Cuando el llegó al gobierno, el independentismo estaba en el 27 por ciento, mientras que ahora, en menos de seis años, está en la mayoría o muy cerca. Su inacción, su enervante pasividad, su convivencia con la corrupción y la España mediocre, injusta y sin valores ni prestigio que él ha construido desde el poder han generado asco en Cataluña y en muchas otras regiones de España y ha engordado el independentismo hasta convertirlo en un monstruo.
Gobernó con mayoría absoluta y fue elegido para regenerar el país y hacernos olvidar el nefasto zapatearísmo, pero se olvidó de sus promesas, condecoró a Zapatero y no regeneró absolutamente nada. Es más, adoptó muchos vicios y comportamientos socialdemócratas de su predecesor, hasta el punto de frustrar a millones de demócratas españoles. Ante la rebelión catalana, que se volvió agresiva, miserable y demente en los últimos años, fue cobarde y permisivo, hasta permitir que los catalanes que se sentían españoles fueran aplastados y se sintieran abandonados por el Estado.
Los españoles no olvidan que Rajoy se ha negado a regenerar la política, a condenar a los corruptos de su propio partido y que es culpable directo de dramas como la indiferencia del Estado ante las estafas masivas a los ciudadanos, el despilfarro, el endeudamiento, la desaparición de las reservas de las pensiones y su desesperante falta de reacción contra los males que están destruyendo a España.
Que no crea Rajoy que su intervención en Cataluña le convierte en un triunfador. Sigue siendo un pobre hombre, culpable, junto con sus predecesores González, Aznar y Zapatero, de que los españoles se hayan divorciado de la clase política y de que hayan perdido la fe en la democracia, tras contemplar la corrupción y la injusticia reinantes en España.
La cobardía del gobierno no deja de sorprender a los españoles, ahora enfurecidos por los desprecios y desafíos del independentismo. Acaban de decir, desde el gobierno de Rajoy, que sería bueno que Puigdemont se presente a las próximas elecciones. La gente, que esperaba que el miserable Puigdemont estuviera ya en prisión preventiva por haber intentado destruir España y por haber desafiado las leyes y la misma Constitución, se escandaliza y se asquea ante la inacción cobarde del gobierno, que permite que las banderas españolas sean retiradas de los ayuntamientos y que el jefe de la turba independentista, a pesar de haber sido destituido, pronuncie arengas libremente, aliente a los suyos a que salgan a las calles y se considere presidente de una República Catalana que creíamos que ya no existía.
La sensación de los españoles es que Rajoy, débil por naturaleza y acomplejado ante las democracias de su entorno, tiene tanto miedo a aparecer como represor, que se queda corto y ni siquiera reprime lo que es absolutamente brutal y delictivo.
Ante el espectáculo independentista catalán, que sigue desafiando y plantando cara a las leyes y al Estado, muchos españoles alcanzamos dos claras conclusiones: la primera es que "tigre no come tigue", es decir, que los políticos siempre perdonan a los políticos, por espíritu corporativo miserable, y la segunda es que en España las leyes están hechas para castigar a los robagallinas, pero nunca a los poderosos, lo que convierte al país en una falsa democracia, sucia y viciosa.
Millones de españoles no entienden que los golpistas anden por las calles, que la goebbeliana TV3 siga rotulando a Puigdemont como "President", después de haber sido destituido, y que siga mintiendo y generando odio, que el numero dos de los Mozos de Escuadra sea el sucesor de Trapero, que Puigdemont siga diciendo que él es el presidente legal y que pretenda formar un gobierno paralelo. Millones sospechan ya que todo lo que ocurre ha sido pactado en la oscuridad, lejos de la transparencia democrática, con el método sin luz, típico de las mafias.
Hay razones de mucho peso para estar preocupados, no sólo por el desafío catalán, sino por el comportamiento de nuestro gobierno. Todavía hay mas razones para que los demócratas gritemos a Rajoy:
“No habrá perdón para nosotros si por cobardes se nos muere España”.
Francisco Rubiales