Antonio Machado en clave junguiana: poética del inconsciente

Por Rafael García Del Valle @erraticario

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El 22 de febrero de 1939, moría Antonio Machado, exiliado y pobre en un pueblo de pescadores, haciendo reales los versos que escribiera treinta y tres años antes:

Y cuando llegue el día del último viaje,
y esté al partir la nave que nunca ha de tornar,
me encontraréis a bordo ligero de equipaje,
casi desnudo, como los hijos de la mar.

Escribía el teólogo y filósofo Antoni Pascual Piqué sobre ello en El diálogo con el inconsciente:

¿Quién, conociendo el final de la vida de Machado, no se ha estremecido al visitar Collioure y constatar hasta qué punto se cumplieron al detalle los últimos versos que evocan su muerte? Murió en un hotelito, junto a un pequeño río a punto de desembocar en el mar; “ligero de equipaje” el maletín que llevaba lo perdió, o se lo robaron, en un pueblecito de Gerona, Cervià de Ter, cuando se hospedó, camino del exilio, en la Casa Santa María. Y “casi desnudo”, sin nada en los bolsillos, salvo una caja con un poco de tierra de su tierra, lo acogió Madame Quintana en Collioure –“costa libre”—, un pueblo de pescadores, de hijos de la mar, adonde la necesidad y el azar – ¿el azar?—le habían conducido.

El libro mencionado de Pascual Piqué es una presentación de la obra de Machado en cuanto que “poética de Jung”; de modo que la obra de Jung es, “en esencial convergencia, la psicología de Machado”.

A partir de esta idea, hemos de comprender la muerte como una presencia constante en la vida del poeta que se le anuncia desde el inconsciente como compañera inseparable y guía de una existencia encaminada a descubrirse en lo más profundo, hacedora de su destino antes que la oscura mancha que le impide vivir plenamente, tal y como apuntan los estudios al uso, para los cuales la obra del poeta es un manifiesto de resignación ante la vida. Muy al contrario, su poética es una afirmación de la vida en toda su amplitud, la crónica de un proceso de individuación llevado hasta lo más hondo. Machado, de niño, quería ser “pastor de olas, capitán de estrellas”.

De tal forma que la muerte es imaginada y anunciada como realización de su sueño: juego de la infancia.

Si la muerte se anticipa como experiencia soñada en los juegos de la infancia, su último verso, escrito el 17 de febrero de 1939, completa el círculo, el ouroboros en que se unen los primeros recuerdos con los últimos: “Estos días azules y este sol de la infancia”.

Quizá si nuestro espíritu despertara, si escucháramos nuestra voz única, descubriríamos la muerte, nuestra muerte, como un misterio dulce de la infancia. Quizá ya la hemos vivido anticipadamente cuando jugábamos al juego que más nos gustaba. Quizá la muerte no es aquello que nos espera, terrible, ajena y azarosa, al final. Quizá, como un “ducle ángel” de Màrius Torres, ya jugaba con nosotros, reía con nosotros, jugando y anticipando el final. Quizá si recordáramos nuestra infancia y con ella el juego predilecto sabríamos ya desde lo más hondo qué puede ser la muerte, la nuestra, la que Rilke quería “propia”, y la reconoceríamos igual que Machado la reconoció  aquella mañana fría y luminosa, en la playa de Collioure, escuchando el rumor del viento y el del mar.
[...] Y sobre todo, sobre todo, comenzaríamos a perder el miedo… a la muerte y, quizá también, a vivir.

Para Pacual, que Antonio Machado confíe su retrato-biografía a un poema expresa su concepto de la vida humana; el mejor vehículo para entenderla y encajar en ella los hechos es el poema:

sólo el poeta puede
mirar lo que está lejos,
dentro del alma, en turbio
y mago sol envuelto.

Es decir, la vida humana quiere manifestarse y crearse como una obra de arte que precisa, para realizarse y verse como tal, la inspiración y la energía que le llegan del fondo.

