Aprender a amar

Por Srigangamata @SRIGANGAMATA

De los verbos posibles ninguno es tan difícil de conjugar como el de “Amar”
Dar y recibir amor es un arte que se aprende por ensayo y error y muchas veces con los ojos cubiertos de sal.
El inconsciente colectivo otorga al amor características muy definidas.
Es intempestivo, irrefrenable, tormentoso, cegador, subversivo. Bloquea la razón nublando juicio e incapacitando al individuo a tomar decisiones de provecho.
Se le han dedicado canciones gimientes, letras ensangrentadas, ríos de papel y tinta en el pasado y actualmente miles de billones de bit de información.
Visto bajo esa luz parece más el virus del abola que un sentimiento divino nacido de lo mejor de nuestra naturaleza y destinado, justamente a reencontrarnos con la divinidad.
Sin embargo eso que se describe popularmente no se relaciona tanto con el amor como con la tormenta de sensaciones que se desata durante el enamoramiento en un rush de deseo, hormona y necesidades internas depositadas en él otro.

Los griegos discriminaban dos clases de amor:
EROS Y ÁGAPE.
El primero, turbulento y devastador, estaba regido por la lujuria, el apremio y el instinto sexual, tanto recreativo como de procreación.
El segundo, mucho menos “rutilante”, era la suma de la serie de pequeñas fibras que nacidas de uno encontraban su otro extremo en el otro
Una serie de coincidencias, grandes, pequeñas, ínfimas, de empatías profundas, de reciprocidades naturales que podía o no ir acompañado de deseo física.

Entre la miríada de sentencias (que parecen haber tomado calidad de axiomas) se encuentra esa que dice:

“UNO NO ELIGE DE QUIÉN ENAMORARSE”

Una nube de humo tras la que solemos ocultar u tendencia de nuestro “depredador interno” a dirigirnos hacia personas que nos sirven de instrumento para infringirnos dolor a nosotros mismos ya sea a través del sufrimiento o de la indiferencias.
Si media in trabajo profundo de consciencia, podremos usarlo, eventualmente, como un modo de aprendizaje, pero los costos emocionales y sensibles son terribles.

Sin embargo, no es menos cierto que, ya sumergidos en la vorágine, es muy difícil discriminar las circunstancias REALES que dispararon esa relación, y por lo tanto es más simple adherir a la creencia justificadora de que hemos sido fatalmente arrastrados porque “No se puede elegir a quien amar”

Elegir a quien amar es un acto que demanda de altos niveles de atención y disciplina, pero sobre todo de un profundo amor hacia nosotros mismos.
Implica, antes que nada, comprender que cuando dos se encuentran todo es posible independientemente de las intenciones previas de cada uno. Por lo tanto antes de profundizar en los encuentros es necesario mirar con ojo calmo y sabio a la persona que tenemos enfrente.
Es preciso dar un paso hacia atrás para lograr perspectiva al mirar, para poder mirarnos a nosotros mismos también y definir a que se deben las variaciones de nuestra emoción.
Implica también pensar con amoroso cuidado qué tenemos para ofrecer en esa relación en particular y que tienen para ofrecernos tanto la relación en sí misma, como la persona que la integra.
También es necesario ser capaz de trascender el grito interno de inmediatez, motorizado por el instinto y la química física, para dejar que el curso de los encuentros manifieste la verdadera naturaleza de ambos (con sus luces y sus sombras) y ser capaz de verla.
Porque en medio de la tormenta pasional lo único que vemos en el otro es lo que nosotros le otorgamos para que “encaje” en nuestro ideal.

Recién entonces estaremos listos para AMAR, plenamente, dándonos y recibiendo al otro, integralmente, sin miedos, sin zonas a esconder.
Porque aprender por el dolor puede ser, por supuesto, nuestra prerrogativa…pero no nuestra obligación.

Si creés que es muy esforzado,
Muy frío,
Muy demandante,
Muy racional, muy aburrido
Dejame preguntarte:

Hasta ahora…cuánto éxito han tenido tus relaciones?, cuánto has sido feliz?, cuánto has llorado?
Su tus respuestas demuestran que yo estoy errada y vos en lo cierto…
No imaginás cuanto me alegro!

Sino…nada cuesta intentarlo.

Locura es hacer siempre las misma s cosas, esperando cada vez resultados diferentes.
(A. Einstein)