La naturaleza es de esas realidades valiosas en sí mismas, que es mejor tomar sin conservantes ni colorantes. Consumir preferiblemente a bocanadas, a bocajaro, a quemarropa. De esa manera la contemplación puede ser más directa sin que proyectemos los miles de paisajes fotográficos que llevamos incorporados, sin que medie una sensibilidad almidonada de artificialidad.
Uno de los grandes discusiones del arte actual es si debe o no ser/representar la belleza. Pienso que esas discusiones son consecuencia, especialmente (aunque no sólo) de haber perdido progresivamente la contemplación de la belleza natural. Ahí es donde verdaderamente puede admirarse la belleza, incluso en mayúsculas.