Ésta es la razón por la cual Machado necesita incluir esencialmente como final “la muerte propia”, la muerte que emerge del fondo, de su infancia y del contexto de toda su vida y de toda su actividad creadora, a fin de que el poema, que es su vida, exista.
La muerte, pues, como también intuyó Rilke y verá Màrius Torres, no viene de fuera. Brota de dentro, igual que un árbol potente surge de su propia semilla.

La muerte no destruye, sino transforma y hace ser. Pero el “Retrato” es una potencialidad, una promesa de realización que ha de recorrerse. Entre ambas claridades, infancia y muerte, el proceso es de angustia, desorientación y desamparo en una vida cargada de soledades, “siempre buscando a Dios entre la niebla”.

En la vida como poema, como proceso creativo, como camino, Machado dice “así voy yo”, no “así soy yo”:

El poeta no pacta su malestar ni se define por él: lo fijaría y se quedaría fijado en él. Este malestar es algo aprendido, algo que acontece, no algo natural.
[…] No es algo natural vivir en ese estado, ciertamente, y muchas tradiciones religiosas dirían que esta situación enfermiza y enferma es fruto del “pecado”, culpabilizando encima a quien las padece. No es éste el pensamiento del Machado maduro: nos es preciso salir, o hace falta que nos saquen, del paraíso, experimentar su ausencia, para poder entrar de nuevo, plenamente conscientes:
Más nadie logrará ser el que es si antes no logra pensarse como no es.
[…] Este sentirse desgraciado, desamparado, forma parte de un proceso y de un aprendizaje: se puede asumir con todo su sufrimiento, pero sobre todo con total inocencia.

El camino de Machado parte del amargo reconocimiento que es darse cuenta de la dualidad y sigue en la aceptación de su dolor, hasta llegar a la integridad y a la unidad: “sentirse y vivirse como realmente es”. No se trata de un intento por mejorar la personalidad, al estilo de ciertas convenciones edulcoradas, pues ello no conduce sino a un agravamiento de la situación existencial, sino de un cambio radical de identidad, un volver a nacer tras morir el falso yo:

O que yo pueda asesinar un día
en mi alma, al despertar, esa persona
que me hizo el mundo mientras yo dormía.

Quien nace es aquel que habita en nosotros y de quien nos habíamos separado:

Converso con el hombre que siempre va conmigo.
Quien habla solo espera hablar a Dios un día.

Ese conversar tiene diferentes formas: sueños, contemplación de la naturaleza, frustración, vivencia de lo absurdo o simple azar.

Ello explica que su primer poemario, Soledades, sea un libro onírico, al gusto de un movimiento simbolista en auge que participa de la inquietud por recorrer las “galerías” en que habita el ser. El camino “comienza y pasa por los sueños: recordarlos, revivirlos, buscar su significado, dramatizarlos, no sólo intelectual o estéticamente sino, sobre todo, emotiva, afectiva y sentimentalmente”:

Y podrás conocerte recordando
del pasado soñar los turbios lienzos,
en este día triste en que caminas
con los ojos abiertos.
De toda la memoria, sólo vale
el don preclaro de evocar los sueños
.

…no es en la conciencia donde se hallan la paz y el gozo, fruto de la unidad y de la integración, sino mucho más adentro, allá donde se originan los sueños. En aquel silencio interior, donde habitan las “hadas de la vida”, se abre la puerta de un jardín que tal vez es perenne. En este punto, la vida ordinaria se transforma en magia y belleza.

Sin embargo, cuando se los niega y desaparecen, “cuando los sueños ya no vienen, la profundidad enmudece y aparece la pesadilla de la incertidumbre –incertidumbre de la propia vida, del propio camino—que lo envuelve todo”.

Los sueños nos liberan de la peculiar alucinación y de la pesadilla de la normalidad cosificada y objetivante. Perdida la esperanza de regresar al paraíso, porque se han extraviado los caminos que a él conducían, tan sólo nos quedan los paraísos artificiales.
[…] La ausencia del sueño como valor y eje de la cultura y de la religión colectiva explica el naufragio del individuo y de la colectividad en un océano de imágenes, ninguna de las cuales le resulta, en principio, propia. Este bombardeo procede la ausencia de imágenes nuestras, íntimas, aquellas que nos son exclusivas y que nos liberan desde dentro del anonimato y del rebaño, que nos adentran en el mundo propio y en su universo específico, imágenes a través de las cuales la vida nos escoge y nos llama, anunciándonos identidad y misión. Mediante estas imágenes, que son “creación”, podemos intuirnos autónomos y creadores.

