Tocando uno de mis subgéneros favoritos, la space opera, no encuentro motivo para que las historias no se puedan alejar de la fantasía degeneradora de argumentos. Uno de los ejes esenciales sobre los que discurre este subgénero es el viaje espacial y cómo afecta a los personajes, tanto en sus vidas particulares como en el contexto que les toca vivir. Bien. ¿Cómo hacer plausible una historia? ¿Cómo elaborar leyes internas para la historia y que no se te vaya de las manos? Creo que establecer antes los parámetros sobre los que se mueve la tecnología puede ser de ayuda.
Así, teniendo en cuenta que los viajes entre estrellas necesitan de velocidades superiores a la velocidad de la luz para que sean abarcables por los seres humanos, hasta la invención del viaje hiperlumínico tenemos un área de expansión limitado. Sea pues, y ciñámonos a eso.
¿Qué velocidades alcanzarán las naves? Otra forma de meternos en harina es plantear diferentes escalas de tecnología. Distintas generaciones de tecnología que lograrán acortar distancias a lo largo del tiempo. Me parece más sólida esta aproximación, porque determina, en espacios de tiempo, la tecnología presente a cada momento e incluso introduce el concepto de caducidad en la tecnología de la historia. Esto creo que aporta coherencia interna a un relato: que se sepa que una nave es más vieja que otra de la misma forma que un velero puede ser más viejo que una lancha motora. Normalmente el transporte precedente es más lento que el posterior. A no ser que comparemos la tecnología punta precedente con la actual estándar, que pueden ser equiparables (¿estáis tomando nota?). Aquí un inciso: los vuelos comerciales no han variado su velocidad media desde hace cuarenta años, sin embargo se han popularizado debido a otros factores. Tengamos eso en cuenta en las historias. El hecho de que una tecnología exista no implica necesariamente su popularización, aquí influye el precio, la disponibilidad del mantenimiento, la demanda... No hay razones para pensar que estas variables no entren en juego en la ciencia ficción.
Permitidme otro inciso dentro del anterior inciso. La ciencia ficción de derribo tiende a ignorar la acción humana. Las cosas existen porque sí sin razón aparente. Y yo me pregunto: ¿por qué colonizar la Luna y no la Antártida cuando ésta colonización resulta infinitamente más barata? Si una historia plantea esto y no nos explica por qué, podemos estar ante un relato de fantasía, no de ciencia ficción.
Volvamos a lo anterior: crear unas normas para dar coherencia a la historia.
Se me ocurre que a años vista, podemos marcar la mayor tecnología de transporte espacial de cada salto tecnológico. De forma análoga a cuando se popularizó el viaje a vela, el viaje a locomotora de vapor, el viaje a barco de vapor, el viaje en automóvil, el viaje en avión de hélice, el viaje en avión a reactor, el viaje en tren de alta velocidad, etc. Nos inventamos diferentes tecnologías que tengan una velocidad media ascendente y vemos cómo afecta a la colonización del espacio.
Así, nos podemos inventar seis generaciones de tecnología en función de la proporción de velocidad de la luz que alcanzan. Pongo un ejemplo:
1ª generación: motor nuclear, 0,1%c, año 2050.
2ª generación: vela solar, 1%c, año 2100.
3ª generación: impulso láser, 10%c, año 2140.
4ª generación: motor de fusión I, 50%c, año 2170.
5ª generación: motor de fusión II, 90%c, año 2190.
6ª generación: motor «Libertatis», 99%c, año 2200. (^_^)'
Nótese que las singularidades tecnológicas conocidas no viven una progresión aritmética, sino exponencial. Esto quiere decir que un incremento mayor tiene lugar cada vez más rápidamente. En este ejemplo estoy siendo muy conservador en comparación con la velocidad incremental alcanzada por la tecnología realmente existente (y presupongo el optimismo científico propio de la space opera, ya que no olvidemos que en el mundo real, del Imperio Romano hasta el Pony Express, las velocidades no se incrementaron mucho).
Las distancias están tomadas a día de hoy, pero tengamos en cuenta que varían a lo largo del tiempo debido a las leyes de Kepler. El punto de referencia es la Tierra, claro.
Con esto, observamos que en el 2050 se tardaría realmente poco en alcanzar objetivos en el Sistema Solar interno (observamos tiempos de la actual navegación atlántica), quien sabe si hasta podrían darse viajes comerciales. Sin embargo, una misión a Júpiter y Saturno estaría reducida a propósitos científicos o comerciales más allá del hombre de la calle. Más lejos podemos suponer que la explotación económica no sería rentable, pero sí podrían no ser sorprendentes las misiones tripuladas.
Con un incremento de un orden de magnitud (2100), se abrirían el cinturón de asteroides y las lunas de Júpiter para su explotación comercial. A Marte y a Venus podría haber un puente aéreo (teniendo en cuenta que lo más costoso es vencer la velocidad de escape terrestre, estas misiones podemos especular que partirían de estaciones espaciales o desde la Luna). Se democratiza la explotación de los gigantes gaseosos hasta el punto que cuarenta años más tarde se produce un salto tecnológico.
En la segunda mitad del siglo XXII (cuarta columna), los niños irían de excursión escolar a otros planetas. A partir de aquí, el siguiente salto no reduciría ostensiblemente los tiempos de viaje. Se produce el efecto «concorde»: entre un viaje de media hora y otro de veinte minutos, la gente que va a Marte no valora la diferencia. Eso sí, esta diferencia puede ser crucial para actividades muy concretas (emergencias, trasplantes, carreras de naves...).
Obsérvese que incluso al 99% de la velocidad de la luz, se tardaría cuatro años y medio en llegar a la estrella más cercana. Por lo tanto, sin usar trucos, sería muy improbable el viaje tripulado. A no ser que aumentara mucho la esperanza de vida y los humanos vieran el tiempo transcurrir más lentamente. O se inventara algún tipo de sueño criogénico que no necesitara la supervisión de una inteligencia artificial homicida y paranoica.
En fin, con un par de tablas ya tienes media historia escrita con coherencia interna. Tan solo hace falta adornarla con amor espacial, venganzas, revoluciones, científicos locos, inteligencias artificiales golpistas, instructores de vuelo espacial muy duros pero que en el fondo son muy blandos, mareos debido a la gravedad cero, pastillas antirradiación, pioneros terraformadores,... y todo lo que quieras. Pero por favor, como lector te pido que expliques por qué vamos a las estrellas. Eso me parece tan interesante como la propia historia y hoy tenemos más elementos de juicio que el Heinlein de los años 40.