Cuando uno piensa en los forjadores de los imperios coloniales inglés, francés y holandés, piensa en soldados, en piratas, en comerciantes. Cuando uno piensa en los forjadores del imperio colonial español, una vez que hubieron pasado las primeras décadas, lo que se viene a la cabeza es la imagen de un burócrata. El imperio español lo crearon los Hernán Cortés, los Pizarro, los Núñez de Balboa y los Miguel de Legazpi, pero se mantuvo a base de decretos, pólizas de tres y leguleyos. Uno de éstos fue Antonio de Morga.
Antonio de Morga nació en Sevilla en 1559. Estudió Derecho canónico y Derecho civil en Osuna y en Salamanca. En 1580 comenzó a trabajar para la Administración. En 1582 le hicieron Auditor General de las Galeras de España, cargo cuya responsabilidad era la de impartir justicia en las galeras. En 1593, le nombraron Teniente del Gobernador de las Islas Filipinas con la función de administrar justicia, ya que en 1590 se había suprimido la Audiencia de Manila. Asimismo podía ver en apelación los casos de cuantía inferior a 1.000 ducados; los restantes debían ser apelados ante la Audiencia de México.
Lo primero que hizo de Morga al llegar a Filipinas fue comenzar a hacer campaña para que se restableciese la Audiencia. Era el tipo de cosas que no sirven para granjearse amigos. Para el Gobernador, la instauración de la Audiencia supondría una limitación en sus poderes, algo que suele joder. Para las órdenes religiosas y los aventureros de toda laya que pululaban por Manila, significaba un mayor control por parte de las autoridades. De Morga era testarudo como él solo y en 1598 sus esfuerzos dieron fruto: la Audiencia fue restablecida y él fue designado Oidor.
Da una idea del celo de De Morga, una relación que dirigió en 1598 al Rey sobre el estado de las Filipinas, en la que no dejó títere con cabeza. En ella arremete contra los religiosos, mencionando, por ejemplo “el mal ejemplo dado por los religiosos mediante sus vicios, conducta indecente, apuestas, banquetes y festividades”, así como su intromisión en cuestiones mercantiles, su usurpación de los poderes reales y las tasas exorbitantes que piden por sus servicios. También los militares reciben algunos palos: critica el nepotismo en los nombramientos, la negligencia en el entrenamiento de los soldados y en la imposición de la disciplina y la tendencia de los oficiales a proteger a sus hombres cuando han cometido algún crimen. Tampoco los encomenderos se van de rositas,- que denuncia que se quedan con la mayor parte de los tributos que recaudan-, ni la administración real, - donde falta regulación, los archivos se llevan de cualquier manera, las funciones están mal repartidas y muchos funcionarios se apropian de bienes del Tesoro-, ni los chinos, - a los que cree que hay que controlar más porque están “robando el país, incrementando el valor de los artículos y contagiando muchos malos hábitos y pecados a los nativos”… En fin, la relación es un catálogo exhaustivo de los males que aquejan a las Filipinas y los remedios que deberían ponerse y no debió de ganarle demasiados amigos.
Dos aspectos sobre los que también opinó de Morga y sus ideas revisten interés son las empresas exteriores y la cuestión de los inmigrantes chinos. Frente a quienes veían Filipinas como la puerta de Asia desde la cual lanzarse a evangelizar a otros países de la zona (bueno y quien dice evangelizar, también dice conquistar, ¿por qué no?), de Morga estimaba que había suficiente labor que hacer en Filipinas, sin necesidad de irse a otras partes. En cuanto a los chinos, de Morga entendía que eran una necesidad para la economía de la colonia, pero también un peligro. Su recomendación era que no se permitiera que un gran número de ellos se instalara en las islas y que se controlara bien a los residentes. En 1603, cuando de Morga ya no estaba en Filipinas se produjo una sublevación de la comunidad china que estuvo en un tris de acabar con el gobierno español.
En 1600 tuvo lugar en la bahía de Manila la batalla contra el almirante holandés van Noort en la que de Morga tuvo un papel destacado, pero no tengo claro de si destacado para bien o para mal. Aunque las valoraciones que he leído son dispares, me quedo con el relato más detallado que he encontrado que es el de Shirley Fish en “The Manila-Acapulco Galleons: The Treasure Ships of the Pacific”. En ese relato de Morga no queda demasiado bien parado.
Cuando la flota holandesa apareció ante Manila, el Gobernador ordenó que tres galeones que se encontraban en Cavite, más dos embarcaciones chinas se les enfrentasen y designó a de Morga Capitán General de la flota. En algunos sitios he leído que de Morga tenía alguna experiencia militar previa, pero creo que es inexacto. Pienso que el error proviene del dato de que en 1594 fue designado Capitán General de la flota de dos galeones que le condujo a Manila desde Acapulco. El nombramiento fue probablemente simbólico y se debió a su condición de alto funcionario del Rey. La dirección real de los navíos la conservaron sus respectivos capitanes. En 1600 es probable que el Gobernador le designase Capitán General por ser la segunda autoridad de la colonia, no por su experiencia militar. Sí, así de arbitrarios éramos escogiendo mandos militares. En este caso concreto lo mismo el Gobernador le designó con la secreta esperanza de que se ahogase y dejase de dar la lata.