Una parada inevitable y trágica, por ende catártica, en el camino de individuación será su encuentro con el paisaje soriano, plasmado en Campos de Castilla; Machado descubrirá que el inconsciente no habla sólo en sueños. Como afirma Pascual Piqué: “Habla también al individuo que tiene los ojos abiertos, porque quiere comunicarse de todas las formas posibles”.

Entre las hierbas alguna humilde flor ha nacido,
azul o blanca. ¡Belleza del campo, apenas florido,
y mística primavera!

Hay momentos en la vida en que parece que uno sueña despierto. Todo se vuelve mágico, cambian la atmósfera y la experiencia del tiempo y del espacio. Todo se vuelve preciso, lleno de contenido, de ligereza; los sentidos se abren, la percepción se incrementa, la mente se ilumina. Todo ello son señales de que algo, cuya importancia es decisiva, acaba de comenzar.

Estas experiencias de claridad “visionaria”, de intuición de la profundidad del paisaje, donde la naturaleza se muestra en perfecta sintonía con la psique, son a menudo malinterpretadas por quienes las viven, al considerarlas progresos efectivos y no sencillos anuncios de lo que aún se ha de lograr, de ahí que nazca una fallida resistencia a las penosas dificultades que siguen a tan cortos momentos de lucidez:

¿Qué ha ocurrido? Simplemente que en el sueño que uno tiene despierto se vive abreviada, simbólica y sinópticamente el camino que aún no se ha iniciado; se vive anticipada y emocionalmente el resultado, la meta de este camino. Uno ha subido a una montaña y lo contempla todo.
[…] Pero es tan sólo una promesa vivida. Anticipadamente se ha experimentado el resultado final de aquel camino. Verdaderamente uno no ha alcanzado la montaña. Mas en el momento siguiente, uno se encuentra en lo más hondo del valle, al inicio del camino, inmerso ahora en el tiempo que le ha de llevar hacia aquella cumbre vivida en el sueño despierto.
Seguramente el sueño despierto ha sido dado porque el camino será difícil, áspero, habrá que vencer resistencias que parecerán invencibles… e insoportables.

El sueño despierto se manifiesta en anécdotas tan sencillas que, de estar “dormido”, pasan inadvertidas, como la capacidad para perfilar el hondo contenido simbólico de un brote verde:

…olmo, quiero anotar en mi cartera
la gracia de tu rama verdecida.
Mi corazón espera
también, hacia la luz y hacia la vida,
otro milagro de la primavera.

Por el contrario, Machado opondrá a este estado ciertas imágenes, como la noria, en que expresa cómo es “la situación del ser humano “dormido”, inmerso en el rebaño”, girando en la rueda absurda de la existencia sin contacto con su centro. Frente a ello, en el diálogo con aquel que siempre acompaña desde lo más profundo, “el hombre que siempre va conmigo”, la conciencia se sensibiliza cada vez más ante las señales del inconsciente. Como diría su alter ego Juan de Mairena:

Hay que tener los ojos muy abiertos para ver las cosas como son; aún más abiertos para verlas otras de lo que son; más abiertos todavía para verlas mejores de lo que son. Yo os aconsejo la visión vigilante, porque vuestra misión es ver e imaginar despiertos y que no pidáis al sueño sino reposo… Así cantaba un poeta para quien el mundo comenzaba a adquirir una magia nueva.

No se debe confundir el sueño despierto con las simples ilusiones: éstas son creaciones conscientes para evadir la realidad; aquellas, fuerzas inconscientes que desbordan los intentos de la conciencia por reprimirlos. Unas se viven con la ingenua alegría de las falsas esperanzas; las otras, con la melancolía de un destino –el destino no tiene nada de mágico, es la voluntad cumplida del contenido inconsciente que dirige nuestras vidas— que se atisba y que el ego exige evitar.

