El capuchino padre Luis de Oviedo, junto con el también capuchino padre Arcadio de Osuna es, entre todos sus contemporáneos, el mejor compañero del padre Isidoro de Sevilla, iniciador de la devoción a la Virgen en su advocación de Divina Pastora de las Almas, y el más entusiasta animador de esta devoción en aquellos primeros años de su creación. El mismo padre Isidoro así lo entendió y supo corresponderle al escribir y editar su biografía en el libro que tituló El Montañés Capuchino, y Misionario Andaluz, dándonos su verdadera identidad y acertada personalidad. Fue editado dos años después de su muerte, acaecida en 1742. Al referirse a él, el padre Juan Bautista de Ardales en su obra La Divina Pastora y el Beato Diego José de Cádiz, en la página 33, dice que fue el venerable padre Luis de Oviedo (1667-1740), religioso de elevadas virtudes, dado a la oración, de vida penitentísima, muy humilde, gran director de almas, misionero celosísimo, muy amante de Jesucristo y de la Santísima Virgen, predicador muy célebre y varón prudentísimo, a quien se confiaron negocios difíciles y transcendentales, que resolvió con verdadero acierto y agrado de todos, sólo a costa de su humildad y sacrificios.
El 27 de agosto de 1696, concluido el año de noviciado con general asentimiento de todos los miembros de la comunidad, profesó en manos de fray Félix de Almonte, pasando a continuación a los estudios de filosofía y teología para mejor prepararse al oficio de predicador y así no falte en nuestra religión la predicación evangélica, de donde mucha parte pende la salvación de las almas. Con el mismo curso de las letras, también siguió la carrera de sus virtudes uniendo las virtudes con las letras de modo que corrían en él tan hermanadas, en amistad tan unidas, que ni las virtudes le estorbaban el empleo de las letras, ni las letras le impedían el ejercicios de las virtudes . Siete años pasaron en estas enseñanzas que entre nosotros se acostumbra y, finalizada la literaria carrera, fue instituido predicador por el Rvmo. P. General, como nuestra Regla lo manda .
En el año 1700 muere el rey de España Carlos II, dejando en su testamento como heredero de su monarquía al señor duque de Anjou, nieto del rey de Francia Luis XIV. Es conocida la lucha que se entabla en nuestra nación entre los partidarios de los Austrias y de los Borbones. Sucedió que los religiosos del convento de los capuchinos de Murcia, perteneciente a la provincia capuchina religiosa de Valencia, pusiéronse al lado del bando de los Austrias contra los Borbones. Una vez afincado en el gobierno nacional los Borbones, se ordena, en el año de 1706, el traslado de aquellos religiosos a Madrid para ser juzgados como criminales, determinando además por cédula real que la jurisdicción del convento pase a la también capuchina provincia de Andalucía. Por consiguiente, al darle cumplimiento, de aquí hubo que destinarse allá a 14 religiosos andaluces. Entre éstos encontramos a nuestro Luis de Oviedo. En un principio, visto el ambiente hostil que se respiraba en esta ciudad contra los capuchinos, no les fueron fáciles a los nuevos inquilinos del convento el ejercicio sacerdotal y apostólico. No obstante, y debido a la constancia, paciencia, sencillez seráfica y vida ejemplar como ellos actuaban, especialmente el padre Luis, supieron sobreponerse a las iras del populacho y a la ola de odio levantada contra la Orden, de forma que, como dice el padre Isidoro, al acabar sus sermones se oían llantos, gemidos, golpes de pecho .... y ya apellidaban santos a los que antes llamaban desleales y traidores. En 1715, superadas las dificultades que habían motivado aquellas anómalas circunstancias, volviéndose a la normalidad, regresa el padre Luis de Oviedo al convento de Sevilla, después de haber ejercido en aquel convento, con gran aceptación, el cargo de guardián.Ya aquí, es nombrado maestro de novicios. Intima entonces con el padre Isidoro de Sevilla, manteniendo ambos una buena amistad. No cabe duda que el dicho padre Isidoro, por su parte, animosamente le transmite su devoción a la Virgen en el título de Divina Pastora de las Almas, hacía poco por él creada. Es lo cierto que tanto fue el entusiasmo despertado en el padre Luis por esta devoción que, pronto, se constituye como el más admirador y mejor apóstol de la misma.
Resultan interesantes en la referida biografía del padre Luis de Oviedo, los trabajos que nos muestran sus acciones aludidas a las misiones, llevadas a cabo en distintas poblaciones y pueblos de nuestra región andaluza. Fueron muchos los lugares de nuestra geografía visitados por nuestro biografiado en esta pastoral misionera. Siempre se comportaba amonestando y persuadiendo al ejercicio de la virtud de forma suave y dulce. Al reprender los vicios se mostraba suavísimo, benigno y blando porque conocía que la reprensión rigurosa, que se funda en levantados gritos y en descompensadas voces, más daña que aprovecha. Fue un misionero deseado y buscado, pues a sus ardientes y persuasivas palabras acompañaban sus obras y añadía el ejemplo de una vida que no contradecía en nada a cuanto enseñaba.
Los tres años últimos de su vida, el padre Luis tuvo que pasarlos al lado del arzobispo de Sevilla, Luis de Salcedo y Azcona, viviendo, así mismo, en el palacio arzobispal. Se lo había solicitado al padre provincial, que se lo concedió. Quería tenerlo cercano para sus consultas de conciencia y gobierno. Sin embargo, nuestro biografiado nunca olvidó su condición de capuchino, viviendo allí como si continuara en el convento, en auténtica pobreza, austeridad, humildad y penitencia, haciéndose, al mismo tiempo, querer siempre de todos cuantos con él vivían en el palacio.
Al pensar y estimar, al haber contraído una grave enfermedad, que le llegaba su última hora en este mundo, pidió al arzobispo le permitiese volver al convento. Accedió a ello al considerar lo justo de su ruego, ordenando, sin embargo, que fuera allí atendido por dos de sus médicos, juntamente con el de los capuchinos. Justamente murió. Era el 17 de mayo de 1740, tenia 63 años de edad y 45 de religioso, que fueron los mismos que N. S. P. S. Francisco vivió en el mundo, viviendo este verdadero hijo suyo en la religión los mismos años que el Santo padre vivió en el siglo. Mucha fue la consternación habida en el clero y en el pueblo, ya que lo consideraban un santo. Solemnes y multitudinarios fueron sus funerales, costeados generosamente por el mismo señor arzobispo, interesándose de todos los detalles para que así fuesen. El padre Isidoro de Sevilla tuvo la oración fúnebre. Suponemos que en ella vertería sus profundos y fraternos sentimientos hacia un hermano con quien tan bien conectaba. Lamentablemente, no fue publicada, por lo que desconocemos cuanto dijo y expresó en la misma. Sin embargo, bien sabemos, como repetidamente hemos hecho constar a lo largo del artículo, que fue el mismo padre Isidoro de Sevilla quien escribió su biografía, editada y puesta a disposición del pueblo en 1742, tan sólo dos años después de su muerte. A ella remito a todos cuantos quieran conocer más detalles biográficos suyos.
Fray Mariano Ibañez Velazquez, OFM Cap. (Cantillana y su Pastora nº 8)