Con ese poema -'El ángel de la piedad y la luz'- abre Antonio Crespo Massieu su libro más reciente, El dolor que amamos, que publica Bartleby Editores.
Organizados en dos partes -"El acróbata de la noche", "Y quedan interrogados e imperfectos"-, sus veinte poemas proponen un recorrido por los temas que se sugieren en el título y en ese poema pórtico: el dolor y el amor, la memoria de la herida, la emoción y la piedad, la desolación del tiempo y el vacío, las desapariciones que pueblan con su recuerdo las "Referencias y dedicatorias" que cierran el libro.
Y frente a todo eso, frente a las pavesas de las hogueras y la destrucción, la palabra y la memoria como alternativas frágiles de permanencia contra la nada, el deslumbramiento de la música y la poesía como bengalas de luz que alumbran -aunque sea fugazmente- en lo oscuro. Como Claudio Rodríguez y Bach, como Proust y Le Jeune, como Debussy y Guadalupe Grande, como los ángeles que sobrevuelan el libro para sostener el hilo del tiempo, el "ángel mínimo que rescata y orilla la esperanza", como el ángel pequeño de los hospitales "con un ala en la vida y otra en la muerte", como el ángel casi humano de las "alas perdidas y recobradas" cuando "la piedad y el amor tejieron una capa de plumas / y la única verdad fue la belleza y el asombro", como el ángel de Federico, que "sostiene el canto, la memoria, el sueño, el regreso."
O Como el ángel invisible que
detiene el tiempo y todo regresa pues aquí vive la vida no cumplida, lo imposible espera, el advenimiento de la justicia o el clamor repetido de todas, todos, los humillados. el ángel de los desposeídos de la tierra, los humildes, los que en la noche de los siglos claman justicia, las de voz afónica, las erguidas en el tiempo del desprecio.Frente a ese tiempo del desprecio, la destrucción y el olvido, la memoria y la palabra se conjugan en el poema final, que nombra a 'Los efímeros', tres muertos jóvenes (Marie-Louise Antelme, Lucía Modiano, Enrique Ruano) para cerrar con estos versos:
leve peso en el mundo.