Apocalipsis I

Por Julio Alejandre @JAC_alejandre

Nos movemos como autómatas bajo un cielo plomizo, con el agua hasta las rodillas y soportando una lluvia intensa. Los campos están anegados por la nieve del deshielo que la tierra, aún congelada, no es capaz de absorber. La llanura que circunda Skopcka se ha convertido en una laguna lodosa y marrón, más gris que marrón, jalonada por los montículos oscuros que forman los cadáveres que quedaron enterrados en la nieve del invierno y que ahora salen a flote. Pasamos junto a ellos con una insensibilidad curtida por la convivencia cotidiana con la muerte y el horror. Sus uniformes rebozados en barro, sus rostros deformados y sus cuerpos entrelazados, hacen difícil adivinar si son compañeros o enemigos: son nada más que carne muerta. Grupos de civiles se dedican a registrarlos y quitarles cuanto encuentran de valor, desde la propia ropa hasta anillos o dientes de oro.