A veces la vida nos pone retos tan difíciles que nos creemos incapaces de asumirlos y afrontarlos. Puta vida esta que parece empeñarse en que no seamos felices, puta vida esta que se empeña en que vivamos por vivir sin disfrutar del camino, puta vida esta que antepone sobrevivir al vivir, la guerra al disfrute, la muerte a la propia vida.
La vida fue inventada para ser felices y, a veces, nos empeñamos en seguir caminos que no nos llevan a ello, en cargar con pesos demasiado pesados, que nos someten, que nos matan. Nos avisaron de que en esta vida teníamos que ser alguien, a veces, a cualquier precio, sin pensar que tras el camino acabaríamos moribundos, agotados de intentar ser quién no queríamos ser, sino quien debíamos ser.
No nos avisaron que el precio era muy alto. No nos avisaron de que el precio no se pagaba con dinero, sino con felicidad, que cuanto más intentáramos tener, menos felices íbamos a ser, que se apagarían las sonrisas. Tampoco nos dijeron que iba a ser tan difícil unir lo que a uno le produce felicidad y lo que a uno le da de comer a final de mes. Nos dijeron que lo importante era esto último, pero a qué precio… a qué precio…
Sigo pensando que prefiero ser feliz a vivir una vida amargado por lo que “debo ser”. Prefiero ser rico de otra manera, prefiero levantarme cada mañana con una sonrisa en la boca y un motivo por el que luchar. Llamadme loco, pero prefiero ser feliz a vivir amargado por algo que realmente no quiero hacer. Llamadme loco, pero lucharé hasta la muerte por conjugar placer y deber en una misma palabra.
Porque nadie debería tener que hacer aquello que, en realidad, no le apetece. Porque todos tenemos derecho a levantarnos cada mañana y no estar deseando que termine el día ya. Porque la vida en sí no es complicada, la vida en sí no es puta, pero los humanos nos empeñamos en hacerla así.
Reinventémonos.
Busquemos la felicidad.
Seamos felices sin pensar en nada más.
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