De Morga escogió el “San Diego” como su nave capitana. El “San Diego” era un barco pequeño y a alguien se le ocurrió que podría llenarse como el camarote de los Hermanos Marx. Entre soldados, tripulación y altos dignatarios de Manila que no querían perderse el sarao, habría a bordo unas 450 personas. El barco llevaba unas 700 toneladas de carga: iba provisto de lo necesario para una larga campaña contra los holandeses, más los efectos personales de quienes estaban a bordo. Por si hiciera falta más, también le pusieron catorce cañones que sacaron del Fuerte Santiago. Nada más abandonar el puerto, se advirtió que el barco andaba escorado y recomendaron a de Morga que le añadiera balasto para equilibrarlo. De Morga debió de pensar que manejar un barco no era muy diferente de escribir un expediente y les mandó a freír espárragos.
La noche del 12 de diciembre de Morga salió del puerto sin prevenir a los capitanes de los otros dos barcos, decidido a capturar él solito a van Noort. Los otros dos barcos debieron aprestarse y seguirle a toda velocidad. Apenas empezó la batalla, resultó evidente que el “San Diego” tenía problemas., probablemente por exceso de peso y mal reparto del mismo. A la desesperada, el “San Diego” se arrimó al barco holandés “Mauritius” y le lanzó un cable para abordarle. En plena operación comenzó un fuego en el “Mauritius” y los españoles optaron por cortar el cable. Fue entonces que el “San Diego” se hundió.
En algún lugar he leído que de Morga se salvó heroicamente, después de haber nadado durante cuatro horas, mientras portaba el estandarte holandés. Una versión menos heroica dice que se salvó aferrado a una cama que le mantuvo a flote.
Los dos últimos años de su estancia en Manila de Morga los pasó cosechando las tempestades que había sembrado en los años precedentes. Por un lado estaba la historia del combate épico contra los holandeses, que algunos no encontraron tan épico y más después de que hubiera provocado el hundimiento de un barco. Luego estaba la frustración del Gobernador Tello de Guzmán, que empezó a comprobar que la Audiencia coartaba sus poderes. También estaban los clérigos y otros españoles afincados en Filipinas, que estaban hartos del celo de de Morga. De Morga no puso tampoco las cosas fáciles cuando se peleó con algunos de los magistrados de la Audiencia por entender que simpatizaban demasiado con las posiciones de los españoles residentes de longa data, que no eran precisamente lo mejor de cada casa. Y ya para rematar, se enfrentó con Francisco de las Misas, que era factor y veedor de la Real Hacienda. Le visitó, que era como se decía entonces a hacerte una auditoría de ésas que te vas a enterar y le encontró culpable de casi todo de lo que le habían acusado. Más tarde de las Misas alcanzaría la plaza de regidor del cabildo y allí fue donde le pudo decir a de Morga “pues ahora te vas a enterar”.
En 1603 de Morga fue designado Alcalde del Crimen de la Audiencia de México. Sospecho que debió de recibir el encargo con alivio, porque la cabeza ya le olía a pólvora en Filipinas.Fue en México donde compuso la obra “Sucesos de las Islas Filipinas” que es la que ha asegurado un lugar en la Historia y ha hecho que los historiadores posteriores hayan tendido a perdonarle el asunto del galeón que hundió.
Los “Sucesos de las Islas Filipinas” cubre la historia del archipiélago entre 1493 y 1603. Está dividida en ocho capítulos, que relatan el descubrimiento, colonización y gobierno de las islas hasta 1603. El octavo capítulo es una descripción de la historia y las costumbres de los habitantes de las islas antes de la llegada de los españoles. De Morga se benefició para escribirla de su acceso a los archivos oficiales, así como de su propia experiencia en las islas. Los capítulos sexto y séptimo relatan hechos que él mismo vivió.
La obra ha sido muy apreciada. De Morga la escribió con espíritu crítico de auténtico historiador. Bueno, es posible que se permitiese algunas licencias en el relato de la batalla contra los holandeses, pero se le pueden perdonar. El propio José Rizal quedó impresionado cuando conoció la obra de de Morga y concibió el proyecto de realizar una edición comentada de la misma. Dentro de sus planes emancipadores, consideró que la familiarización con la obra de de Morga podría ayudar a sus compatriotas a tomar conciencia de su identidad:
“Como casi todos vosotros, nací y me educaron en la ignorancia del pasado de nuestro país y así, sin el conocimiento o la autoridad para hablar de lo que ni ví ni he estudiado, considero necesario citar el testimonio de un español ilustre que al comienzo de la nueva era controló los destinos de Filipinas y tuvo conocimiento personal de nuestra antigua nación en sus últimos días.(…)
Si el libro consigue despertar vuestra conciencia de nuestro pasado, ya borrada de vuestra memoria y rectificar lo que ha sido falsificado y atacado, entonces no habré trabajado en vano y, con esto como base, por pequeña que pueda ser, podremos estudiar el futuro.” Y aquí termino la historia de Antonio de Morga, quien todavía vivió 30 años más, pero fueron bastante menos edificantes que los precedentes.