La negación del sueño despierto es nefasta, pues provoca rupturas psíquicas que se quieren superar mediante inútiles intentos por olvidar, en un refugiarse en la rutina que no puede acabar sino con la sensación final de un vacío existencial absoluto, que se ha ido extendiendo poco a poco, como un gangrena, por todas las extremidades de la vida sin que se le prestara atención.

En Baeza, tras abandonar Soria, roto por la muerte de su mujer, Leonor, Machado “recomponía poco a poco una existencia troceada, desgarrada, absurda”.

Señor, ya me arrancaste lo que yo más quería.
Oye, otra vez, Dios mío, mi corazón clamar.
Tu voluntad se hizo, Señor, contra la mía.
Señor, ya estamos solos mi corazón y el mar.

El verso final expone la circunstancia necesaria, la soledad frente “el mar”, símbolo eterno de lo inconsciente y de la muerte por extensión, para que el proceso de interiorización siga su curso, ajeno al ruido del exterior que es el gran obstáculo.

Pero todo lo feliz, armonioso, que con ella había vivido, había surgido de él. Tenía que reencontrarse, recibirse, agradecerse, quererse, prescindiendo de aquellos ojos dulces, inolvidables. Y una vez se hubiera reencontrado, volver a mirarlos, pero como quien viene de una fiesta y no de la necesidad de un ser hambriento y sediento. Trabajo de una vida: reencontrarse y reencontrar el gozo perdido… en un mismo.

Reconciliarse con “el hombre que siempre va conmigo”, el Sí mismo o centro de la psique y, por tanto, el núcleo de la existencia.

La conciencia se ha de desprender de su identificación con el “yo” para llegar a identificarse con este centro, seguramente invulnerable, más fuerte que cualquier circunstancia. […] El sentido de la vida y de los hechos de la vida es justamente esta progresiva vinculación con nuestro Poder existente, sí, pero muy oculto.

La frustración y la dependencia del mundo exterior es la medida de la distancia que nos separa del mismo. Y sólo cuando se alcanza, dicen, se entiende para qué existe el sufrimiento que obliga a emprender el camino y no abandona al peregrino hasta asegurarse de que ha llegado a su meta.

El sentido de la frustración no es, por tanto, frustrarnos como hombres y mujeres, sino frustrar un deseo demasiado superficial, genérico, social, demasiado infantil, un deseo que, en definitiva, no tiene en cuenta nuestra realidad.

Leonor será interiorizada en el poeta como “la mano que nos lleva” en el largo viaje. ¿Qué otra es si no la función del ánima, la “imagen del alma” según la definió Jung?

Desde el umbral de un sueño me llamaron…
Era la buena voz, la voz querida.
- Dime, ¿vendrás conmigo a ver el alma?…
Llegó a mi corazón una caricia.
- Contigo siempre… Y avancé en mi sueño
por una larga, escueta galería,
sintiendo el roce de la veste pura
y el palpitar suave de la mano amiga
.

Nuestra cultura ha rechazado el símbolo. Como denunciara en su día Joseph Campbell, hace mucho que entró en una dinámica donde los principios espirituales son descartados por completo:

Puedes tener una ética práctica y ese tipo de cosas, pero no hay espiritualidad en ningún aspecto de nuestra civilización occidental contemporánea. Nuestra vida religiosa es ética, no mística. El misterio se ha perdido y en consecuencia la sociedad se está desintegrando.

(Mitos de la luz)

Pero, quién sable, quizás algún día sean ciertas las palabras de Pascual Piqué:

En el futuro se le considerará, sí, como un gran poeta y un gran prosista, pero sobre todo –sobre todo—como un gran maestro en el difícil arte de vivir, como un médico del espíritu que se curó a sí mismo del aislamiento, del absurdo, de la inconsciencia, de la angustia, de la inautenticidad, del miedo visceral a la muerte.

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