamado Empresario. Olvidada la presión, se relajó como tantas y tantas tardes en las que dibujó imaginarias faenas sobre aquel albero que alfombraba el patio de su casa. Antoñete no reparó siquiera en la pujanza de su enemigo, en su salvaje y violento acometer, y sin pensárselo se fue a los medios a trazar una faena honda, suave, rítmica, mandona, de inmejorable calidad, con la que entusiasmó al respetable. Mientras, él, absorto y embrujado, no atendía más que a sus impulsos sin darse cuenta de que en realidad estaba toreando para sí mismo con insuperable exquisitez. Pinchazo, estocada, dos descabellos… una oreja.
Entrada la madrugada, después de festejar el triunfo con toda la familia en una afamada casa de comidas de la madrileña Cuesta de las Perdices, Antoñete recordaba en su cama cada instante de aquella seductora y merecida conquista. Poco antes de que llegara el sueño sonrió satisfecho dejándose llevar por la sensación de que ya estaba todo hecho. A la mañana siguiente, nada más despertar, fue plenamente consciente de que, en realidad, estaba empezando todo”.